domingo, 24 de marzo de 2013

Un día cualquiera

Hoy podría haber sido un día cualquiera. Pero no lo ha sido.
Todos los años, por estas fechas, soy abandonado a mi suerte durante nueve o diez días. Mi limitador es gran aficionada a la Semana Santa, y no sólo participa en innumerables actos y liturgias de su hermandad, sino que tiene que ver TODAS las cofradías que salen. Así se siente realizada, le gusta, disfruta de esas sevillanas maneras de entender la fe.
Yo no.
Yo paso.
Fui abandonado por la fe hace muchos años, si es que alguna vez estuve en posesión de tal don.
Pero no me andaré por las ramas: hoy, domingo, he amanecido cuando mi cuerpo ha querido, que tampoco ha sido muy tarde dado que ya, a mi edad, no soy dado a excesos y me acuesto a horas prudentes.
Pude ver la carrera de fórmula uno en Malasia, que ha tenido un par de momentos interesantes, siendo el resto, como de costumbre, un verdadero coñazo.
Mi plan era esperar pacientemente a que se levantara el viento alrededor de medio día, y así ha sido más o menos.
He almorzado tranquilamente sobre las catorce horas, cuando recibí un par de mensajes de otros surfipandorguistas, y quedamos emplazados en la Canaleta sobre las tres de la tarde. Perfecto. Justo en ese momento consultaba en la web las circunstancias meterológicas a las que debía enfrentarme.
De modo que a las 3 y poco ya estábamos metidos en la mar, con un viento de unos 15 nudos con rachas de 17 más o menos, lo que ha propiciado una navegación muy cómoda y placentera con mi cometón de doce metros, el perfecto para la ocasión.

Sobre las cuatro, un amenzador nubarrón se acercaba más y más a nuestra posición, y en esas circunstancias siempre es recomendable salir del agua porque nunca se sabe lo que puede pasar: un rayo, una racha enorme, una lluvia granizada torrencial... En fin, que allí estábamos, seis individuos enfundados en nuestros húmedos neoprenos, bajo la lluvia, esperando a que el mismo viento que trajo la nube, se la llevara. Como efectivamente ocurrió. Lo malo es que con la nube también se fue el viento, como pueden ustedes ver en el gráfico. Se intentó, pero las cometas ya no tiraban de nosotros, de modo que desmontamos el tinglado y nos fuimos al bareto de rigor donde me zampé mi buen café y una gran tostada con paté. Delicioso.

Un rato de amigable charla con el hombre que susurra a las cometas y con Abellán, y para casa, a descansar. Porque tengo los abdominales reventados, al final no podía ni encogerme en el agua para ponerme la tabla en los pies. Me duelen hasta las costillas flotantes, figúrense la cosa...

Como despedida de este día raro, atípico Domingo de Ramos, tomé un momento parado en el tiempo, una instantánea que plasmase la imagen de la cometa antes de recogerla. Buena temperatura, sol a media altura, toda la playa para nosotros:


Ahora, en la soledad del salón de mi casa, mientras escucho a Jesus and Mary Chain, me surgen pensamientos, ilusiones, expectativas.
El maestro me ha regalado un bocadillo que le ha hecho su pareja, con el pan untado en manteca "que se derretía al pasar el tocino por encima", y relleno de pringá de matanza. Hecho con cariño en San Bartolomé, ese pueblo que es la puerta del Andévalo y que tantas cosas gustosas para el paladar tiene.
Con qué poca cosa nos contentamos y somos felices algunos hombres. Y ya lo dice mucho mi limitador: "es que sois muy básicos".