martes, 22 de enero de 2013

viento, mar, olas, frío, borrasca, noroeste

Estos días atrás, hasta hoy, incluso mañana, nuestra zona ha sido atravesada por una borrasca. El paso de una borrasca es la única oportunidad de que sople algo de viento en la costa sur occidental durante la época invernal, a la espera de que avanzada la primavera comiencen a hacer su aparción los vientos térmicos de Poniente típicos de aquí.
Al contrario que los térmicos, lo que la borrasca trae suele ser más o menos fuerte, racheado, y habitualmente de componente Norte o Noroeste, y raros son los días de viento de Poniente. Lo ideal es que el viento sea on shore, es decir, del mar hacia la costa, o como máximo paralelo a la costa. Queda terminántemente prohibido navegar con viento de terral, que es el que va del interior hacia el mar.

La falta de viento hace que los aficionados al windsurf y al kiteboarding estemos enganchados constantemente al Windguru, y nos vemos obligados a viajar de aquí para allá en busca de las mejores condiciones, como nómadas del viento, como vagabundos del surfeo, aguzando la investigación y afilando el ingenio para navegar en los sitios más favorables.

Así, últimamente he podido descubrir un spot secreto en Isla Cristina para navegar con Nornoroeste; he ido al Caño de la Culata, en el Portil, como ya he narrado anteriormente, he estado en la Canaleta, el spot que me vió hacer los primeros bordos; y hoy, como algo excepcional dada la dirección del aire en movimiento que venía del Noroeste, hemos estado en Mazagón.
Mazagón, es un sitio de veraneo típico. En invierno está muerto, más que muerto. Es raro ver un alma paseando por la playa, y menos un día raro como hoy, en el que toda la mañana ha estado lloviendo a ratos. Un día feo, gris, invernal. Y ventoso, muy ventoso.

Dejé pasar la mañana, currando en la oficina, mirando de soslayo a través de la ventana cómo las ramas de los ficus benjamina se movían sin cesar.

Por fin llegó la hora de la salida, un almuerzo rápido -spaguetti a la putanesca, deliciosos-, y hacia Mazagón, donde ya me esperaba Javi, 23 km justos desde mi casa. "Coge la cometa pequeña", me dice. Saco la Nomad de 9 metros del maletero, y mientras la inflo, la arena me pica en los tobillos. Una mariposilla cosquilleaba en el estómago. Un spot nuevo, unas condiciones desconocidas, unas olas, en series de tres, de más o menos un metrillo de altura... y viento racheado, fuertecillo. Javi me vigila, espera a ver cómo me desenvuelvo. Me cuida.
Me enfrento por fin a la rompiente, sin miedo, decidido. Me cuesta un par de intentos, pero no cejo en mi empeño. Constancia, timing, oportunidad, y de repente ya estoy deslizándome, planeando mar adentro, perpendicular a la playa, hacia el fondo. El reflejo del sol sobre el mar me daña los ojos y tengo que mirar en ángulo extraño. El viento es muy racheado, ahora todo, ahora nada, la cometa se mueve mucho, es rápida, pero predecible en su potencia, fácilmente frenable, divertida.
Alguna ola que otra me hace despegar por pura velocidad, como una rampa. Son saltos tipo snowboard, los controlo bien. Me voy animando, juego con la tabla, esquivo espumas, tiro de la barra, bajo la cometa a saco, no dejo que la velocidad se venga abajo. Disfruto mucho. Es hora de volver y doy la vuelta entre ola y ola, a trancas y barrancas. La cometa es muy rápida, no estoy acostumbrado y toco el agua con el culo, pero no me sumerjo del todo y enseguida estoy encarado hacia la playa. Ahora voy en la dirección de la ola, y empiezan a ocurrir cosas extrañas, fenómenos dignos de análisis, pero que rápidamente asimilo y comprendo, y aprendo a aprovecharlas a mi favor: cuando alcanzo a una ola por detrás, porque avanzo más rápido que ella, hay un momento de falta de viento, la cometa casi se cae, la tabla casi se hunde. Hay que remar, hay que mover la cometa sinoidalmente para que aumente el viento aparente. Ya estoy justo sobre la cima, on the lip. Veo delante de mí la rampa de bajada, un último tirón y... ¡para abajo! ciño a lo bestia, busco la diagonal, me encuentro en el bottom de la ola y noto el empuje bestial, la cometa es ahora una catapulta, y el agua aquí y ahora está tan lisa como un espejo que se curva a mi izquierda. Son sólo unos segundos, un par de pequeños giros para ajustar la velocidad y no salirme de la ola, cuando veo que me acerco demasiado a la orilla. Es el momento de dar la vuelta y volver a adentrarme en el mar, huyendo de la rompiente, para empezar de nuevo.

Esa ha sido la tarde de hoy, algo nuevo, radical, emocionante. Rachas de más de 30 nudos, algún vuelo descontrolado... pero me quedo con las increíbles sensaciones vividas. Ahora es el momento del análisis, de la causa-efecto, de asimilar lo aprendido.

Les dejo esta instantánea justo antes de irme, cuando ya los tres cometeros y los cuatro o cinco windsurfers nos habíamos salido después de que el viento bajara su intensidad, para que aprecien la belleza de una tarde de invierno:


Una playa magnífica. Cada día es diferente, y si no, comparen con esta otra toma del pasado domingo en el Caño:


Ahora, el relax, en compañía del limitador y este licor de almendra amarga, cortesía de mi amigo Alberto, de Zalamea:

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