jueves, 18 de octubre de 2012

Reborn: la fuerza del viento

Hace unos días estuve en la playa con los críos, pequeños que cuervos que igual que me quitan la energía igualmente me dan vida. Les estuve montando unas cometas, y entre pitos y flautas tardé más de la cuenta en meterme en el agua con la mía.
Se me pasó la mejor racha de viento, y me costó encontrar mi lugar entre el oleaje orillero para ir y volver sin problemas.
Un domingo sigue siendo un domingo, y si entre semana en condiciones propicias de rasca podemos ser cuatro o cinco cometeros en La Canaleta, el fin de semana lo multiplica por cuatro.
Hoy por hoy ya no es eso un problema o causa de preocupación para mí, porque empiezo a defenderme sobre la tabla.
Inesperadamente, la cosa empezó a funcionar sobre las siete de la tarde, un poco tarde valga la redundancia. De modo que me pegué unos cuantos largos disfrutables, aprendiendo a dar la vuelta sin caerme, quemando etapas, subiendo escalones. No me cercioré de Manu en la orilla tomando instantáneas con su pequeña cámara a pilas...
Deben perdonar la calidad, pero entre el viento, el movimiento del sujeto a inmortalizar, y la calidad misma del aparato empleado -Canon PowerShot A410, 3.2 megapixels-, esto es lo máximo que pudo hacer:

A punto de arrancar
Arrancando
Enfilando pa dentro, clavando canto
De vuelta
¿Quién me lo iba a decir a mí, que a estas alturas de mi vida iba a aprender algo nuevo?
El kitesurf es algo bello. Puede ser salvaje, y también light. El hecho de controlar la potencia -que puede ser brutal- de una cometa tan grandota a través de una barra y un arnés, el equilibrio sobre la pequeña tabla, la lucha constante por ganarle terreno al viento, el surfeo de las olas, el salto, la curva, la estela que dejas en el agua, el abanico de salpicaduras que levantas...
Es emocionante, de verdad, te hace sentir vivo.

Vivo.

Post scriptum: ¡gracias, Manu!

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