domingo, 17 de junio de 2012

Valencia

La lectura de un poema de James Hettfield, en versión traducida al español, fue el comienzo de una ceremonia que me ha llevado a viajar hasta Valencia estos días.
Hoy, ahora ya en casa, tras hacerme los 764 que separan Huelva del Puerto de Sagunto y Canet, recuerdo con lo poca emoción ese momento inexplicable.
Una boda civil que me demuestra que no hay dos bodas civiles iguales. Una boda única, no sólo por sitio donde se celebró, sino también por la compañía, los novios, el viaje, la ciudad de Valencia...
Y encima el oficiante del evento, el master of ceremony, un tipo con pinta de Guardiola frustrado y voz profundamente radiofónica, se marca la lectura de un escrito de Hettfield, así, tal cual. Por supuesto, reconocí el tema de inmediato, y a los pocos segundos un pianista comenzó a tocar en segundo plano Nothing Else Matters. ¿Qué más se podía pedir? No hacía falta pedir, no. Lo que siguió me hizo llorar.
Llámenme débil, nostálgico, sentimental. La hermanastra de la novia se marcó el Nothing Else Matters de viva voz, casi a capella. Realmente sobraba la amplificación, su torrente era magnífico, su ejecución magistral.

Este fue el principio de una boda peculiar, con cosas raras, inexplicables, como que un par de invitados destacaran entre todos los demás por acudir con la indumentaria oficial del perroflauta granadino más auténtico, o que una prima del novio apareciera ataviada con un sari hindú... Pero hay cosas más extraordinarias, como que la boda careciera de cualquier valor más allá del simbólico ya que 1), los novios llevan viviendo juntos tres o cuatro años, y 2) la ceremonia no tiene ninguna validez a los efectos civiles, porque la fecha que les dieron, el 16 de Junio, se ha pospuesto varios meses: el funcionario encargado de organizar el lío de fechas y disponibilidades varias, lleva meses de baja, y nadie puede hacer su trabajo ni solucionar los problemas derivados de dicha baja. Algo increíble. Pero no entraré ahora a desarrollar ninguna parrafada de tipo filosófico-crítico.

En fin, hasta la cena estuvo bien. ¿Qué más se puede pedir?

He aprovechado para visitar la Ciudad de las Artes y las Ciencias, y el Oceanográfico. Lo de la ciudad esa, para mí es como una catedral, es una de esas obras que, igual que la Sagrada Familia de Barcelona, sólo está al alcance de algunos privilegiados... Se tienen que dar tantísimas circunstancias para que una obra arquitectónica así se lleve a cabo, que va a ser difícil, en adelante, que ocurran con más frecuencia. Con cada paso que daba, con cada nueva perspectiva que aparecía ante mis ojos, con cada nueva textura, o material, o ángulo o curva o filigrana, mi atención se mantenía despierta, mi emoción iba en aumento, mi maravillada vista se congratulaba por poder contemplar en persona algo así.

Para terminar, un par de instantes parados en el tiempo y plasmados electrónicamente para amenizar este breve reporte del viaje:

Pequeña exposición de bicis viejunas. ¡Masmola!

Un tiburón gris sobrevolando al miniyo.

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