miércoles, 8 de febrero de 2012

Se acabó

Casi cinco años de incertidumbre. Un lustro de disgustos continuados. Un quinquenio aguantando el tirón, prometiéndome una vez tras otra que esa era la última, que ya no más.
Pero volvía a caer.
La odisea de auténticos tintes homéricos que hemos pasado por poseer un Seat Altea XL Stylance 2.0 tdi, no la olvidaré. Como tampoco olvido la mierda de ZX Volcane y su estratosférico consumo -amén de innumerables fallos eléctricos y mecánicos-, del Megane Break dci de infame recuerdo, del Volvo 340 al que nunca le funcionó el AA, del Peugeot 505 GTDT y su retaíla de averías gordas en cuanto pasó los 100.000 km... ni de mi Ibiza tdi 110, un tiro, pero no pasó de 40.000 km sin romper un turbo y dos caudalímetros. La ruina.
Porque tener un auto que no funciona como debe, con una mínima fiabilidad, es malo para la salud, en serio. Acaba con tus nervios.
Recuerdo los primeros tiempos con el Altea, todos tan contentos, tan felices, tan inocentes. Un día, con tres o cuatro meses, se paró por las buenas y se negó a arrancar. Fue un domingo. A base de insistir una y otra y otra vez, al cabo de unos cuarenta minutos arrancó. El hecho se repetiria otras veces, sin importar tiempo transcurrido entre eventos, pero invariablemente siempre ocurría en fin de semana, con el concesionario cerrado. Esperaba uno los cuarenta o cincuenta minutos de rigor, a veces mientras venía la grúa, y probando al final arrancaba. Como entre suceso y suceso pasaban cinco meses a lo mejor, pues no ibas al taller. Se te olvidaba hacer nada.

Un día fue horrible: se encendieron todos, todos, los testigos y sonaba una campanita como cuando te dejas el cinturón de seguridad sin poner. Aparentemente sin causa alguna. La cosa se fue agravando, y en un par de semanas ya ocurría a diario: testigos que se encendían por doquier, dejaba de funcionar el partronic y el tempomat, el volante se movía solo, se abrían y cerraban los seguros de las puertas... y si ibas por la autopista, era normal que entrara en modo de protección y no te dejara pasar de 120 por hora restándole potencia al motor. Un desastre.
Tardarón dieciocho meses, la polla, un año y medio para dar con lo que ocasionaba el error. Pasaron por nuestras manos cinco Ibizas pestosos de tres cilindros como vehículos de sustitución. Uno lo tuvimos durante más de tres meses.
Lo reseteaban en el taller, y tiraba bien un par de días. Otras veces sólo un par de horas, y vuelta a empezar. Hasta que un día, bajando un puerto de montaña observe algo y lo comenté al mecánico jefe, y por fin dieron con la tecla de esa avería.
Guay.
Pero con el tiempo se repitió el suceso de pararse y no arrancar. Jooooooderrrrr, otra vez. Ya estuvimos a punto de largar el Altea cuando el asunto de los testigos, y sólo me frenó el dilema moral de endosarle a alguien el problema.
En fin, que un buen día ya no quiso arrancar después de pararse: grúa y pa la casa. "Hemos reflasheado la ECU", y se quedaron tan panchos. Setenta pavos menos y un mes más tarde estaba igual. "La batería está muerta, lo dice el ordenador claramente". Ciento cincuenta lereles menos y otro mes más tarde llegó la puntilla final: "hemos encontrado el fallo: un cable de masa que va sujeto en un perno, no está sujeto porque no hay tuerca que lo apriete". Nunca hubo tal tuerca, vino mal montado de fábrica, me han asegurado. ¿Y le pido responsabilidades a SEAT o qué? ¿Eso me lo da usted por escrito? No, hombre, a ver, así no son las cosas...
Al día siguiente de tener el coche nuevamente "reparado" -esta vez sin coste después de sonora y pública bronca en el concesionario por parte del limitador-, o sea  hoy, ya hemos estado sopesando al sustituto, del que tendrán pronto noticias por aquí, espero.
Mientras tanto, ahora hablaré del objeto de mis pesadillas:


Igualito que el mío.

El monovolumen de cinco plazas emblemático y exitoso del fabricante español es, digamos, la versión deportiva del VW Touran. A igualdad de equipamiento y potencia, sale tres o cuatro mil euros más barato que el VW, puede que más, y es lógico viendo los acabados de uno y otro, lo que se percibe en su interior, y el valor de reventa.
El Altea XL es, en primer lugar, un coche que sigue la línea estética del Leon. De hecho, es un Leon pero más alto y más largo. Interiormente comparten gran parte de sus piezas, ya que salpicadero, relojes, asientos, palanca de cambios, formas, tejidos, texturas, todo coincide. Plásticos duros, pobres, mediocremente ajustados, con franquicias enormes, y que con 70.000 km y menos de cinco años empiezan a sonar a carraca cuando pasas por una calle adoquinada.
El motor se siente mucho en el interior, llegan vibraciones y ruidos, está mal aislado y no lleva ni la cubierta que tapa la culata para insonorizar.
Exteriormente el diseño no es malo, a mí me gustan sus detalles, y la mano de Walter Da Silva está detrás, sin duda. Una pena que las mejores ideas se las dejara a Alfa Romeo, y después a VW. Para Seat quedó el cajón de sastre, lo que los otros no quisieron, o lo barato y fácil de fabricar, supongo. Aún así, las aristas del lateral para romper la imagen mastodóntica de su mole, los pilares A tumbados, más que el cristal, para dar sensación de velocidad o de aerodinámica, la forma de los pilotos y los pasos de rueda... son cosas que hay que tener en cuenta. Que sea barato no quiere decir que haya que minusvalorarlo, en absoluto.
Una vez dentro, la postura de conducción es totalmente la contraria a la de un coche deportivo, es decir, va uno muy erguido, como sentado en una silla a la hora de comer, con las piernas bastante dobladas ya que las banquetas son altas, cosa que el techo elevado permite. Ese mismo techo elevado da una gran sensación de amplitud, y es que el coche es alto de techo, demasiado, e inútilmente porque hay un palmo, por lo menos, entre mi calva cabeza y el techo, lo que es demasiado a todas luces. En cambio, no es especialmente ancho. Delante todavía se está bien, es amplio, quizá por la engañosa sensación de tener la luna delantera inclinada y lejana, pero en verdad es más o menos como un Golf -con el que comparte plataforma, igual que el Leon, el Touran, el Tiguan, el A3, el Octavia...-. En cambio, detrás la cosa se va estrechando, de modo que tres adultos no van bien.
En fin, que menos mal que el volante se puede regular en altura y profundidad, ayudando a encontrar la postura menos incómoda... sin conseguirlo nunca realmente. Definitivamente la ergonomía no es lo suyo.
Entonces, si no es muy cómodo, y además es ruidoso y tosco, ¿en qué es bueno el Altea?
En lo que no se ve. El Altea va sobre raíles cuando lo conduces. En autopista tienes que estar atento o usar el control de velocidad para no irte por encima de 140, porque este motor es una bomba, empuja y empuja incansablemente, da igual que haga frío o calor, cuesta arriba o cuesta abajo, cargado o ligero. Con sus seis velocidades de inserción buena, acelera fulgurantemente como pocos turismos diésel, y corre un huevo. He llegado a ver 225 de marcador, lo que es una pasada. Viajar a buen ritmo con él es posible, por autopista y por carretera, donde su agilidad impensable para el tipo de coche que es, la estabilidad que tiene, la sensación de agarre y aplomo, la dirección rápida y directa, y las reservas de par que tiene, montañas de par, te permiten adelantar como si nada, girar que da gusto, frenar decentemente, y todo ello a pesar de los más de 1.500 kg pesos en vacío.
Su volante de diámetro pequeño invita a manotear por su circunferencia de curva a curva. Su portentoso motor de inyector bomba -que ya no se hace, ahora está la versión moderna common rail, menos explosiva y más civilizada- te sacará uno y mil apuros con mucha dignidad. La suspensión es firme, más que la de, por ejemplo, un Touran.
Es verdad que es el deportivo de los monovolúmenes. Pero es una pena que sea tan poco refinado con los materiales y el ruido: ya saben donde van los euros de más que cuestan los demás.
Me niego a poner más retratos de esta cosa, bastantes molestias me he tomado ya explicándoles como va. En el fondo es un buen coche, gasta un poco, sobre todo en ciudad, donde se va con facilidad a los ocho litros, y en carretera es difícil bajar de 6'5. Pero cada vez que aceleras te deja una sonrisa en la cara, y eso hay que pagarlo. Una pena que su fiabilidad electrónica haya quedado tan en entredicho, porque mecánicamente ha sido intachable.
¿Mi último Seat? No sé, sinceramente. En mi familia hay montones de Seat y ninguno ha dado problemas. Me tocó la china, parece ser. No veo el momento de darle las llaves a otro.

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