lunes, 13 de febrero de 2012

El Poyó

¡Qué grande es la marca del león! Desde la humildad, desde un fabricante generalista de coches de gama media, el auténtico coche del pueblo francés, Peugeot -léase poyó si es usted más o menos finolis- ha alzado a su 908 hdi a lo más alto del cajón de las 24 horas de Le Mans.
Gran azaña, sobre todo cuando ha sido enfrentándose al todopoderoso grupo VAG y sus temibles tdi, los inventores y máximos explotadores del fenómeno diésel de los noventa hasta hoy.
Pero una cosa es el mundo de la competición, y otra muy distinta es la realidad de la calle.
Los coches de Poyó son cualquier cosa menos deportivos, la verdad, y para muestra, el que he probado este fin de semana, perteneciente a mi cuñao:

Sublimación de lo anodino?
Sí, es un 308 1.6 hdi, de 92 cv y alimentado por esa cosa que usan las calderas.
Empecemos por fuera. No sé porqué, pero es cierto que la mayoría de los utilitarios de este segmento se parecen cada vez más a un huevo. Sí, sí, un huevo, y en este caso, como es blanco, pues la percepción oval es más acusada. Obviando detalles de coche utilitario y ciudadano, de barato mantenimiento y precio de adquisición asequible, como las llantas pequeñas, gomas de perfil alto, plásticos mediocres, y franquicias enormes, el diseño es el típico al que nos tiene acostumbrados el fabricante francés desde que hace una década pusiera en la calle el 206. Todos sus coches son variaciones sobre lo mismo, con más o menos morro, más o menos altos, grandes o pequeños, tres, dos o un volumen, da igual.
Cuestión que se ve acrecentada por el indiscriminado uso de ese horrible frontal:



Los faros van aumentando en tamaño temporada tras temporada, y la parrilla delantera aparece como algo recargado y complejo en exceso. ¿Por qué? No tiene explicación. Acaso se quiere buscar una imagen de marca, como hace Audi con sus parrillas -hasta el punto de hacer indistinguibles sus diferentes modelos si los ves de frente a más de diez metros de distancia-. Sea como fuere, los franceses siempre han sido partícipes de una estética peculiar, por decirlo de un modo suave.
Dado que el exterior de este auto no aporta absolutamente nada, pasamos al interior. Cerramos la puerta y no nos podemos llevar las manos a la cabeza ante el sonido a lata y la vibración de unos guarnecidos que parece que van a saltar en cualquier momento. Los asientos son cómodos, como en todos los franceses, y la postura al enorme volante aparece natural. He encontrado la palanca de cambio en una postura un poco extraña, pero en cambio, los pedales caen en el sitio justo,  y nada estorba para conducir con facilidad.
El motor, a pesar de ser un 1.6 diésel, tiene cierta alegría, pero no puedes dejarlo caer por debajo de 2.200 rpm, o te quedarás clavado, sin chicha que mueva el elevado peso del artefacto. Esto, acompañado a la corriente de utilitarios que montan unos desarrollos excesivamente largos -buscando consumos bajos-, hace que no tenga mucha alegría, pero todo es cuestión de llevarlo un poco arriba en el cuentarrevoluciones y estirar las marchas casi como si fuera un gasolina... pero entonces ¿para qué quiere uno un diésel?
El coche no tiene mucho par según los papeles, pero la verdad es que si apuramos segunda y tercera girando un poco el volante, notaremos rápidamente cómo pierde tracción, lo que me ha llamado la atención. ¿Por qué pierde rueda tan pronto un coche de tan escasa potencia y con marchas largas? Algo no está bien conseguido en sus reglajes, y el coche es clarísimamente subvirador, peligrosamente subvirador, ayudado por un control de estabilidad que tarda en hacer aparición. El tren trasero, sin embargo, es inamovible. Vale, es un coche destinado a malos conductores, o a gente despreocupada, ese tipo de personas que conduce porque no tiene más remedio, porque es obligatorio para ir a currar, por ejemplo, pero no tienen ningún interés en disfrutar de su condición privilegiada de poseedor de una máquina de placer.
En resumen, este Poyó es el electrodoméstico típico, comparable a una lavadora o un horno microondas: cumple con su función de llevarte de A hasta B, sin más.
No vibra, pero suena bastante, frena bien, y si lo llevas arriba se mueve con dignidad, suficiente y sobrado para la potencia que declara -no me extrañaría que desarrolle más de lo anunciado-.
¿Me lo compraría? Nunca. ¿Lo recomendaría? Depende de para quién. El coche no es malo, la verdad, es simplemente anodino hasta el aburrimiento, pero no es mal coche. Es, simplemente, que no es mi tipo de coche.

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