viernes, 9 de diciembre de 2011

La fiesta

Fui invitado a una "fiesta". La daba un muy buen amigo mío, de hace muchos años, con motivo de un especial aniversario del día de su nacimiento.
Su ilusión era grande, por supuesto, y con motivo. Mi amigo es una persona a la que considero valiosa por muchos motivos, entre otros porque ha conseguido labrarse su situación, tiene una familia estupenda, es alto y guapo, y su limitador incluso me cae bien.
La fiesta era en un sitio que, no podía ser de otro modo, resalta tanto por su localización como por lo especial, con salones decorados y amplios jardines. El sistema de calefacción vino que ni pintado, menos mal, porque hacía frío. Música de nuestra infancia y juventud, barra libre, y muchas tías buenas. Disculpen el misógino comentario mis escasísimas lectores, si es que alguna hay...
Lo único es que había pocos pibones libres, y las que lo estaban, la verdad es que yo no congeniaría con ellas. De todos modos iba con mi limitador, y aunque hubiera ido sin ella tampoco hubiera intentado nada, ¿a quién quiero engañar?
¿Congeniaría yo con alguien del sexo opuesto a estas alturas? Me planteo esta cuestión para posteriores entradas, porque el tema puede dar bastante de sí.

Volviendo al evento, la verdad es que me dejó un sabor agridulce. Este tipo de fiestas deberían estar prohibidos, o al menos su planteamiento inicial. A ver, cada cual celebra su cumple como le salga de los huevos o del coño, según sea el caso, eso está más que claro.
Uno quiere reunir a sus mejores amigos, a los familiares allegados -primer error, juntar a unos y otros como si fueran la misma cosa-, a exnovios y exnovias -error-, a compañeros del curro -error-...
Mi amigo, por su trabajo y su trayectoria vital, conoce a miles de personas, y tiene la habilidad o la suerte de llevarse bien con todos, es increíble, y claro, le faltaban piernas corriendo por la sala para contentar a unos y otros, echar unos breves minutillos con cada invitado, intentanto satisfacer a los amigos. Tarea hercúlea en mi opinión, a la par que casi imposible. Iba el pobre casi descamisado, y me recordó en cierto modo a los currelas a los que se refería Alfonso Guerra en sus discursos ochenteros, qué tiempos.

Claro, había grupitos de amigos que charlaban entre ellos, pero también había algunas parejas sueltas que no tenían relación alguna con ninguno de los demás asistentes... como era mi caso. Intentamos trabar conversación con unas personas a las que conocimos en una barbacoa veraniega dos años y medio atrás en el tiempo, lo que resulto extraño y la situación me puso un poco nervioso. ¿De qué se habla con alguien de quien no te acuerdas de su nombre y a quien conociste con varias copas encima? De él ni me acordaba, de ella sólo recordaba un bikini que no era capaz de ocultar a duras penas su tetas magníficas y de su amiga con un tatuaje en una nalga -que por cierto no estaba presente, pero sí me acordaba de ella-.
En fin, inevitablemente, entre el frío, las horas nocturnas, el cansancio general y tal y cual, hicieron mella en mi muslo y tuve que tomar asiento. Me tomé un par de copas para ver si me anestesiaba el dolor, pero fue inútil: cuando el cuerpo pide descanso no hay nada que hacer.

Me despedí del anfitrión con un sincero abrazo, de verdad, esperando poder reunirnos en una casa rural pronto, proyecto que por diversos avatares lleva retrasándose casi un año. Una pena.

Post scriptum: Eva, la chica del bikini, que en la fiestecilla iba, por supuesto, despampanante, sigue soltera y disponible que yo sepa. Tiene una cría de cinco años, y cierta confusión de ideas acerca de la amistad con el macho humano y de la institución del matrimonio en general. Una pena, una pena, no me pareció tonta, sólo mal orientada, por lo que puede tener arreglo.

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