miércoles, 14 de septiembre de 2011

El dolor

Hoy he ido a la oficina a llevar unos partes de baja médica, y en el meollo de una breve y distendida charla con algunos de ellos les he vuelto a narrar mi experiencia sicodélica derivada del abuso de drogas en la lucha contra el dolor, y que culminó con un parche de morfina en mi cadera, por cierto.
El día iba como otro cualquiera, había desayunado en un bar con el limitador, y luego había caminado dando un paseo tranquilo hacia el centro de la ciudad.
Pero ya había un pálpito raro, un aquí estoy yo que tenía un poco olvidado, la verdad. Al principio achaqué los pinchazos, el anormal entumecimiento de los dedos del pie, como el resultado de varios días seguidos de abusos físicos: el paseo en bici con los niños del domingo, la maratón de natación que tuve el lunes, variadas y constantes caminatas durante el día de ayer...
Volviendo a casa después de una visita bancaria y un par de gestiones administrativas de diversa índole, la cosa iba a peor. Sin duda. En un banco a mitad de camino me tuve que sentar unos minutos. Mi pierna se resentía enormemente, y hacía semanas que no me pasaba esto.
A pocos metros de mi casa, en la recta final, tuve que volver a tomar asiento en otro banco.
Por fin llegué a mi sillón favorito, pero me supo a poco... tuve que recurrir a la cama.
Un par de horas más tarde, me negué a acompañar al limitador para recoger a la prole, no me sentía con ánimos. Después del almuerzo me acosté un rato, y dormí casi dos horas del tirón. Pareció que la cosa mejoraba, pero no fue así en verdad. Unicamente estaba un poco más relajado, eso es todo. Luego me he quedado toda la tarde en casa, el dolor iba y venía: una agujeta intensa, un pinchazo insistente en el cuádriceps, el bícep femoral y el gemelo, todo, oiga. Amén del entumecimiento del tobillo y los dedos del pie.
A última hora de la tarde decido hacer una sesión de yoga, breve pero suficiente para lograr mis objetivos. Un pseudo Surya Namaskar, unas cuantas variaciones de la postura del gato, la hoja plegada, el niño, y para acabar un poco de estiramiento tumbado en la cama, de nuevo. Me he relajado tanto que casi me duermo -como en aquellas primeras sesiones de yoga avanzado cuando hacíamos Savasana- si no llega a ser porque el limitador entró en ese momento en la casa como un torbellino, lo cual es sello particular y propio de su a veces tan acelerada como contradictoria personalidad. "¿Qué hacías?", me espeta, y yo "un poco de relajación, llevo un día jodido". Me contesta "claro, es porque el viernes va a llover".
Ahora, después de cenar, más tranquilo y con suficientes ganas y energías como para escribir esta entrada a modo de catarsis, pienso en cómo no se me había ocurrido a mí eso. Tengo la guardia baja, no cabe duda. Hay que espabilar un poco.
Mañana a nadar otra vez, eso está claro.

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