miércoles, 30 de noviembre de 2016

El gran miércoles

Fuera aparte la evocación a tan insigne título del cine más marginalmente underground (por temática y repercusión en los medios de masas, no así en ciertos ambientes en los que se le considera película de culto, que enseña no sólo la forma de vida de unos apasionados por el surf, sino la situación social y política de los EUA de los sesenta y setenta), fuera aparte la cita, como iba diciendo, el de hoy ha sido, quizá, una de las navegadas más memorables que recuerdo.

Me da la sensación de que tal calificación está siendo usada quizá con demasiada frecuencia en los últimos tiempos, y tal fenómeno puede deberse a la calidad de los spots elegidos, y las condiciones que prefiero aprovechar, en detrimento de situaciones menos espectaculares, más anodinas, más del navegar por navegar.
Los años van pasando, la experiencia se acumula, y es mejor elegir los días para tener un disfrute total, y no un mero ir por ir, un simple por volar el kite. Ya no me basta con eso.

¿Es eso bueno? ¿Es malo? No creo que sea ni lo uno ni lo otro. Es simple fruto de la evolución de mis características de manejo, de profundización en conceptos, de filosofía vital.

El caso es que, llevados por una previsión única, nos plantamos un día cualquiera entre semana en la Barrinha de Faro, sitio único y del que ya he hablado en anteriores ocasiones en el bloc. Se esparaban vientos de alrededor de 25 nudos, y olas de 2'8 metros. Esto hay que cogerlo un poco con pinzas siempre, y hay que verificar las causas, que en este caso era una borrasca que azota desde el Mediterráneo y llega con tanta fuerza como para provocar vientos de Levante que lleguen hasta el Algarve.
Una vez in situ, comprobamos que a pie de orilla soplaban unos 20 nudos. Decido montar mi 9 metros... craso error, porque una vez dentro, la realidad me golpea de lleno con 30 nudos con dirección side-shore, esto es, casi completamente paralelo a la línea de costa, y tuve que tirar de freno y ser cuidadoso con los giros bruscos de cometa. Hubiera sido perfecto para la 7 metros, pero las llaves del coche las tenía Abraham, y hubiera sido muy engorroso deshacer lo ya hecho.
La idea era hacer una ceñida de un kilómetro para llegar al punto donde coincide la desembocadura de la Ría de Formosa en pleno océano, donde el reflujo de corrientes y la acumulación de capas de arena cerca de la orilla dan lugar a una ola más ordenada, grande y con mejor periodo.
Sólo tuvimos que compartir espacio con un grupo de aguerridos windsurfers, que estaban flipando con las condiciones, como igual lo estábamos flipando nosotros. Porque algo especial tenía el día, algo grande y espectacular, para que Manolo, el Hombre que Susurra a las Cometas, el Gurú del Viento, mi maestro, me confesara a posteriori, entre caneca y caneca de fresca cerveza marca Sagres, que habían sido las olas más grandes que había surfeado en su vida. Y hablo de una persona que lleva dieciséis años haciéndolo, y que lo ha hecho desde Egipto hasta Brasil, pasando por multitud de lugares intermedios, por supuesto.

Esto ratifica mi pensamiento de que no es necesario buscar más allá, que tenemos el paraíso en casa, o al lado, pues 120 km no son nada. Vivir en Huelva es un privilegio, según voy corroborando, y en un radio limitado de distancia asumible, podemos abarcar desde Tarifa hasta el Cabo de San Vicente, y aprovechar todo tipo de condiciones... pero ese es otro tema que me hace desvariar el asunto que hoy quería comentar en esta entrada.

Pues sí, las olas eran grandes, muy grandes, y quitando una ola que que me encontré una vez en El Portil, de la que literalmente huí a velocidad extrema, pues esa es la denominación correcta de lo que hice, tirándome en línea recta como si se tratara de un tobogán, intentando ser más rápido que ella, cosa que logré. Me fui y no volví, dirigiéndome entonces a otros picos más asumibles por mi pericia de entonces. Pues lo de Faro ha sido, por momentos, poco más o menos.
Las series grandes eran las más grandes que he visto, enormes masas de agua que escondían detrás a windsurfers que aparecían de repente cuando sobrepasaba una de ellas en mi bordo hacia dentro del mar... Un mástil de windsurf pasa de los cuatro metros cuando montan velas de 4'7 metros, que es lo que llevaban, de modo que hagan los cálculos del tamaño de la ola, que yo lo tengo claro.
Entre serie y serie de las gordas, venía alguna pequeñita, que aprovechábamos para meternos de nuevo hacia dentro y ceñir en busca del terreno perdido al surfear.
Se nos ve contentos, y no es para menos. Al fondo, la ría en toda su planicie.
Un par de paradas para descansar fueron necesarias, no sólo por el esfuerzo físico de la ceñida de casi 50 minutos, sino por la tensión de navegar en esas condiciones que cualquier observador lego en la materia tacharía de extremas. Un buen rato se estuvo también en la ría, con agua especialmente plana, practicando maniobras de la nueva escuela strapless, y echando un ojo al novato que nos acompañaba. Finalmente, para la vuelta, estaba claro que íbamos a hacer el downwind por el mar, totalmente a favor del viento, surfeando olas a placer sin preocuparse de remontar luego. Esta operación fue insultantemente breve, y lo que antes nos costó 47 minutos en sentido contrario, me dio la impresión de que al revés lo hice en dos o tres minutos...
La llegada al punto de partida fue surfeando down the line un tocho de más de tres metros, yo lo veía enorme situado a mi izquierda, cómo la ola se volvía más y más vertical, con el canto de la tabla clavado en la pared y ganando velocidad mientras la cometa se aguantaba de manera casi mágica y misteriosa mientras yo aniquilaba todo rastro de viento aparente. Sin duda, Drifter es el nombre más adecuado para el modelo. Chapó por ella.

El final y colofón perfecto fue un almuerzo a base de tostas de la casa, hamburguesas completas y cerveza, en el sitio habitual.

Juan, el novato, haciendo labores de novato.
Como rezaría en su día el título en Italia de la película mencionada al principio, un auténtico Mercoledì da leoni.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Dos de Dick

En esta ocasión les hablaré brevemente de un par de obras de Philip K. Dick, al que supongo que a estas alturas al menos les sonará algo.

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Novela fundamental en su trayectoria, Los tres estigmas de Palmer Eldritch es considerada por muchos como una de las más importantes del autor, si no la más. Yo me debato, pues son varias las que me gustan por igual, y ésta que ahora nos ocupa es un poco... no sé muy bien cómo decirlo.

Publicada en 1965, en ella encontramos todas las características propias de la ficción de Dick. Hay un gobierno opresor que todo lo domina, hay luchas de poderes individuales, hay cuestionamiento de la realidad, uso de drogas, viajes por el espacio y el tiempo, un poco de sexo, y otro de humor (a veces negro). Pero además aparece el tema religioso, de forma muy clara y patente. Uno se cuestiona todo cuando lee este libro, y realmente es difícil a veces distinguir la realidad de lo "alternativo", la recreación ilusoria con motivo de la ingestión de un liquen de origen extraterrestre con consecuencias alucinógenas.
No acabo de decidir si el verdadero protagonista de la novela es Barney Mayerson (un precognitor que usa sus habilidades para decidir si un producto va a tener éxito comercial o no), su jefe Leo Bulero (quien ve amenazada su posición monopolista con la venta ilegal de una droga llamada Can-D, pronúnciese "candy", golosina o caramelo en inglés), o Palmer Eldritch (que viene del sistema de Próxima tras un viaje de diez años, donde parece haber descubierto el liquen referido, que pretende comercializar bajo la marca Chew-Zi, que se podría traducir como "chiclecito" o algo así). Las relaciones que se establecen entre estos tres protagonistas llevan al lector a una tensión sin igual, con acción literaria sin parangón.
Una novela curiosa e irrepetible, que deja un final abierto a diversas interpretaciones... pero qué bien lo he pasado leyéndola.

Por otro lado, he leído también un cuento. Sí, ya saben que el bueno de Philip se ganaba la vida escribiendo cuentos y relatos cortos, además de novelas más extensas, y hablé en el bloc sobre una recopilación que leí hace unos meses.
Uno de sus cuentos más peculiares, que se interna en el ámbito de las distopías, es "La fe de nuestros padres". Es breve, apenas 33 ó 34 páginas, no recuerdo bien. Publicado en 1967, la crítica atribuye su estilo y temática a una época en la que el autor jugó demasiado con las drogas alucinógenas. Tuvo sus momentos bajos, muy bajos y extremadamente bajos, tanto que marcaron toda su vida posterior con una serie de secuelas irreversibles en su personalidad atormentada y torturada por traumas que nunca superó, como la muerte de su hermana gemela.
En La fe de nuestros padres, la acción se sitúa en un entorno mundial en el que los países del Eje ganaron la Segunda Guerra Mundial, y una sociedad totalitaria lo domina todo. En su cúspide se sitúa el Benefactor Absoluto del Pueblo, que manda sobre todos. Chien, el protagonista, un funcionario que aspira a escalar puestos en el organigrama laboral, prueba, no muy convencido, lo que cree que es simple rapé (que un veterano de guerra tullido le vendió a la fuerza en la calle) y que se trata, en realidad, de un antialucinógeno. Como comprobará más tarde, y le explica la señorita Lee, toda el agua que se bebe tiene alucinógenos, de modo que la población está constantemente drogada. Esto, unido a los discursos del Benefactor Absoluto, amén del lavado de cerebro contínuo por parte de las autoridades así como la vigilancia constante y omnipresente, hace que el pueblo viva una gran mentira, una vida irreal. Pero la realidad que descubre Chien al conocer al jefe supremo puede ser mucho peor. Descubre que es al mismo tiempo creador y timonel de la sociedad, así como de la supuesta resistencia que lucha en la sombra contra él...
El mundo de Chien se derrumba, todo carece de sentido ahora que conoce la realidad, y se refugia en lo único que parece ser verdaderamente real a estas alguras: el sexo que mantiene con Lee, que le traslada a su lado más primitivo y animal, a la evasión total.

lunes, 21 de noviembre de 2016

conceptos

No estoy dotado con el don de la elocuencia. Mis construcciones sintácticas son, a menudo, difíciles de seguir. Por no hablar de mis razonamientos, que el tiempo me ha enseñado que no son ni muy comprensibles, ni tampoco compartidos. ¿Acaso estoy loco? Soy un rara avis, supongo, pero de todos modos, ¿quién no lo es?
Trataré, no obstante, de explicar un poco mi situación.

La vida, la mía, ha pasado por su ecuador hace tiempo. Aunque procedo de un linaje longevo, mi maltratado cuerpo me pasará factura más pronto que tarde. No me importa, no es algo que me quite el sueño, y mis posiciones vitales, mis creencias, mantienen hoy por hoy cierta tranquilidad de espíritu (por llamarlo de alguna manera, claro).

Pero si una cosa he ido aprendiendo es que busco dos grandes metas: la paz y la felicidad. Ambas son, ciertamente, estados mentales que hay que trabajar, y eso a veces es difícil, sobre todo en tanto hay que definir lo que uno entiende por tales.
Convertir esos objetivos en estados mentales es importante para mí, porque de este modo dejarían de tener influencia elementos externos, ajenos a mi voluntad y lejos de mi control. Pero está claro que en esta vida no podemos controlarlo todo, y hacerlo, si pudiéramos, sería un trabajo hercúleo, constante y demente. Aún así hay mucha gente que se obstina.

Hay muchas teorías e ideologías que tienden al control de lo que, por naturaleza, es incontrolable, pues a menudo jugamos contra fuerzas elementales que van más allá, incluso, de nuestra posición en el Universo, si se me permite tamaña afirmación. No se puede luchar contra los elementos, todo el mundo lo sabe, o debería saberlo.
Por lo tanto, lo primero es no tratar de ser arrogante, sino humilde, en el sentido de aceptar nuestra insignificancia en el panorama natural, en la existencia del todo. Y con el todo me refiero al Universo. Una mera mota, un algo microscópico. Una cosa muy muy muy pequeña.

Incluso por más pequeño que uno sea, aún así somos algo. Y algo que, además, puede pensar, puede ser, puede tener conciencia. Eso es maravilloso, pero no debemos perder la perspectiva. Al contrario, hay que ser consecuente, canalizar nuestras energías en cosas positivas, no perder esfuerzos ni tiempo en aquello que no favorezca nuestras intenciones, que es algo a lo que, al menos inicialmente, somos muy dados.
Pero en cuanto tengamos claros nuestros objetivos, todo es mucho más fácil.
La paz, la felicidad. Conceptos abstractos, tejidos por la mente del hombre. ¿Tienen reflejo en la naturaleza? ¿Puede un ecosistema, un planeta, una galaxia, ser pacífica y feliz? La misma pregunta puede hacerse a un mono, una tortuga o un helecho. Igualmente, ¿se puede aplicar esa cuestión a una situación o hecho?
Todo esto es un poco ambiguo y vago. Y aunque muchos pensadores, durante miles de años, han tratado estos asuntos, aún hoy no hay respuestas uniformes.

En definitiva, uno tiene que labrarse su propia paz, su propia y exclusiva felicidad, y quizá, quiero suponer, esto es una tarea permanente y diaria. Hay que luchar por ello constantemente. Pero es que, si luchamos, ya vamos separándonos de uno de esos objetivos, que es la paz. ¿Paz con lucha? No me fastidies. ¡Pues empezamos bien!

La paz es un concepto bastante difícil, pues la vida, por definición, es lucha. ¿Puede haber paz con lucha? Luchamos contra todo y casi contra todos, pues para sobrevivir estamos en constante competencia. La naturaleza es así. Hay gente que se cansa de luchar, se deja ir. Y muere. Lo vemos a diario. Asimismo, hay muertos en vida, personas que transcurren como zombis, sin deseos, sin anhelos, tristes y, por supuesto, infelices. El horror.

Y la felicidad, ¿acaso es posible? Si se trata de un estado permanente, o en cambio consiste en momentos puntuales que iluminan nuestro camino, da igual. Está claro que existe algo a lo que podemos llamar así, y ello nos provoca que seamos (o estemos) felices. Y ¿a quién no le gusta eso?

Hay muchas maneras de obtener felicidad, generalmente asociada con sensaciones placenteras. Obviamente, no hay felicidad en el sufrimiento, aunque algunos se empeñan en demostrar lo contrario (sin éxito, obviamente) siguiendo pautas impuestas por formas de pensamiento religioso o incluso deportivo… Mejor no entrar a valorar. No es mi camino.


Yo soy más bien del tipo del “guerrero pacífico”, aunque quizá algunos no se han dado cuenta, o conociéndome afirmarían lo contrario. Pues se equivocan. Toda mi vida ha sido un constante escapar, huir de la confrontación, de la pelea, salvo conmigo mismo. Y cada día que pasa me encuentro más en paz, y quiero creer que más feliz. Y cada vez son más las situaciones que me hacen ser feliz, o quizá yo he aprendido a extraer tal sensación de pequeñas cosas cotidianas que me rodean. Si es así, lo considero un éxito.

Este mediodía, sin ir más lejos, compartí con mi hijo mayor una navegada de locura. Olas grandes, vientos fuertes. Deslizarse fluidamente (el flow, oh, sí), recortando y aprovechando el empuje del mar, a veces brincando, fue algo espectacular para mí. El bienestar que me produjo la experiencia perfecta, en uno de esos días en que todo sale a pedir de boca... eso es felicidad para mí. La sensación puede ser duradera si se aprende a administrarla. ¡¡¡Pero eso no quita que esté deseando echarme a la mar de nuevo cuanto antes!!!!

sábado, 19 de noviembre de 2016

Inicio de nuevo

Hoy tenía previsto hacer otro tipo de ruta para inaugurar la temporada trail, que ya es hora. Pero una mala noche, y amanecer con dolor de cabeza, no es el mejor modo de encarar un supuestamente placentero paseo en moto en el "fuera de carretera".
Así que me volvía a acostar, y me levanté dos horas más tarde un poco más repuesto. Tomarme medio Espidifén, tostada y café, me convierten de hecho en un ser humano digno de tal nombre, y por fin decido ponerme las botas (tras un rato buscándolas porque no estaban donde yo las dejé la última vez, allá por el mes de Mayo...).
Voy solito, lo que nunca es buena idea cuando se trata de internarse en el lado oscuro, pero me lo tomo con mucha calma, probando las nuevas ruedas de tacos.


Decido explorar la zona del enduro de Lepe, que antaño recorrí muchísimas veces en bici, y aunque la mayoría de los senderos siguen donde estaban, he visto que otros se han cerrado por la vegetación por la falta de circulación. El mundo de los senderos está vivo, unos nacen y otros mueren, el campo es vida, y la vida siempre se abre paso. Aún así, algunos que se hacen llamar ecologistas despotrican y hablan de cosas que no conocen de primera mano, incluso se atreven a imponer sus necias conclusiones desde la comodidad de un sillón en cualquier organismo bien mantenido por nosotros, los paganos a la fuerza. Pero ese no es el tema de hoy.
El tema de hoy es que es increíble el pedazo de día que ha hecho, un bello sol y mucho verde, aunque me hubiera gustado un entorno con más humedad. Se nota que ha llovido poco, apenas nada.



La moto, como siempre, fenomenal. Cada día más contento, todo es fácil con ella. Como iba en plan lone rider, tampoco me he querido meter en temerarias acciones endureras, aunque me he hecho el valiente en un par de ocasiones, saliendo airoso de unas subidas empinadas que no veía muy claras. Pero la 690 tracciona mucho si se sabe ser fino con el gas, aprovechando el par del perolo a bajas revoluciones.
Aunque algunos se quejan de las suspensiones, yo no pongo pegas. Será que no soy un exquisito. Será que otros se la cogen con papel de fumar y a lo mejor lo que hubieran querido es una EXC 350.

Un poco de singletrack, a baja velocidad, disfrutando del entorno
No he encontrado diferencias en la capacidad de tracción del Mitas E09 trasero respecto de la Metzeler Sahara 3 que montaba antes, aunque sí hay más agarre cuando voy tumbado. Es decir, hay una mejora sustancial en el agarre lateral o cuando las fuerzas transversales hacen aparición, pero no hay ventaja en lo longitudinal, aparentemente.
En el tren delantero, ahora con Metzeler Unicross, sí hay una clara mejoría en el campo: mejor direccionalidad, más agarre tanto en frenada como en curva. No obstante, en carretera la moto se ha tornado nerviosísima a partir de 110 por hora, cosa inédita con los Sahara. Todo no se puede tener, y con los neumáticos siempre estamos en un mundo de compromisos, y lo que ganas por un lado lo pierdes por otro.



En suma, una muy placentera manera de tomar contacto con lo marrón, aunque me hubiera gustado más ir acompañado y compartir esos momentos fantásticos. Deseando tocar otros terrenos, sobre todo arena, y aprender a sacar provecho del inmenso potencial que la KTM ofrece.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Café

Doscientos km justos marca el odómetro cuando relleno el depósito, lo que me cuesta exactamente 10'30 euros, a 1'18 el litro, salen 8'72. Es decir, un consumo de 4'36 litros a los 100. Increíble.
No dejo de maravillarme con mi 690, una máquina que se ha revelado como muy polivalente, y que me ha regalado unos paseos fantásticos por carretera durante los últimos meses, disfrutando en las curvas, y haciendo resurgir viejas sensaciones y emociones, como ya he comentado anteriormente en el bloc.

Esta misma mañana he realizado la que ha sido, casi con total seguridad, la última subida al Cruce de Santa Ana por la N-435 de este año, al menos con esta moto. Ya toca montar las ruedas de tacos e inaugurar el trail.

Históricamente, se asocia el café con los paseos "rápidos" en moto. De ahí el nombre de "café racer", y además, cuanto más fuerte y cargado el café, mejor. Es por ello que he querido tomar en la susodicha venta un café solo, sin leche ni azucar. Buena cosa asociar  ese brebaje con mis últimas experiencias en moto.

Allí sentado, solo, con mi café solo, me doy cuenta de que mi KTM descansa también sola. Es domingo por la mañana, hay bastantes motos, pero no como otros domingos, quizá por coincidir con el último Gran Premio de la temporada, que se corre en Valencia. Aún así, como digo, muchas motos deportivas que no dejaban de subir y bajar, y también mucho tráfico de turistas y domingueros que aprovechaban el soleado día en la sierra.


Como colofón de la ruta, y quizá como un aviso premonitorio de algo, no sé de qué, ¿no debo abusar? ¿Debo tener más cuidado? ¿Ya estás mayorcito para esas cosas? me han parado los bichos de verde. 
Nada grave, supongo que revisión rutinaria de que todo está en regla, ya saben, seguro, permiso de conducir y tal. El guardia era joven y amable, y creo que no se quiso entretener mucho conmigo porque estaban liados con una furgoneta que llevaba enganchado un van para caballos sin documentación...
En fin, que tomo nota y a otra cosa.

Así lo he vivido, así lo he contado. Pasarán meses hasta que vuelva a vestir el mono de cuero de una pieza.

49

Tras varios intentos fallidos por cuestiones meteorológicas, por fin pude acudir a la invitación por parte de un desconocido para dar un paseo en un velero, cosa que yo nunca antes había hecho.


El elemento con flotabilidad impulsado de forma limpia con la única ayuda del aire en movimiento era más grande de lo que yo pensaba. Mi cuñado Ignacio, artífice del encuentro por ser familiar directo del patrón, no sabía nada sobre medidas, características, ni posibilidades de la embarcación, de modo que una vez en Puerto Sherry, y situados en faena, me contó Servando, que así se llama el navegante, que se trata de un cuarenta y nueve pies, que vienen a ser unos quince metros de eslora, lo que no está nada mal.



La madera de teca abunda en este tipo de embarcación, por su resistencia a los elementos, supongo, y ser agradable al tacto y a la vista.
Viento muy suave nos acompañó toda la travesía, que fue desde el mencionado puerto hasta el extremo más alejado de Rota, donde dimos la vuelta y llegamos hasta el nuevo puente de Cádiz, bajo el que pasamos, y de allí a puerto nuevamente. Seis horas más o menos, con mar tranquila y sin contratiempos.
Almorzamos a bordo a base de tortilla de patatas (o española), chacinas, queso, y empanada argentina, regado con Cruzcampo fresca.



Nos acampañó mi ahijada Marina, cuyo nombre era muy apropiado para la aventura del día. Lo que se ve al fondo es el skyline de Cádiz:







Arribamos con el sunset, un momento mágico. Empezaba a hacer fresco.



Un día muy bonito, que tardaré en olvidar, y que no sé si repetiré, a pesar de que seré bienvenido cada vez que quiera volver. No es mal rollo, pero se trata de una actividad quizá un poco demasiado tranquila para mi gusto.
El tiempo lo dirá.

No se debe tolerar la intolerancia

¿Democracia es eso que respetan algunos sólo cuando sale elegida su opción, y si no es así pues te enfadas e impones tu criterio sobre el de los demás? ¿Cómo funciona esto? Porque parece estar bastante de moda impartir lecciones de moralidad usando la imposición.

Oigan, que estos eligieron como gobernadores a Reagan y Schwarzenegger... Es increíble la desinformación que practica la mayor parte de la pseudoprensa. Ignoraron o falsificaron el ambiente social diciéndonos que era imposible que Trump fuera en serio, que ganara la nominación republicana, que peleara por la Presidencia, que ganara... Y ahora, una vez más, vuelven a confundir sus odios con la realidad.

Creo sinceramente que nos estamos volviendo locos. Resulta que la democracia ya no nos vale. Si la mayoría toma una decisión que no me gusta, no pasa nada, busco un grupito de gente con mis mismas ideas, lo llamo pueblo y le otorgo un derecho a decidir unilateralmente y sin contar con el resto. Para ello, claro está, me invento una historia de gestas patrioticas e historicos desagravios...en fin....iremos reduciendo las democracias hasta la nada.

Y no, no se equivoquen, que pongo el ejemplo reciente de los EUA, pero que no hace tanto ha pasado similar aquí. Cuidao.

viernes, 11 de noviembre de 2016

El mundo de la muerte

Otra novela de Harry Harrison, de quien recientemente comenté otra titulada Hagan sitio, hagan sitio!

En este caso estamos ante una verdadera obra de ciencia ficción al más puro estilo space opera.

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El protagonista, Jason dinAlt, es un jugador profesional con poderes síquicos y telequinéticos, que se gana la vida haciendo trampas en los casinos de los planetas exteriores. Es contratado por un dirigente/representante de Pyrrus, un planeta extraño y duro, cuyas condiciones geológicas son terribles, y cuya fauna y flora se empeña en eliminar a la población humana de colonos que allí habita, dedicada en su día a la explotación minera. El trato es hacer saltar la banca de cierto casino, para gastar el dinero ganado en armas que sirvan para seguir con la lucha contra los seres vivos de Pyrrus.
Hasta ahí lo fácil para Jason, quien decide ir a tal planeta para refugiarse un tiempo, y descubre que es real y verdaderamente muy difícil sobrevivir allí, donde para empezar la gravedad es el doble que en la Tierra, y cada mosquito, brizna de hierba, pajarillo, quiere acabar con él. La cosa es llamativa, porque descubre que hay otros humanos que viven en armonía y consonancia, a su pyrrana manera, con la ecología del lugar. Se dedica a investigar, y trata de solucionar este misterio.

Todo un canto ecologista, lleno de acción y aventura. Novela muy entretenida, supongo dirigida a un público adolescente, aunque a mí me ha gustado. No es ninguna obra maestra, desde luego, pero sí es animada, peculiar en su objeto, fácil de leer y muy directa, sin artificio ni florituras. Un poco predecible a veces, y con un final creo que bastante mejorable, que deja abierta la puerta para continuar la historia de los personajes por otros derroteros... lo que hizo el autor con libros posteriores que, de momento, no leeré.

procrastinar

Uno ya va teniendo edad, y cada vez cuesta más trabajo, más esfuerzo, hacer ciertas cosas.
La musculatura sigue teniendo fuerza, lo noto, pero supongo que no cómo antaño. Es ley de vida. Igualmente, la resistencia se resiente, pero sin duda, lo que más noto es los tiempos de recuperación.
Esas agujetas que duran más y que aparecen a la mínima, esa pequeña lesión que tarda más de la cuenta en curar, esa elasticidad que se va perdiendo... Todo suma.

Me siento sumamente cómodo en mi sillón reclinable, calentito, leyendo un libro o navegando con mi laptop, y una parte de mí quiere salir a echar una carrerita (no mucho, 30 minutos), pero otra parte me susurra que pa qué, con lo confortable que estoy. Y tengo que hacer un esfuerzo, vencer la resistencia, luchar contra el frío, o el calor, la desidia, la pereza. Supone un esfuerzo intelectual también, porque es mente contra cuerpo, y debe vencer la mente. La mente es un arma poderosa, siempre lo digo.

Y llevo una temporada queriendo cuidarme más, tratar mejor a mi cuerpo por dentro y por fuera. Me empeño en no comer lo que no debo y cuando no debo, y hago hincapié en atravesar ese infranqueable muro que ha sido durante toda mi vida el aceptar que debo probar verduras (descubrir las alcachofas a los 40 tuvo su miga, pero mejor tarde que nunca, ¿no creen?). Pero la tentación de tomar un buen filete con patatas fritas, o ese pastel de postre, o por rutina comer incluso cuando uno no tiene hambre... son cosas contra las que hay que enfrentarse. Todo cuenta, pero sé y noto que mi organismo agradece mucho la moderación, y que debo tragar menos de lo que parece para mantener mis requerimientos energéticos.

Igualmente, tengo que vencer al fantasma de la dejadez cuando sé, a ciencia cierta, que debo tener mi sesión de yoga o simples estiramientos. Así, en frío, siempre cuesta empezar, pero la experiencia me demuestra que una vez metidos en faena puedo pasar un buen rato tirado sobre mi colchoneta buscando asanas inverosímiles, o automasajearme la espalda hábilmente, y disfruto realmente no sólo con el mero hecho físico, sino con la relajación mental que obtengo y los resultados patentes.

¿Por qué, entonces, cuesta tanto dar el paso?

Hoy he salido a correr. Veintiocho minutos. Empecé con veinte hace unos días. Voy subiendo poco a poco, para no cargarme, que me conozco.
Pronto empezaré a coger la bici, tengo muchas ganas, pero debo esperar el momento oportuno para que el disfrute sea total. Seguramente tendré que forzarme al principio, comer ligero para poder salir antes y aprovechar las pocas horas de luz que tenemos. Va a ser una pelea interesante entre el estómago, las piernas y la cabeza, pero estoy bastante seguro de quien va a ganarla.


Procrastinar (según RAEL): diferir, aplazar.

Procrastinar (según wikipedia): La procrastinación (del latín procrastinare: pro, adelante, y crastinus, referente al futuro), postergación o posposición es la acción o hábito de retrasar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Sensaciones excelsas

Un miércoles cualquiera se puede convertir, casi sin darse uno cuenta, en El Gran Miércoles.
Esta tarde ha sido especial por varios motivos, pero ha dejado en el ambiente un sabor agridulce: se ha echado de menos a algunos, pero sobre todo a mi bro, mi pisha, mi Julio de mi alma, que comparte conmigo esta afición desde los primeros días, y hemos seguido juntos la senda del surf con la cometa.

Esta bellísima instantánea que nos regala el maestro Lolo, queda aquí para dejar constancia de lo sensacional de este deporte/arte, pero lo mejor ha sido estar en el agua con viento más que de sobra para diez metros de kite y disfrutar en las olas, en ese parque acuático de atracciones que es nuestro spot favorito:




lunes, 7 de noviembre de 2016

La nave estelar







BRIAN W. ALDISS. Nació el 18 de agosto de 1925 en Norfolk, Inglaterra. Tras terminar sus estudios es llamado a filas por el ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial. Cuatro años más tarde pudo dejar la vida militar, y halló trabajo como librero, mientras empezaba a escribir relatos y poco a poco iba interesando al público gracias a su participación en varias revistas y al ganar el primer premio del popular certamen de cuentos del periódico The Observer. En 1948 se casó con Olive Fortescue, de la que se divorció en 1965 para casarse con Margaret Manson. Su primer libro publicado, The Brightfount Diaries, apareció en 1955, el mismo año en que nació su primer hijo, Clive. A partir de dicha publicación surgieron cada vez más relatos y novelas de su pluma, especialmente de ciencia ficción. Fue uno de los mayores propulsores de la nueva ola de dicho género, que abogaba más por un interés artístico y narrativo que por el tecnológico y simplista de las novelas pulp. Abandonó su oficio de librero para dedicarse por completo a la escritura y al periodismo literario. En 1962 obtuvo el Premio Hugo a mejor relato por la serie de Invernáculo, en 1965 recibió el Nébula a mejor relato por El árbol de la saliva y en 1982, el John W. Campbell Memorial por Heliconia Primavera. En 2005 fue ordenado Caballero del Imperio Británico.

Pero el libro que he leído recientemente ha sido "Non stop", traducido aquí como "La nave estelar". Es un clásico, escrita en los años cincuenta, publicada, creo recordar (perdonen que no me levante a mirarlo) que en 1958. 
Hay todo un subgénero dedicado a las naves generacionales: para recorrer distancias lumínicas, teniendo en cuenta que según E=mc^2 no se puede superar, ni apenas alcanzar, la velocidad de la luz, el único modo de viajar tamaños recorridos es mediante una gigantesca nave con su propio hábitat autosuficiente, en la que vivan miles de personas (con el fin de garantizar la frescura genética), durante muuuuchos años, transcurriendo varias generaciones antes de alcanzar el objetivo.
Ocurre que suelen surgir problemas bastante previsibles. Los más comunes suelen ser que las generaciones nuevas que van llegando no se sienten integrantes del proyecto inicial que los ha metido en esa situación; o pasa tantísimo tiempo que se acaba olvidando el fin, o puede ocurrir cualquier tipo de desastre médico o social. O todo a la vez.

En "La nave estelar" hay un poco de todo, y es un buen modo de introducirnos en este tipo de novelas. La acción transcurre sin descanso, todo no parece lo que es, y lo que es no parece que lo sea. Hay misterios que se resuelven, y otros quedan en el aire, y finalmente no sabemos muy bien cómo acabará la cosa pues el final... bueno, no se lo desvelaré porque es un poco sorpresivo.

El protagonista vive en el seno de una tribu que parece anclada tecnológicamente en la edad media, lo que indica que en algún momento del viaje se ha producido un punto de inflexión, la sociedad que existía se ha fracturado, y ha tenido lugar una involución tremenda. La tribu vive con muchas carencias vitales, pero también culturales, sustentándose en una serie de dogmas en el seno de una curiosa religión. En un momento dado, se forma un grupo de hombres que deciden ir hacia Adelante, en busca de la Sala de Control, animados por un sacerdote que les asegura que viven en una nave. Aunque la verdad es que ni siquiera pueden concebir que haya un mundo más grande que la extraña selva de plantas hidropónicas que les rodea, y mucho menos un espacio exterior con planetas y cosas llamadas "nave". En ese viaje hacia la proa de la nave ocurren aventuras, conocen otras tribus, pero también a los "forasteros", a los "gigantes", ratas inteligentes, conejos telépatas...  Todo para descubrir que sí, que efectivamente van en una nave, y que llevan equis generaciones, y de dónde vienen y hacia dónde van, y el porqué.

Es buena, muy buena novela de pura ciencia ficción. El señor Aldiss es todo un maestro, y derrocha imaginación y capacidad de estructurar algo coherente sobre la base que les acabo de explicar más o menos. 

martes, 1 de noviembre de 2016

Reshirts

Acabo de terminar de leer Redshirts, de John Scalzi:

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De el mismo autor son otras dos novelas recientemente reseñadas aquí, La vieja guardia y Las Brigadas Fantasma, ambas magníficas y altamente recomendables. Léanlas, si es que tienen la poca vergüenza de no haberlo hecho ya.

En lo tocante a Redshirts, la carta de presentación no puede ser mejor, tanto por sus antecedentes, como por los premios obtenidos en el año 2013, uno más tarde de su puesta en escena: Hugo y Locus. No es moco de pavo, aunque ya he hablado anteriormente sobre lo procedente de dichos títulos, o su relación con la verdadera calidad o contundencia del trabajo premiado.

En esta ocasión, no obstante, estoy seguro de que se acertó certeramente, pues estamos ante una obra original en su planteamiento, argumento y tratamiento de ciertas cuestiones. Sale a colación hablar de la metaliteratura, sobre lo que no me extenderé, pues para eso está la wikipedia. Pero Scalzi hace un trabajo cojonudo en este aspecto, y aunque la novela tiene guiños a series ochenteras, detalles que los más maduritos agradecerán, se juega hábilmente con conceptos extraños para la mente asegurada en el presente sin más. El pasado, el futuro, las realidades paralelas alternativas en la distancia del tiempo y el espacio... son temas que Scalzi domina, y todo ello entre el barullo de las relaciones de unos "grumetes" o soldados a bordo de una nave estelar, la "Intrepid", punta de lanza de la Unión Universal, o UU, dedicada a explorar los límites del espacio conocido, enfrentándose a los habitantes alielígenas más dispares y a planetas hostiles.
En cada desembarco que una patrulla de reconocimiento efectúa, inevitablemente muere uno de los tripulantes. Siempre.
Nuestro protagonista  ahonda en la investigación de este peculiar hecho, aparentemente casual, pero pronto descubre que no lo es tanto, y que es algo conocido por casi todos los habitantes del Intrepid, a pesar de que los mandos no parecen prestar más atención de la necesaria a unos meros datos estadísticos que, a su modo de ver, no resultan especialmente escandalosos, pues hay algún curioso precedente...
Pronto, el alférez Dahl descubre, con la ayuda de un misterioso personaje que sobrevive, malvive, escondido en los laberínticos túneles de suministros del buque, la relación estrambótica, increíble, de tales fallecimientos que, en verdad, poco tienen de casual.

No puedo desvelar más de la trama, que es, como digo, nunca vista, al menos por mí. Se resuelve con no pocas aventuras y problemas, mucha imaginación y solvencia absoluta. El libro incluye, finalmente, tres codas en las que se explica el devenir final de tres subhistorias relacionadas con la principal, de modo que quedan todos los cabos bien atados, nada se deja al azar, ninguna pregunta queda sin respuesta.

Un trabajo bien redondo, que no puede no gustar.