martes, 30 de agosto de 2016

kenzo

Se podría comentar mucho de este video, pero mejor les dejo que lo vean. Simplemente.


 

domingo, 28 de agosto de 2016

el enojo

Se acabó.
Un día te das cuenta, lo que ocurre es que se me olvida: me acuesto, duermo, me reseteo, y cuando me levanto vuelvo a cometer el mismo error. Y así durante toda una vida.

Me enojo, me enervo con facilidad cuando veo la injusticia a mi alrededor. Muchas personas tiran basura de todo tipo al suelo de su ciudad, fuman y ensucian a los que están al lado, hablan demasiado alto y sobre temas absolutamente triviales o estériles; se conduce de forma anárquica y absolutamente egoísta, sin importar que otras personas comparten la misma vía, y provocando no sólo molestias a los demás, sino situaciones de peligro. Se llevan perros a la playa, animales que molestan a los demás que no tenemos porqué soportarlos. Padres irresponsables que permiten cualquier cosa, y repito, CUALQUIER COSA, con tal de que sus hijos les dejen tranquilos, y llevan bebés al cine, a cenar a un restaurante, a un bar de copas, lo que sea.
Conceptos como sacrificio, educación, honradez parecen no existir en la sociedad en la que vivo. Y me esfuerzo por comprender y compartir vivencias. Pero lo normal es que al final, indefectiblemente, me quede solo.
Harto de luchar contra estas cosas, porque no veo fin ni solución. Es la naturaleza humana, simplemente. Y ni yo, ni nadie, lo va a cambiar.
Solución a corto plazo para conservar mi dignidad y mi cordura (si es que tengo algo), es ignorar y pasar de todo. 

Ahora comprendo cosas. Comprendo a algunas personas que llevan toda la vida actuando con total pasotismo de todo. Al fin y al cabo, esta sociedad de la que formamos parte... yo no la elegí. Vale, ya soy mayor, he tenido oportunidad de marcharme a otro sitio, pero la verdad es que hacer eso no garantiza que la situación sea diferente. Para nada. El ser humano es el ser humano, en Huelva y en Cabo Norte, en Lisboa y en Kazajistán. En cada lugar con sus peculiaridades, y ya.

Me costará, pero veo que en los últimos meses, durante los cuales no he querido mencionar el asunto, ya he logrado grandes avances. Me enfado menos, soy más feliz, todo me resbala. Yo a lo mío, pero eso sí, sin joder ni molestar a los demás. Faltaría más, porque entonces yo pasaría a formar parte del problema, a ser un ejemplar más de esa grey repugnante de incivilizados sin pasión ni conocimiento, sin orden ni memoria. 

Mucho ojo, que hay filósofos por doquier, y hay, a pesar de todo, gente muy leída e ilustrada (los menos, eso sí, lo tengo claro). Tengo la feliz suerte de haber dado con algunos en mi ya larga vida, y aprendo mucho, soy una esponja, todo me cala y profundiza en mí.

Soy más libre. Soy más feliz. Y recuerdo el ya lejano día que inicié este bloc, su fin, y su título.

Besos y saludos a todos.

prestaciones y consumo

En los últimos 199'3 km, mi moto ha consumido exactamente 7'38 litros de combustible. Yo sabía, porque llevo alucinando un año, que la 690 gasta muy poco, pero medias de 3'69 l/100km me parece que raya en lo ridículo, máxime teniendo en cuenta las prestaciones del objeto motorizado en cuestión.

3'69

Un número bonito, podría ser una constante matemática tipo pi, o phi, o c

Conducir exclusivamente por carretera, los neumáticos casi lisos, trasladarme a velocidades legales entre tramos, la no necesidad de exprimir el motor en la zona de curvas (merced al muy aprovechable par motor)... todos ellos factores que sin duda algo han tenido que ver para lograr esas cifrar sin proponérmelo.

Sin más preámbulo, les resumo a base de imágenes extraídas de la extensa base de datos de la interwebs, el recorrido que he realizado esta mañana, a partir del alba, muy placentera y solitariamente: 


Resultado de imagen
Beas

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Niebla

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Valverde del Camino

Resultado de imagen
Membrillo Alto

Resultado de imagen
Marigenta

Resultado de imagen de La palma del condado
La Palma del Condado

Resultado de imagen de Villarrasa
Villarrasa

Y de ahí a casa pasando por Niebla y San Juan del Puerto. Buena temperatura, escaso o nulo tráfico, placer a raudales.
¿He comentado ya lo bien que se comporta la 690 en curvas?
Pues eso. Aún estoy cogiendo confianza, y me veo lejos de ser lo que fui, con lo que me viene a la cabeza aquella famosa frase que aprendí en una tienda de tablas de surf de Sagres: The older I am, the better I was, cuando más viejo soy, mejor era.

Llegar a casa sano y salvo, sin sustos ni percances, poder engrasar la cadena para tener la moto lista de cara a siguientes salidas, y apretar diez clicks la extensión del amortiguador y una vuelta el tornillo de compresión a alta velocidad. 
Me encanta esta moto!!!!

miércoles, 24 de agosto de 2016

Al final del arcoiris




Sinopsis:
Un equipo de burócratas de la Alianza IndoEuropea encuentran dos hechos completamente irrelevantes en sí, pero cuando analizan su relación, encuentran las posibilidades aterradoras. Un vector de una epidemia respiratoria es encontrado esparciéndose por el Mediterráneo, este virus es llamado Nuevo Amanecer.
Un equipo del centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades, junto con hobbistas de la genética, desarrollan una cura, y este hecho es olvidado hasta un partido de fútbol, donde al medio tiempo se presenta un anuncio de guirlache (un dulce de almendras y caramelo) la respuesta es desproporcionada, mediante referencias cruzadas de información encuentran que las personas infectadas respondieron descontroladamente al anuncio. La siguiente interpolación es obvia: si alguien creo un virus selectivo que obliga a algunas personas a comprar de forma masiva, ¿qué les impide crear otro que mate también de forma selectiva?
Tres agentes de la alianza Indoeuropea realizan una extraña alianza con un intermediario, cuyo nombre y avatar es "El señor Conejo". Este les promete encontrar el laboratorio responsable, y la explicación de todo.
Este es el planteamiento de la acción. Al mismo tiempo se introduce al personaje protagonista (aunque dudo si el verdadero protagonista encubierto es el señor Conejo...): Robert Gu es un anciano de 70 años que padece Alzheimer, quien al borde de la muerte recibe un tratamiento de prueba que lo recupera de forma milagrosa, pero despierta en un futuro muy, pero muy diferente a lo que él recuerda.
La tecnología del futuro próximo es vestible (weareable), es posible la transmisión de mensajes instantáneo sin electrónica, lentillas electrónicas nos permiten vivir una Realidad aumentada. La valía de una persona no depende de su inteligencia o conocimientos, sino de su capacidad de filtrar toda la información disponible, de la manera mas rápida, para encontrar la mejor solución posible, la aplicación mas brutalmente literal del concepto taoísta de saber sin saber.

El personaje mas enigmático del libro es el Sr. Conejo, existen varias personalidades posibles: el hacker social mas inteligente de todos los tiempos, un superespía internacional, o una inteligencia artificial con mucho, mucho tiempo libre. Esta cuestión se deja sin resolver, o al menos yo no lo he podido deducir de una primera lectura de la novela. Tampoco es que importe, pero si se puede considerar a Conejo como un personaje importante o casi imprescindible, no estaría de más resolver a qué o quién pertenece su personalidad.

Cada vez que Vernor Vinge saca una novela es un evento en la comunidad de ciencia ficción, en el 92 gano el Hugo con Un fuego sobre el abismo, en el 99 con Un abismo en el cielo, y lo volvió a lograr en el 2007 con Al final del Arcoiris.

Este es un libro de ciencia ficción recomendado para el lector interesado en las novelas muy plausibles que traten del futuro próximo, con una carga muy alta de temas de informática y un análisis soberbio del mundo que experimentaremos dentro de algunos años. Todo lo que se lee en ella es verdaderamente posible, y además en un plazo de tiempo no muy lejano si la tecnología sigue avanzando como lo está haciendo. 

La crítica ha sido dispar a la hora de analizar la calidad de esta obra, la verdad, y hay tantos detractores como verdaderos ilusionados con su lectura. Yo pertenezco al segundo grupo, pero es que a mí el bueno de Vernor me tiene conquistado con todo lo anterior que he leído suyo. 
Es encomiable y tierno a la vez el esfuerzo por describir la situación y vida de un afectado por el terrible mal del alzheimer, y perfectamente creíble todo lo que le pasa a Robert Gu en su recuperación. Sólo por eso ya merecería un reconocimiento el autor. Pero su calidad va mucho más allá, al conjugar esos aspectos humanos, sus relaciones con sus parientes vivos, una exesposa, hijo, nuera y nieta, incluso los recuerdos de su fallecida hermana, con los problemas de adaptación a una sociedad que es muy distinta a lo que él recuerda, llena de inútiles que se apoyan constantemente en un mundo virtual y a un acceso prácticamente ilimitado a la información en todo momento y lugar...

Me ha gustado mucho, pero reconozco que es un tipo de ciencia ficción dura no apta para todo el mundo.

lunes, 22 de agosto de 2016

Más y más

Bastante avanzado el verano, en un día tonto sin particularidad alguna más que la casi ausencia de viento y olas, se me ocurre dar un paseo en windsurf, más que nada por los viejos tiempos, porque me apetecía, y por hacer algo. 
La playa puede ser muy aburrida si uno no puede aguantar quieto más de cinco minutos, como me pasa a mí. Menos mal que gracias a Norax, una escuela dedicada a actividades náuticas, enclavada junto al chiringuito Mosquito, puedo disponer de tablas de SUP, catamarán, un lugar para guardar a buen recaudo mi material de kite, y también tablas de windsurf.
Pero Pepe, mi pequeño, también estaba un poco aburrido, y me preguntó "papá, ¿me enseñas?". Claro, no me pude resistir. Yo soy de la idea de no tratar de imponer mis aficiones, cada cosa a su tiempo. Los niños tienen su ritmo, cada uno el suyo, y es normal que se cansen enseguida si ven que no se divierten o progresan según sus iniciales expectativas, por lo que hay que tener cuidado con lo que se enseña y cuándo se enseña. Doce años de edad es un buen momento para aprender cualquier actividad relacionada con el mar, y el noble arte de la navegación en tabla de vela es un deporte bello, a veces duro, pero siempre gratificante. 
El windsurf fue lo que me introdujo, hace casi treinta años, en el amor a los deportes acuáticos veraniegos, así que, ¿qué mejor ocasión para meter el gusanillo a mis hijos?

Tras unas nociones muy básicas (no es bueno aturullar con información excesiva la cabeza de un pequeño que sólo piensa en meterse en el agua a surfear), le monté el aparejo, y al agua que nos fuimos. Un par de indicaciones más sobre el terreno, y aprovechando unas condiciones ideales de mar y viento para aprender, en un par de minutos ya estaba navegando.
Yo no podía salir de mi asombro. Fue alucinante. ¿Dónde está el límite de la habilidad, de la sincronización, de la memoria muscular, en un niño de doce años? Es cierto que el material adecuado, y el día perfecto, y por supuesto la guía y consejo de un padre amoroso, prudente y sabio, pueden hacer milagros.

Pepe a punto de arrancar en su primer bordo. Momento emocionante para ambos.

Estuvimos mucho rato en el agua, él navegando para acá y para allá, y yo le seguía como podía a nado.
Cuando llegó el momento de descansar, le dije que avisara a Manu, el mayor. Con quince años, su disposición a las novedades es distinta, y también lo son, y mucho, sus cualidades físicas. Manu lo hizo todo mucho más fácil, es un jovencito que cazó enseguida el concepto, lo que unido a su experiencia con el kitesurf hizo que saliera navegando incluso más rápidamente que su hermano menor. ¡Oh, maravilla!

Todo el océano para que Manu aprenda. Fetén.
Pepe dijo, a posteriori, que estaba "totalmente destrozao", y con una quemadura en un dedo de la mano derecha de tanto drizar. Para Manu, fue un simple paseo, se nota que quería más guerra, más viento, más olas. Es una bestia marina, carne de waterboy.

Por supuesto, yo me di también un breve paseo recordando tiempos lejanos, y con mis últimas incursiones en el surf a remo, me considero, a mi humilde modo o categoría, un waterman modestísimo.

domingo, 21 de agosto de 2016

Paseando

La moto trail tiene muchas caras. Muchas. Tantas que pienso que es difícil sacar todo el partido del que son capaces. Y esta es una afirmación que me atrevo a asegurar delante de cualquiera y donde se quiera.

Ya he ido contando en este mi bloc los sucesivos avatares para lograr "carreterizar" mi 690, y el último paso ha sido montar esta semana una goma trasera acorde con la delantera, Conti Trail Attack 2 que, a pesar de ser medida idéntica a la original, ha quedado un poco picuda, como cuando utilizas una garganta demasiado estrecha para la anchura del neumático...
En fin, no todas las ruedas son iguales, y una misma rueda en distintas medidas puede no solo aparentar diferencias estéticas, sino también funcionales.

En estas cosas iba yo pensando esta mañana, aún retumbando en mi cabeza los fantásticos acordes de Alt-J con su deslumbrante tema Every other freckle, un espectáculo sonoro por el que estaría dispuesto a hacer cientos de km y pagar muchos € por poder verlo en vivo: 


Todo el video es una OBRA DE ARTE contemporáneo, cosas de la tecnología de nuestros días: producción, composición, interpretación, filmación, montaje... Chapó, sin más.

Volviendo a la realidad que me rodea (de la que sin duda forma parte la música a menudo), bien temprano me enfundé mi traje protector de cuero de una pieza, con botas, espaldera y guantes, amén de elemento protector del cráneo, y previo llenado del depósito, tiré por la sempiterna N-435, por ir por una carretera muy conocida por mí, y en la que no iba a someter a la rueda delantera (aún en pruebas de resistencia) a fuertes esfuerzos. 

Hace más de un año que no acometía empresa semejante, y reconozco que esta actividad necesita tiempo, kilómetros y muchas curvas para coger confianza en las posibilidades que el conjunto ofrece... que no son pocas. 

En la siguiente toma fotográfica pueden ver parte del aparcamiento de la venta del cruce de Santa Ana la Real, con un primer plano de mi máquina, que aparece escuálida acompañada de diversas bestias del asfalto: 

Parece fuera de su elemento... pero en verdad no es así.
Un local abarrotado de turistas que buscan temperaturas más suaves en la sierra, y de numerosos motoristas, pero pude encontrar un hueco para sentarme y disfrutar de la siempre magnífica tostada de pan de pueblo con el mejor jamón recién cortado de la pata (negra, por supuesto). El café, bueno, sin más, que no es poco.
La tostada, quizá la mejor de la zona:



Un rato leyendo la prensa en mi terminal portátil, y pronto encaro el regreso antes de que empiece a apretar la calor, cosa que disfruto más. Siempre me gustó muchísimo la subida del puerto justo antes de llegar a Zalamea, pero reconozco que ni mi dominio, ni tampoco el ritmo, son los de antaño. Lejos quedan los tiempos en que lijábamos nuestras rodillas en el asfalto a velocidades infernales, cosas que hoy nos meterían en la cárcel directamente... pero hay muchas formas de disfrutar. La edad y la experiencia, y también lo que uno lleva entre las piernas (todo hay que decirlo), te hacen ver la cinta negra que se retuerce, sube y baja, de un modo distinto. No mejor ni peor, simplemente distinto. 

Mucho disfrute es lo que ha habido, entonces y hoy, y he llegado en tiempo y forma para sentarme a ver tranquilamente las carreras de la República Checa.

miércoles, 17 de agosto de 2016

El Pintón

Ah, Sevilla, sí, esa ciudad con cientos de años de historia y arte por sus calles...

Es un placer pasear al atardecer, poco antes de la puesta del Sol, por el centro de la capital andaluza en verano. Casi habrá desaparecido el bochornoso calor que todo lo aplasta y disuelve. 
Es lo que hice el sábado, aprovechando la visita de unos familiares. Hacía muchísimo tiempo que no disfrutaba de un paseo así, y me alegré de haberlo hecho, sobre todo la parte que consistió en subir a "las setas" de la Plaza de la Encarnación.
Esta obra arquitectónica casi meramente ornamental, no exenta de la polémica popular que conlleva casi todo lo que se hace o dice en Sevilla, me parece fantástica. Hay que tener muchos cohone para hacer algo así, tan vanguardista, casi conceptual, en el centro de una ciudad tan clásica y reaccionaria con lo suyo. Pero la cuestión es que se hizo, y gracias a eso hoy se puede disfrutar de un mirador privilegiado desde el que se nos permite observar muchos rincones curiosos. Experiencia altamente recomendable.
Como nota curiosa, y que ya he visto en otros muchos sitios, hay situados estratégicamente unas grandes fotos en las que se señalan los principales monumentos que tenemos delante y así poder localizarlos. Se me ocurre que sería una gran idea desarrollar una aplicación de la empresa que explota el mirador para que lo podamos disfrutar en modo de realidad aumentada en nuestro móvil o tableta. Sería cojonudo.
Sea como fuere, aún así la experiencia es gratificante y bella, y no sé cómo en los cinco años que lleva esa cosa ahí enclavada, no ha sido hasta ahora que yo he disfrutado de ella.

El paseo nos llevó por Campana, Rioja, Cuna, Francos, Sierpes, Tetuán, etc., con la casi totalidad de tiendas y bares cerrados. Esto es Sevilla y en agosto. Un centro casi vacío, si no fuera por algunos turistas despistados, o renegados que se salen de los circuitos habituales del disfrute estival como yo.

Finalmente acabamos en "El Pintón", un restaurante modernito, gastro-bar, o como se quiera llamar, para tomar la cena. El sitio, en plena calle Francos, no puede ser más sevillano, aprovechando una enorme casa antigua restaurada, con su buen patio interior, y muchas estancias en las que se aprovecha óptimamente el espacio para poner mesas aquí y allá. Se han mantenido detalles decorativos (no sé si por exigencias legales municipales dirigidas a proteger el patrimonio de los demás, o qué) como contraventanas, techos artesonados, escenas sobre azulejos pintados, suelos... Todo muy bonito, la verdad, que contrasta perfecto con mesas y sillas de corte moderno, y otros detalles de decoración que aunque sobre el papel pudieran chocar, en la práctica visual ejercen un efecto notable: cactus en enormes maceteros, cabezas de toro y de cabra realizadas en mimbre y esparto, muebles y aparadores pintados en blanco.
Ni que decir tiene que camareros y encargados son todos bastante jóvenes, como corresponde a un negocio así y que, además lleva poco tiempo abierto.
Pasemos a lo importante, porque allí habíamos ido a cenar, eh. Y es entonces cuando llega el desastre, el desvarío y la tontuna.
A ver, estamos en Sevilla, y si se ofrecen calamares fritos, estos deben ser CALAMARES, y no chocos a medio hacer, absolutamente insípidos y con un rebozado que se cae en cuanto lo rozas con el tenedor. Por no hablar del adobo. ¿Adobo?, aún me sigo preguntando dónde estará el vinagre usado para cocinar ese peculiar y típico plato mundialmente conocido por su sabrosura y fuertes aromas. Incomprensible lo fácil que se puede ir al traste una cena. 
Otros dos platos pude probar: una ensaladilla con ahumados (que fue lo más normal), y un pulpo braseado que a pesar de no estar mal del todo, se lo cargaron por recubrirlo de una mezcla de pequeñas cosas trituradas entre las que pude identificar kikos de maiz y algún que otro fruto seco. 

Que sí, que el diseño vende, pero creo que ya pasó la época en que lo que importaba era únicamente la forma, la fachada. Vivimos en la era de la calidad, señores, hay que amarrarse los machos y ofrecer un producto competitivo. Hay que dar buen servicio en la mesa, camareros rápidos y hábiles, preocupados por agradar y conocedores de lo que tienen, que ayuden al comensal, y no que lo distraigan o confundan.
Odio cuando un camarero quiere explicar de qué se compone un plato o un postre, y mete un "vale" cada tres palabras. Odio que si pido una cerveza más grande que una caña me pregunten que si prefiero una pinta. ¿Una pinta? Estará usted de cachondeo, ¿no?. Te quie iii ar caraho!!!!!
Manda huevos. Lo que quería era una copa grande, o en su defecto una jarra. Pero, oh, qué necio fui, una jarra no pegaba en aquel ambiente sacado del cuaderno de dibujo del mismísimo Billy Apple o Roy Lichtestein...



Y luego está el asunto del aire acondicionado. No, no es bueno que uno venga de 28ºC en la calle y se introduzca por una puerta dimensional para aparecer en la Antártida. No es sano, ni conveniente. Suele crear malestar, la comida se enfría en segundos, y curiosamente no impide que la cerveza tarde más en calentarse. Debe ser que la cerveza tiene su propio microclima independiente e inalterable por factores externos.
Bueno, yo lo achaco a los guiris. Sí, los guiris. Los pobres guiris lo pasan fatal en Sevilla, y se comprende. No están acostumbrados al plomo fundido que cae sobre sus cabezas inmisericordemente, y piden árnica en modo de climatización a 15 grados sobre el punto de congelación del agua, lo que, a todas luces, es una pasada y va contra toda lógica, sobre todo cuando uno va a la Gran Bretaña profunda (no a Londres), y tras casi vomitar por dar un primer trago a una birra caliente (allí sí ponen pintas), me explican que esa honorable bebida se sirve allí siempre natural, o sea, fría en invierno y caliente en verano. Repugnante. No entiendo, entonces, porqué esa exigencia de meter el iglú en pleno centro de Sevilla. Es como quitarle parte de la salsa, anular algún condimento esencial a la experiencia sevillana. No, señores turistas, a Sevilla se viene a pasar calor, tela de calor, y más en agosto. Y si no, pues vayan a Vitoria, a Lugo, quédense en Edimburgo o en la Alsacia.
Pero como en tantas cosas de la vida, la pela manda, y si el cliente quiere brisa polar, pues toma dos cazos...
Pasamos ahora a un último detalle de diseño:



Estos son el anverso y el reverso de la tarjeta de visita del local. No me pregunten cual es cual, porque no lo sé. Como ven, llenos de detalles imaginativos, sobre un papel/cartón grueso, de calidad, y con tintas caras. Eso ha costado una pasta, pero una passssta. Aunque a mí se me escapan muchos detalles, y es que debo estar haciéndome mayor y absolutamente pasota, resbalándome las nuevas tendencias: qué significa la estrella dorada en el ojo del señor ese; quién sea ese señor (el pintón, seguramente); porqué pone {i'am}, cuando lo correcto es I am, o I'm. Y así sucesivamente.

En resumen: no volveré.

jueves, 11 de agosto de 2016

Diario de hydrofoil. Y van...

Un ratito más se ha podido echar.
Aún con mucho miedo dado el escaso viento existente, apenas lo justo para mantener la 15 metros en vuelo, y con cierto oleaje, me hice el valiente y me introduje entre los practicantes de paddle surf, AKA gondoleros, para intentarlo.

Salir del rompeolas se torna empresa delicada a lomos de esta máquina mortífera, sobre todo cuando la pericia es casi inexistente. Pero con voluntad y tirando de tozudez, casi todo se logra en esta vida. Enseguida estaba sobrevolando las aguas, pasando por encima de las ondulaciones líquidas, ignorando la ausencia de fuerza eólica, merced al viento aparente generado. ¡Cuidado!, las alarmas se encendían cuando llegaba el momento de echar cuerpo al agua para dar la vuelta, recordando la no lejana tarde en que tuve que ser rescatado por perder la sustentación de la cometa... 
Sin dejar de moverla, en un baile sincronizado desde la barra con una mano, mientras con la otra cambio el sentido de la tabla y me ayudo a introducir los pies en las cinchas, salgo en sentido opuesto. Los primeros bordos son un poco de tanteo, de recuerdo. no logro ganar barlovento, pero enseguida voy cogiendo el truco de nuevo, y pronto me veo ciñendo tanto y a tal velocidad que tengo la falsa impresión de que el viento ha rolado su dirección...  Todo esto cambia los esquemas de la navegación con cometa, es una experiencia tan nueva y en tantos aspectos que necesito salir del agua y reposar lo vivido. Absorber, racionalizar, repasar, revivir. 

No fue mucho rato, apenas veinte minutos, creo, pero el cúmulo de sensaciones es grande. Sigo disfrutando mucho de esta vivencia, que voy condurando sin prisa, sin urgencia, saboreando cada momento. Sé que el recorrido para dominar este artefacto es largo y lleno de piedras, pero también sé que lo conseguiré.

cita:

I hear, I know.
I see, I remember.
I do, I understand.

Confucio

lunes, 8 de agosto de 2016

19

Sí, diecinueve. Es el diámetro, en pulgadas, de la llanta delantera que le he puesto a mi LC4, en sustitución de la original de 21.
Me embarqué en ello principalmente para aprovechar el neumático que tenía de cuando la BMW, con la intención de darle un carácter más asfáltico a esta fantástica moto. Como ya he explicado anteriormente en este mismo bloc, la he radiado yo mismo, con no pocos problemas por haberme enviado una medida equivocada de los radios, contra lo que yo pedí... pero pelillos a la mar. Con un poco de esfuerzo y ayuda por parte del taller Monkey Road, y con un repaso final tras colocar el neumático y el disco de freno, hoy la he podido estrenar, por fin. Han sido meses, un tiempo excesivo, motivado por diversos avatares. Y es que todo no se puede llevar palante!!!



El neumático es un Continental Trail Attack, que agarra de sobra, es casi como una goma deportiva de carretera. Ahora toca cambiar la goma trasera, seguramente por otro Conti igual, más que nada porque en esa medida (140/80-18) hay poco donde elegir.

Tras un primer paseo de prueba por la ciudad y su circunvalación, la moto no hace cosas raras. He intentado no frenar muy fuerte, y voy con un poco de aprensión: no me fío de mí. Aunque ya he radiado varias ruedas de bici, es la primera vez que lo hago con una moto, y la cosa impone más respeto porque las fuerzas implicadas no tienen nada que ver, sobre todo la frenada, que es donde creo que más sufre una llanta de radios. No obstante, no he notado flaneos extraños, pero es que he ido con mucho cuidado y mil ojos...
En fin, por experiencia sé que esos miedos irán desapareciendo con los kilómetros.
Me ha llamado la atención que el velocímetro apenas ha variado, a falta de comprobarlo con GPS. ¿Irá con el sensor de la rueda trasera? Si es así, es cosa nueva en esta moto, pues hay tutoriales en la red para cambiar el diámetro de la rueda delantera en el cuadro electrónico cuando se monta un kit de supermotard (llantas de 17). Ese es el último detalle que me queda por comprobar, junto con endurecer la comprensión de la suspensión.

En definitiva, hay que adaptarse. No es que sean dos motos en una, no es un cambio tan radical como montar ruedas de 17, que implican mucha más anchura y un cambio más claro de geometría, pero ayuda en las curvas de asfalto, no cabe duda.

Jason Bourne

Hacía tiempo, bastante, que no pisaba una sala de cine, y no lo he podido volver a hacer en mejores condiciones: yo era el único espectador, la temperatura del acondicionador de aire estaba correctamente regulada, y la película ha sido muy entretenida.



Soy muy fan de la serie de pelis dedicadas a la Bourne, e incluso la cuarta entrega me pareció pasable y aleccionadora del universo del Programa Treadstone, que tantos quebraderos de cabeza dio, da, y seguramente todavía dará al bueno de Jason.

En éste, su quinto episodio, Damon vuelve a la franquicia que tan pingües beneficios le ha proporcionado, y demuestra que sigue en plena forma, y que a pesar de los años es muy capaz de correr, saltar, pelear como un jabato, presentar un cuerpo trabajado, y tener agudeza de reflejos y pensamiento. Aparte, sigue demostrando habilidades sobrehumanas como sobrevivir a una caída desde un quinto piso, asimilar un balazo en el abdomen como si nada, ser inasequible al cansancio, y los porrazos más brutales recibidos en la cabeza no le afectan en lo más mínimo. Amigos, ¡yo quiero que la CIA haga ese experimento conmigo, joder!

La peli sigue el conocido esquema que ya hemos visto tantas veces, e introduce nuevos elementos en la saga, como el verdadero y auténtico deseo de venganza familiar por causa de la implicación de su padre en todo el asunto. En medio de todo, las típicas persecuciones, peleas, citas en lugares públicos que se convierten en carreras por pasadizos, túneles, calles y azoteas, y tal y tal.

Bueno, vale, puede dejar un poco de sensación de dejá vue, pero cuando lo pasamos por la batidora con la dirección de Paul Greengrass, y con la ayuda de la actuación de T. Lee Jones, Vincent Cassel, Julia Stiles, y la recientemente oscarizada Alicia Vikander (con el papel quizá menos convincentemente desarrollado de todos, es curioso), el cocktail resultante no desmerece de ninguna manera en ese infravalorado nicho que es el cine de acción. 
Habrá quien achaque que hay demasiado movimiento de cámara, y que en ocasiones las escenas pueden resultar borrosas, oscuras, pero creo que esto es así desde le primera película de Bourne, y forma parte ya de la estética de la serie. Técnicas que a lo mejor encubren o disimulan otros defectos, pero que a la postre no se puede negar que aportan dinamismo y meten aún más al espectador en la acción.

Mención aparte y expresa merece la persecución final, que considero una de las mejores de las historias del cine, y que me hizo recordar aquella de Blues Brothers 2000, en la que hay una épica escena con lo que me parecieron cientos de coches de policía estrellándose en una autopista...

En resumen, un imprescindible si es usted un aficionado a este tipo de cine, y quizá, con suerte, ya se haya puesto punto y final a la historia de Jason, que bien merece un descanso.

viernes, 5 de agosto de 2016

Matrix

¿Estoy solo?
¿Vivo en un mundo aparte?
¿Soy el único que se percata de que los nefastos periodistas nos tenían metidos en un Matrix irreal? Yo veo los bares llenos, la playa a rebosar de gente y en Navidad una locura de compras, pero leo los periódicos y ciertas webs y "estamos en la ruina", "tenemos un 20% de pobreza", "los niños pasan hambre"... 

Insultan a nuestra inteligencia en nuestra cara sin vergüenza ninguna. 

¿Por qué? ¿Cuál es el objetivo? 

Durante años he leído prensa en el desayuno, de varios signos, de uno y otro lado, esos bandos eternos e indisolubles que pueblan nuestra España. Y dan una imagen de un país, de una sociedad, de ciudades y barrios que, clara y obviamente, no se corresponden con la realidad. Es bochornoso. Mienten, engañan, maquillan, tergiversan, y a menudo inventan. No se aportan datos importantes, se obvian sucedidos inexcusablemente, se retuercen intenciones, se prejuzga, y por supuesto se sentencia y ajusticia sin pudor. 
Entiendo que un periodista tiene que comer, como todo el mundo, pero ¿dónde está el límite? El límite del honor, del buen hacer, del trabajo bien hecho (ese con el que uno se podría ir a dormir con una sonrisa de satisfacción en la cara mientras apoya la cabeza en la almohada), todo eso lo enseñan en la Facultad de Periodismo, hoy muy eufemísticamente Ciencias de la Información (o de la Desinformación). O deberían.
Es probable que haya una asignatura que se llame algo así como "deontología del periodismo", "ética periodística", o similar... pero de las intenciones y el honor no se vive, con conceptos abstractos y manipulables, a menudo subjetivos (aunque hay verdadera y fehacientemente señales de que se pueden objetivizar sin problemas incluso por un niño de dos años), uno no puede comprar el pan de cada día, y un puesto de trabajo no tiene precio en los tiempos que corren. Yo creo que a pesar de lo que digan, eso siempre ha sido así. Siempre hemos tenido que trabajar para vivir, y si para eso hay que mentir, engañar, robar, manipular y hasta matar, pues se hace. Es la vida, la ley del más fuerte, la jungla.

Consecuencia inevitable: dejar de leer prensa, webs de noticias, y de ver tendenciosos telediarios. El cuarto poder cae víctima de su propio éxito, de su codicia, de su incompetencia por ofrecer un producto de calidad. 

Menos mal que nos siguen quedando los libros.

Esta entrada un poco catártica ha sido inspirada por la lectura del último artículo de la siempre magnífica Yael Farache. 

jueves, 4 de agosto de 2016

Stendhal y lo sublime

El síndrome de Stendhal (también denominado síndrome de Florencia o estrés del viajero) es una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, temblor, palpitaciones, depresiones e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando estas son particularmente bellas o están expuestas en gran número en un mismo lugar.

Más allá de su incidencia clínica como enfermedad psicosomática, el síndrome de Stendhal se ha convertido en un referente de la reacción romántica ante la acumulación de belleza y la exuberancia del goce artístico.

Se denomina así por el famoso autor francés del siglo XIX Stendhal (seudónimo de Henri-Marie Beyle), quien dio una primera descripción detallada del fenómeno que experimentó en 1817 en su visita a la basílica de la Santa Cruz en Florencia, Italia, y que publicó en su libro Nápoles y Florencia: Un viaje de Milán a Reggio: «Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme».

Fuente: Wikipedia.

Valga como referencia que yo he estado en esa basílilca y la cosa no es pa tanto, la verdad. Esos artistas bohemios, muy finolis y criados entre algodones y prebendas, eran harto sensibles. 
También debo aclarar que el concepto del famoso síndrome me lo hizo notar mi amiga Helen, quien me habló de ello en el seno de una conversación sobre lo sublime. Ah, sí, lo sublime... algo tan excelso que se da en pocas ocasiones. Gracias desde aquí, amiga Helen, por iluminarme.

Pero hoy sí, mis escasos y habitualmente aburridos lectores. Hoy he alcanzado algo que debe ser aquéllo que llaman lo sublime, en el aspecto culinario, y es que tengo la gran suerte de compartir vida con una mujer que disfruta en la cocina, y disfruta haciendo disfrutar a los demás. Desde aquí mi más cierto y sentido homenaje a ella, mi limitador de velocidad, que hoy me ha preparado un manjar digno de reyes, de emperadores, todo ello sobre la base de esto:

productos de la mar, frutos del mar se les llama en inglés
Unido a un espectacular caldo, y el arroz correspondiente, fue la excusa perfecta para estrenar el recién adquirido perol de barro: 


Manjar divino, me atrevo a afirmar, elevando a categoría capitolina la calidad de lo puesto sobre la mesa frente a mí. He disfrutado muchísimo, saboreado cada cucharada. He cerrado los ojos y me he visto trasportado al Valhala, he alcanzado el Nirvana, el Edén... Sirvan estas metáforas para transmitir mi goce.

Gracias, Espe. Soy afortunado. Soy feliz.

experimentos moteros y evolución hydrofoil, dos por uno

Hace ya unos meses comencé el proceso. 
Tenía guardada una rueda completa de mi ex BMW, y podía aprovechar la llanta para montarla en la 690. Para ello, tiré de web, y adquirí un buje apropiado, y con la colaboración siempre inestimable y desinteresada de Monkey Road, me llegó un paquete de radios con sus correspondientes cabezillas.
Cómo calculé la longitud de los radios es un tema árduo y propio de gurús de montaje de ruedas a la carta, todo un arte casi desaparecido actualmente...

Mientras tanto, mandé pintar la llanta, que era del color natural del aluminio, en un tono negro a juego con la rueda trasera original, para que no diera mucho el cante en la calle.

El caso es que me junté con lo siguiente una tarde cualquiera de primavera:


Con ese panorama, y accediendo a mi memoria de las varias ruedas de bici que he montado, con lo aprendido, me dispongo a meter los radios por los agujeritos esos, con un orden predeterminado, dado por la lógica, pero también por la observación. Primero los de un lado, los que van en el mismo sentido:


Sigo con el mismo lado, pero ahora los que van cruzados:


Misma operación en el otro lado, y nos queda algo así:


Un poco de apriete, poco a poco, intentando que los radios queden todos más o menos igual de tensos, y montamos en la moto para tratar de centrar. El centrado tiene su miga, porque esta no es una llanta de bici, mucho más blandita y dócil. Al centrarse desde cero, hay que tener mucho cuidado para que no quede excéntrica, porque iría dando saltos en marcha, con grave riesgo para estabilidad. Todo esto se aprende, fundamentalmente, con ensayo y error, mucha paciencia y calma:


A día de hoy, ya tiene montado el neumático, un Conti Trail Atack, que me dio gran resultado en la BMW por su agarre. La llanta es de 19 pulgadas, mucho más adecuada para carretera que la original de 21, que permite un tamaño menor (menos inercia, más manejable, permite montar goma más ancha), sino que cambia un poco la geometría de la moto cargando más peso delante, que en carretera siempre viene genial. 

Estoy a falta de cambiar el disco de una rueda a la otra, finiquitar el ajuste fino del centrado después de montar el neumático, y ajustar el velocímetro digital para que marque la velocidad correcta.

El caso es que apenas tengo tiempo, porque eso me iba a llevar una tarde completa seguro, haciendo las cosas bien. Como saben algunos de ustedes, adquirí un hydrofoil que me permite navegar en días de viento ridículamente escaso, y es una experiencia increíble. He tenido una sesión más, sólo una, en condiciones verdaderamente ideales para aprender ese noble arte, y en una media horita, no más, he dado un paso de gigante (o eso me lo parece a mí, eh), logrando volar en ambas direcciones largos trechos, y empezando a dirigir el rumbo, quedando impactado, en serio, por la ceñida que se puede conseguir con el bicho.
Todo lo que yo pueda escribir aquí sobre la experiencia de navegar con un hidroala, jamás se parecerá o acercará a poder transmitir la sensación que realmente es. La idea de navegar medio metro o más por encima del agua, como flotando en el aire, como si fuera volando de facto, con ausencia de ruido, es algo único, en serio. Al principio pensaba que era algo totalmente diferente a lo demás relacionado con el kite, pero ahora que llevo más sesiones, ahora que empiezo a ver luz al final del tunel del aprendizaje, creo que no es así en realidad. Es tan diferente como lo puede ser llevar un twintip y una tabla de surf o un skimmy. Pensaba que era un deporte nuevo y totalmente distinto, pero veo que no, sino que es un paso más allá, y que pronto empezaré a implementar mis conocimientos de maniobras con el foil. 

Es curioso, me veo, de repente, deseando que no haya viento, en vez de que entren 20 nudos...

¿Es grave, doctor?

lunes, 1 de agosto de 2016

Alpha Dog

Esta peli de 2006 es la que me tuvo entretenido un par de tardes, fundamentalmente por su metraje (cómo no, excesivo). Casi dos horas de reloj. Siempre me hizo gracia la expresión esa. ¿De qué iban a ser si no?



Desde luego, no sé cómo pudo pasar desapercibida, pero destaca, sin duda, entre la mierda que uno está acostumbrado a tragar cada viernes cuando consulto los estrenos de la cartelera.

Ver en el mismo largometraje a Willis, Sharon Stone, Timberlake y otros, es un plus siempre recomendable. Soy muy fan de Bruce W., pero sobre todo de la genial Stone, y en esta peli lo clavan.

La historia, basada en un hecho real, va de un grupo de jóvenes hedonistas, con poco oficio y sí mucho beneficio derivado del trapicheo con las drogas. Resulta que uno debe pasta a un camello, y para forzar el pago de la deuda, se le ocurre al camello la feliz idea de secuestrar al hermano pequeño del deudor... lo que provoca una serie de consecuencias imprevisibles, hasta el previsible desenlace final, acorde con la realidad y lejos de lo que uno quizá esperaba, confiando en el buenismo de la especie y nuestras ganas de que las cosas sean justas y misericordiosas.
Pues no, no son así, y esta película es una buena prueba de ello.

Me ha gustado, he disfrutado mucho en estas tórridas noches, un soplo de aire fresco.