Age is a cuestion of mind over matter.
If you don't mind, it doesn't matter.
Satchel Paige
sábado, 30 de diciembre de 2017
viernes, 29 de diciembre de 2017
Conversaciones (I)
Y me asaltó una nueva duda. Y aunque traté de reflexionar sobre ello, mi limitada capacidad no me permitió llegar a ningún puerto. Y me aventuré, con todo el máximo respeto y fervor del que soy capaz, a preguntar al maestro, quien se encontraba en la postura del loto, con los ojos cerrados.
- El dolor –dije-, ¿es tan absolutamente necesario?
Sin abrir los ojos, con apenas perceptibles movimientos de sus labios, me preguntó a su vez:
- Dime, pequeño renacuajo que aprende a nadar, ¿qué te duele?
- Bueno, me dan punzadas en la espalda, aquí y allá. Y también la rodilla izquierda me molesta a veces…
- Ah, creí que te referías a otro tipo de dolor.
- ¿Acaso hay otros dolores?
- Me referiste dolores físicos. Hay solución para eso a través de la medicina, renacuajo de la charca, tanto la tradicional como la occidental. Lo dejo a tu elección. Pero, sí, hay otro dolor, mucho peor: el dolor del espíritu, un dolor interno que no se ve en las radiografías, que no puedes realmente localizar en ninguna parte física de tu cuerpo, por maltrecho y castigado que esté.
- ¿Sí? Bueno, si tal cosa existe, no sé si alguna vez lo padecí.
- Es cierto que muchísimas personas lo sufren a diario, pero no lo saben…
Pensé en ese momento que me estaba troleando. Traté de eliminar tal idea de mi mente, por lo que suponía de falta de respeto hacia el gran sensei. Casi lo conseguí.
No obstante, seguí indagando sobre este nuevo concepto que se abría ante mi poco lúcida mente.
- ¿Como cuando muere un familiar querido, maestro?
- Es un claro ejemplo, captas el concepto, aunque vagamente, me temo. Hay muchas causas que pueden originar el dolor interno, como me gusta referirlo. Asimismo, dicho dolor puede ser más o menos profundo, y también poco o muy duradero. Es un proceso largo, y se necesita tiempo y experiencia para identificarlo y superarlo, porque ese dolor del espíritu, por llamarlo de alguna manera y que tu mente en formación pueda comprenderlo, hay que aprender a reconocerlo, a tratarlo, a superarlo o, en algunos casos, saber cómo terciar con él, como hacerlo tu compañero por una temporada, o por toda una vida. Incluso puedes llegar a apoyarte en él, beneficiarte, aunque te suene extraño y contrario a toda lógica.
- Oh, ¡es terrible esto que ahora me descubres!
- ¿Por qué te azoras, simple ameba de caldo primigenio? Sin duda, debes estar atacado por algún tipo de dolor del alma, por llamarlo de alguna manera y que tu mente en formación pueda comprenderlo. Cuéntame qué es lo que te aqueja, y trataré de consolarte.
- Mi gran enseñador, amo de mis pensamientos, adivinador de intenciones, tu sabiduría me deja sin palabras…
- Vamos, déjate de idioteces, suéltalo ya –me espetó bruscamente-.
- Verá, oh, Gran Ojo que Todo lo Ve: lo que más dolor me causa es la actitud de mis semejantes.
- Explícate.
- Bueno, observo que quienes me rodean desprecian lo que yo amo, por ejemplo, y eso me entristece. Y creo que la tristeza es un tipo de dolor.
- Estás en lo cierto, y veo que no eres tan lerdo –y en ese momento abrió los ojos y fijó su penetrante y acerada mirada en mí-. Debes saber que no todos pensamos igual, ni tenemos los mismos objetivos vitales, los mismos intereses o, simplemente, iguales quehaceres. No puedes pretender que los otros te comprendan, pero sí debes pretender, y lograr, comprender a los otros. Cuando te metas en sus mentes, cuando aprendas a leer sus vidas, cuando seas capaz de ponerte en su lugar, podrás asumir y, en definitiva, aceptar. La aceptación es importante, fiel seudópodo de un organismo unicelular, para ser feliz y no sufrir dolor.
- Ah, sí, esto me recuerda a aquello que dijo Confucio, ¿cómo era?
- ¿Confucio? ¿Confucio? Pero ¿qué manera es esa de referirte al Gran Confucio? ¡Jamás dejarás tu estado de ciega lombriz, impertinente y descarado ser!
Agaché la cabeza fijando la vista en el suelo, humillado y, porqué no decirlo, afectado por las duras palabras del maestro. De mi boca sólo pudieron salir las siguientes balbuceantes palabras:
- Ruego el más implorante de los perdones, oh, sabio maestro, no soy más que el escupitajo de un buitre que regurjita la bilis del putrefacto hígado de la carroña más seca.
- Está bien –aceptó, satisfecho-. El aforismo es el siguiente, y grábalo a fuego en tu desusada neurona, pues debe iluminar tu camino. Siempre.
- ¡Estoy preparado! –exclamé, dándome cuenta inmediatamente que ese exceso de entusiasmo podía perjudicarme a los ojos de Aquel que Todo lo Sabe-
Me miró de reojo girando un poco la cabeza hacia un lado, cerró sus párpados, se levantó lentamente, desentumeciendo sus tobillos y rodillas –pues llevaba siete horas, cuarenta y nueve minutos y treinta y tres segundos en padmasana-, juntó las palmas de sus manos a la altura del pecho, y muy muy muy serio por fin dijo:
- Ten fortaleza para cambiar lo que se puede cambiar, serenidad para aceptar lo que no puedes cambiar, y sabiduría para entender la diferencia.
- ¡Oh!
Se giró y, sin decir una sola palabra más, comenzó a bajar lentamente la montaña hacia el monasterio.
viernes, 22 de diciembre de 2017
Lo corto
Lo corto, lo breve, lo escaso.
Y mientras otros celebraban algo, no recuerdo bien el qué. Ni mucho menos el porqué.
Hace frío, me dije. El Sol se pondrá pronto, advertí. Son días de tráfico intenso, me auto susurré en mis adentros.
¿Y?
Sólo arrancarla, sentir el ronrroneo, la vibración, el calor, el nervio... me emociono.
Una hora para subir, otra para bajar. En medio, un cortado en la venta de siempre, mientras la rubia espera tranquila en el párking. Sola. Valiente. Caliente.
Breve, pero intenso, como un buen café cortado español, de esos que uno sólo se puede tomar aquí, o en Portugal, o en Italia. En pocos sitios más es igual de sensacional.
¿Qué tendrá el café? ¿Qué tendrán las motos?
Obras, camiones, un tractor con el remolque volcado poco antes de llegar a Beas, alguna humedad subiendo el puerto de Zalamea. Una Honda Paneuro me saluda al pasar. Algún tonto en la autopista.
Sin más particulares, dejo a la italiana en el garaje, bien segura con sus dos candados y bajo la funda, escondida de ojos indiscretos. Aún así, la miro una última vez antes de cerrar la puerta del trastero. Ella lo merece... me hace tan feliz!!!
Las sirenas de Titán
Kurt Vonnegut, de nuevo, consigue maravillarme con una muy especial obra de ficción, pura y auténtica, sensible, cruel, divina, que me ha emocionado y hecho reir, llorar, amar y casi odiar, y a menudo varias de estas cosas a la vez.
Siendo ésta la tercera lectura de este genial autor que pasa por mis manos, no puedo sino quitarme el sombrero. Absolutamente desconocido para mí hasta hace unos meses en que procedía a empaparme, maravillado, de su Matadero 5, con esta nueva experiencia sólo puedo remarcar el hecho de lo grande que es el tal señor Kurt.
Narra las aventuras y, sobre todo, las desventuras de Malachi Constant, un joven millonario convertido en soldado marciano y más tarde en paria sin destino. De todos modos, no todo es lo que parece en este libro, y la acción se desarrolla con personajes cambiantes en su importancia para la historia. ¿Estamos manipulados por una entidad superior? ¿Hay dios? ¿Tiene sentido la vida? ¿Lo tiene la muerte? ¿Estamos solos en el Universo? Estas y otras cruciales preguntas son objeto de estudio y profundización en una novela satírica, con grandes dosis de humor y mala leche, con el particular y fenomenal estilo de Vonnegut.
Absolutamente recomendable.
martes, 19 de diciembre de 2017
Hardtrail navideño
O casi, por lo de las fechas.
Y conseguimos juntar un grupo de número superior a dos. Oh, aleluya.
Y Perico nos preparó una ruta bella, alegre, dura para las motos y los cuerpos. Oh, osanna.
Y pasaron cosas, es inevitable.
Y nos encontramos por azar con otro grupo de amigos que hacen enduro. Oh, casualidad.
Tras el encuentro feliz e inesperado, seguimos trayecto guiados por el track. Alguno se pierde. Más tarde se encuentra.
Las máquinas rinden sin descanso, el campo está bonito tras las últimas lluvias, por fin. Oh, gracias, elementos.
Todo tipo de terrenos pasan bajo los tacos de nuestras ruedas. Piedras afiladas, arena traicionera, pendientes imposibles, charcos, algo de barro (poco), asfalto, grava, pistas anchas y rápidas, caminos lentos y revirados. El singletrack bello y siempre esperado, productor de placer, inmersión total en el verde clorofílico de nuestros bosques.
Casi al final paramos en La Peñuela para almorzar. Los cuerpos empiezan a estar cansados, pero los ánimos siguen alegres, felices. La comida es jocosa y reímos como lo que somos: niños con juguetes caros, pero niños al fin y al cabo.
Las KTM son legión, van conquistando el corazón de los practicantes del motocampismo, ya sea en su faceta más dura, ya en la tranquila: este sábado había tres 690 en nuestro grupo, dos Yamahas, una Suzuki, y otra KTM 950 que nos dejó antes de pasar por el amago de restaurante.
Siguiendo con lo previsto, a veces hay que pasar algún cercado o vallado, cumpliendo con las normas universales de protocolo de cancelas y puertas:
Sin contratiempos ni daños, llegamos casi con la huida del Sol, a nuestro destino.
Queda, como recuerdo de este día, quizá el último de este año que ahora está por acabar, la prueba testifical de nuestro paso por tierras boscosas, en algún punto entre Niebla y Valverde:
Y conseguimos juntar un grupo de número superior a dos. Oh, aleluya.
Y Perico nos preparó una ruta bella, alegre, dura para las motos y los cuerpos. Oh, osanna.
Y pasaron cosas, es inevitable.
Y nos encontramos por azar con otro grupo de amigos que hacen enduro. Oh, casualidad.
Tras el encuentro feliz e inesperado, seguimos trayecto guiados por el track. Alguno se pierde. Más tarde se encuentra.
Las máquinas rinden sin descanso, el campo está bonito tras las últimas lluvias, por fin. Oh, gracias, elementos.
Todo tipo de terrenos pasan bajo los tacos de nuestras ruedas. Piedras afiladas, arena traicionera, pendientes imposibles, charcos, algo de barro (poco), asfalto, grava, pistas anchas y rápidas, caminos lentos y revirados. El singletrack bello y siempre esperado, productor de placer, inmersión total en el verde clorofílico de nuestros bosques.
Casi al final paramos en La Peñuela para almorzar. Los cuerpos empiezan a estar cansados, pero los ánimos siguen alegres, felices. La comida es jocosa y reímos como lo que somos: niños con juguetes caros, pero niños al fin y al cabo.
Las KTM son legión, van conquistando el corazón de los practicantes del motocampismo, ya sea en su faceta más dura, ya en la tranquila: este sábado había tres 690 en nuestro grupo, dos Yamahas, una Suzuki, y otra KTM 950 que nos dejó antes de pasar por el amago de restaurante.
Siguiendo con lo previsto, a veces hay que pasar algún cercado o vallado, cumpliendo con las normas universales de protocolo de cancelas y puertas:
Sin contratiempos ni daños, llegamos casi con la huida del Sol, a nuestro destino.
Queda, como recuerdo de este día, quizá el último de este año que ahora está por acabar, la prueba testifical de nuestro paso por tierras boscosas, en algún punto entre Niebla y Valverde:
Skater
Las cosas pueden no parecer lo que en realidad son. Me resisto a creer o pensar en qué es o qué no es la realidad.
Percibo, siento, y decido vivir con lo que tengo o alcanzo. Vivo mis sensaciones, quiero guiarme por ellas.
¿Es ello correcto? ¿O bueno? ¿O justo? Simplemente es lo que es, y yo, como dicen las Sagradas Escrituras, también yo soy el que soy, pero escrito con letras minúsculas.
Y entre una cosa y otra, el viernes pasado la navegada acabó de esta guisa:
El domingo anterior pude probar una tabla a la que llevo el tiempo siguiendo el rastro, su evolución de diseño, e intento comprender los porqués y los cómos. Nada como ensayar de manera práctica, utilizando el método científico, para extraer mis propias conclusiones, que no tienen porqué coincidir con la literatura de revistas especializadas, o aportaciones anónimas en foros de la red.
Probé, como digo, la versión que a priori parecía más adecuada, de cinco pies y dos pulgadas de eslora, y debo añadir que la decepción o, cuanto menos, la extrañeza, fue en mi persona. No es lo que yo esperaba, no encontré mi sitio sobre ella, no estaba hecha para mí.
Mucho ojo, repito que todo esto es subjetivo. Las expectativas están condicionadas por el propio conocimiento (o ausencia del mismo), educación, habilidad, entrenamiento, estado de ánimo y forma física, y un sin fin de parámetros que pueden incluso escapar a nuestro control. Pues la cinco pies y pico se me escapó.
Tiene sus virtudes, como una magnífica ceñida, ligereza, y velocidad, pero no me llenó. Esto es como cuando pruebas una bici: hay algunas que desde el minuto uno te parece la bici con la llevas pedaleando desde los cuatro años de edad, y otras que te resultan ingobernables, duras, desagradecidas. Antipáticas.
No diré que la 5´2" es antipática, no. Simplemente, no es para mí.
Pero el sábado, contra todo pronóstico, y sin haberlo planeado, tuve a mi disposición la versión que yo había descartado desde el primero momento, la cuatro pies y diez pulgadas. Eso significa cuatro pulgadas más corta, y un poco menos de manga. Pero esos fríos números no lo son todo. Ante la idea de un diseño demasiado radical, o pensado para una persona ligera, yo la descarté de inmediato desde el primer momento. Pero la realidad a veces es tozuda, más que uno mismo.
¿Por qué no darle una oportunidad? Me gusta probar material, y así poder juzgar con propiedad, y enriquecer mi bagaje cultural. A posteriori, tras probar muchos tipos de tabla y cometa, como ocurre con las bicis, las motos, los coches, y supongo que todo en general, se aprenden los porqués.
Y en la hora que estuve disfrutando de la Skater aprendí.
Es la 4'10" un ejemplar sorprendente. Muy liviana, muy ceñidora, muy rápida, muy ágil, con ganas de volar fuera del agua, y hábil recortadora entre olas.
La tabla pertenecía al Hombre que Susurra a las Cometas, y empleo con propiedad el pretérito imperfecto, porque actualmente, en el presente, se encuentra descansando entre los numerosos objetos de mi quíver.
El chiringuito Camarón fue testigo de todo, y aquí dejo constancia:
Hacía mucho tiempo que no aguantábamos hasta la misma puesta de Sol, cosa reconfortante y guinda de pastel de una buena tarde. Los sunsets invernales son tan bellos como los demás, y una buena cerveza añade quilates al evento. Buena compañía, charla entre risas, algún brindis prenavideño. Salud.
Monto en mi electrodoméstico y me dirijo a casa, satisfecho, feliz. Y solo. Mi hijo Manu ya no me acompaña, se ha pasado a otras actividades más sociales y convencionales. No le culpo siempre que con ello sea féliz.
El mar puede ser duro, sobre todo en invierno y con borrasca. A mí me gusta el mar duro, el viento frío, el agua desapacible, el encuentro con los que son como yo. Y volver en soledad, acompañado únicamente por mis desatados pensamientos, es gratificante, es único. Me siento yo. Más yo.
domingo, 10 de diciembre de 2017
Periplo lusoibérico: 7, 8 y fin.
Como ya conté en la entrada anterior, salimos bien temprano de San Sebastián hacia el Sur, donde Burgos nos espera.
Los campos están nevados a nuestro alrededor, sólo la autopista se mantiene exenta del blanco manto. La máquina alemana gira su cigüeñal miles y miles de veces sin la más mínima queja, redondo, fiel. Quiero hacer aquí y ahora un pequeño paréntesis para hablar un poco de esta máquina que atesoro, dentro de lo que un aspirante a filósofo cutre puede considerar como atesorar, teniendo en cuenta mi poco aparente desapego hacia lo material. Cómo llegue a tener un vehículo así en mi propiedad es una historia llena de oportunidades y casualidad que poco importa ahora, pero el caso que el 17 de diciembre de 2007 fue matriculado a mi nombre, y desde entonces lo disfruto.
¿Cómo se disfruta un auto así? Hay muchas maneras, seguramente tantas como conductores. La mía es pasear por las mañanas, temprano, los fines de semana. La sierra de Huelva es un sitio ideal para ello, pues la temperatura no es extrema, y puedo descapotarlo incluso en invierno, si uso un gorro de lana, bufanda, y enciendo la calefacción del asiento (un invento genial). Porque ir a cielo abierto es un placer para quien ama el viento, el sonido puro del motor, las sensaciones.
Y se trata de eso, precisamente. Sensaciones. Vale, soy consciente de que el SLK no es un deportivo, pero provoca estimulantes sensaciones placenteras, mucho más que el 95% de los vehículos que pululan por nuestras carreteras. Es bajo, suficientemente ancho, movido por un motor de seis cilindros de gasolina que suena muy bien, es suave pero puede morder, es de propulsión trasera, y es descapotable. Se maneja con facilidad, y está diseñado para que sea un poco subvirador al límite. Y además, como hemos podido comprobar en este largo viaje, su maletero es mucho más capaz de lo que parece, sus 300 litros cunden muchísimo, y siempre caben más bultos detrás de los asientos y en la bandeja tras los arcos antivuelco.
En fin, volvemos a la realidad. Burgos. Íbamos a Burgos, y llegamos a Burgos, alojándonos en el hotel Norte y Londres, antigua casa necesitada de un lavado de cara urgente, en pleno casco histórico de la ciudad. Como ocurre en todas las ciudades, el centro está absolutamente peatonalizado, por lo que tenemos que comunicar con el centro administrativo de la localidad para que nos permitan el acceso al alojamiento. Esta inconveniencia, junto con que el hotel no tiene garaje, nos obliga a buscar un techo para el merchi a unos trescientos metros más allá. No es problema.
En Burgos hace frío, pero se supera fácilmente con bufanda y gorro de lana. Ya estamos entrados en pleno puente de la Inmaculada, y se nota: las calles están abarrotadas. Tiendas y más tiendas, gente y más gente. La Plaza Mayor, la Catedral, más calles. Cuando uno ha visto tantas ciudades antiguas, al final todas se acaban pareciendo un poco, y ésta no es una excepción.
Almorzaríamos en un asador, y lo mejor sería la visita al Monasterio de las Huelgas, espectacular por la historia que contiene, muy bien explicada por el guía, un tal Vidal, que nos da una lección magistral de lo que fue España en el siglo XII.
Cenaríamos unos pinchos, y dormiríamos regular, despertados alguna que otra vez por jóvenes que pasaban bajo nuestra ventana, exultantes y alegres por la ingesta de alcohol.
Por la mañana nos vamos a nuestra última parada, Salamanca. ciudad universitaria por antonomasia. Todo lo dicho sobre Burgos es aplicable en esta ocasión, pero con todavía más gente deambulando por sus calles en cuesta. Interminable colección de edificios de arquitectura similar e impresionante, pero todo transmite una sensación de mercantilización hacia el turista.
Nos topamos con el Museo de Art Nouveau y Decó, que no dudamos en visitar porque es un tema que nos atrae mucho a los dos, y la verdad es que no decepcionó. Pude tomar algunas instantáneas antes de que un malencarado vigilante me informara de que no podía hacerlo:
Fue un día lleno de caminatas, cuestas, y algún resbalón por las mojadas calles, pero lo pasamos bien en general. Arrastramos cansancio acumulado de muchos días fuera de casa.
Menos mal que dormimos bien a gusto en el hotel Estrella Albatros, con su garaje propio (aunque hubo que pagarlo aparte), y una terraza-mirador con unas vistas impresionantes de la ciudad. La cena fue en un agradable local a base de comida japonesa un poco fuera de lo común, pero bien en general.
Finalmente, arrancamos hacia Huelva bien temprano, tanto que no pudimos encontrar donde desayunar en Salamanca, y decidimos tomar autopista y parar más adelante en alguna área de servicio. Los kilómetros pasan rápidamente, aunque hubo una niebla ligera al principio.
El pequedeportivo puede ser muy rápido, como para enviarme fácilmente a la cárcel, pero con mesura y atino, llegamos hasta Monesterio, donde haríamos la última parada desde este largo viaje. El limitador quería adquirir algunos productos ibéricos. Mi Visa tiembla.
Como contraprestación, me obliga a coger por la sierra, en vez de seguir por la A-66/A-49. Cojonudo, una buena carretera que conozco bien, cortando camino por Zufre, Riotinto, Zalamea la Real, Valverde...
Entrando en Huelva, el odómetro marca 2981 km. Al empezar pensé que serían menos.
Hace casi treinta años mi padre me llevó a conocer la otra mitad de la península, el lado oriental, toda la costa mediterránea, y siento que ahora he cerrado un ciclo. No sé cuándo volveré a hacer un viaje en coche de tantos días, y he intentado disfrutar a tope. Creo que lo hemos conseguido, ambos estamos muy, muy contentos del resultado, y es una experiencia que recomiendo.
No se equivoquen, viajar en coche es duro, sobre todo tanta distancia, pero tiene innumerables ventajas, pero la más importante es la independencia, la libertad. ¿No es genial?
Periplo lusoibérico: 5 y 6
Por la noche, antes de acostarnos en Llanes, eché un último vistazo al medio de transporte desde la ventana de nuestra habitación.
Por la mañana, ésta era la vista, montañas nevadas al fondo:
Hacia Santander todo transcurrió con normalidad. Me pareció una ciudad señorial, ordenada, limpia. Anduvimos por los jardines del Palacio de la Magdalena, un enclave precioso en el que disfrutamos de las vistas y la variada arboleda:
Avanzamos hacia Oriente, hasta llegar a Santoña. Por casualidad, buscando otro sitio, preguntamos a un señor que se identifica como propietario de una fábrica de salazones, ¡oh, albricias! Así fue como don Arturo Blasan nos llevó hasta su nave, nos enseñó el procedimiento de fabricación de las famosas anchoas del Cantábrico, y pudimos hacer acopio de productos de primera que nos alegrarán mucho estas fiestas que se acercan. Santoña tiene, además, un magnífico paseo marítimo, y unas playas muy curiosas, además de un monumento cojonudo al primer astronauta español, señor Carrero Blanco, que era natural de allí.
Acabamos almorzando en Castro Urdiales algunas cosillas típicas de la tierra: Mejillones, jibias en su tinta, y merluza del Cantábrico asada. Postres dignos de un Papa, leche frita y arroz con leche que fueron la guinda del pastel para una comida estupendísima en el Asador del Puerto.
Con la proa del pequeño biplaza dirigida hacia las provincias vascongadas, pasamos de largo Bilbao. Quise entrar a ver Mundaka, pero era dar un rodeo excesivo para no poder disfrutar de las vistas de su famosa ola. Lamentablemente, o por suerte, el tiempo anticiclónico nos acompañó durante todo el viaje, lo que propició un constante sol y ausencia de viento, amén de mar plana. No me quejo. Por el mismo motivo abortamos al inicio del viaje la visita a Nazaré, al Norte de Lisboa.
Pasamos noche en Getaria (pronúnciese Guetaria), en la costa entre Zumaia y Zarautz. El alojamiento, llamado Xabin Etxea (cabaña, en vascuence), es un hotel rural a 1 km del pueblo, normal y corriente, donde nos atendió Goitz. Para vuestra tranquilidad os diré que es una chica, muy simpática y mona, acompañada de un inseparable galgo de color negro.
Yo no quería pasar por las vascongadas, pero el limitador, en su inocencia, mencionó cosas como "los paisajes tienen que ser superbonitos", etc. No merece la pena pasar un rato poco bueno para disfrutar de un paisaje no más bello ni diferente ni especial que lo que habíamos ya disfrutado en Galicia, Asturias o Cantabria.
El breve paseo nocturno por Getaria, terminado antes de tiempo, disipó todas las dudas, si es que las había. Yo, desde luego, no las tenía.
Nada ha cambiado en el día a día, en lo cotidiano, en el odio, el rencor, la ira. La estulticia, la falta de miras, de sentido común. Yo siempre he repetido lo que leí hace muchos muchos años: el nacionalismo se cura viajando. Porque esa frase implica lo que es, que el nacionalismo es una enfermedad que puede alcanzar a una parte importante de la sociedad. Una enfermedad que ha llevado a guerras mundiales, y civiles. Y paro aquí.
Nos levantamos en una fría mañana con pocas ganas de desayunar. Sólo quedan unas ganas tremendas de salir pitando a San Sebastián. Ciudad grande, edificios modernos, bahía curiosa y bonita, bonita playa en la que, mientras paseamos bien abrigados, algunos nativos toman su baño matutino. Desayunamos muy bien en una terraza a pie de Concha. Sin más tomamos, por fin, dirección a España.
martes, 5 de diciembre de 2017
Periplo lusoibérico: día cuatro
Amanece en Luarca. Dormimos en el hotel rural Tres Cabos, la gran sorpresa del viaje, un sitio fantástico en el que descansar verdaderamente, rodeados de naturaleza, y con el mar a tiro de piedra. El trato de Tomás, quien lo regenta, muy cercano y sumamente amable; la buena cocina disponible, desayuno maravilloso con vistas de infarto, habitación con decoración moderna y acogedora, muy cómoda... todo de diez. No lo esperábamos, y la verdad es que nos vino muy bien poder tendernos en esa cama king size y disfrutar de la tranquilidad y comodidad del lugar.
Tras breve paso por Luarca, donde nos internamos en el colmado "Los Lalos" para abastecernos de quesos típicos y otros caprichos, enfilamos la A-8 que nos llevará a Salinas, un pequeño pueblo costero con una playa urbana kilométrica, sitio habitual de surferos.
Cafelito y vermú, y palante. Siguiente parada: Gijón. Ya conocíamos Oviedo de un viaje anterior, de modo que está vez visitamos la otra gran ciudad del Principado, llena de edificios clásicos, limpia, patria de Jovellanos, que tiene otra gran playa. Anduvimos bastante, pero pronto nos aburrimos, tampoco hay mucho que ver...
Continuamos hacia el Este, parando en Llastres, de impactante belleza y enclave privilegiado. En el mirador de San Roque almorzaríamos, extasiados por la estética y satisfechos por los ricos manjares, rematados por arroz con leche y leche frita.
En la positivación electrónica digitalizadas a todo color no se puede apreciar la nieve en las montañas del fondo. Una pena el mojonero aifon4.
Penúltima parada en Ribadesella, parada técnica para adquirir otros quesos, y disfrutar de las vistas del Sella, bello rio.
Finalmente hemos arribado a Llanes, lugar con cierto encanto, y hemos paseado hasta decir basta, con cervecita y otro vermú vespertino antes de descansar un rato en el hotel, previa frugal cena, y a preparase para cambiar de provincia mañana.
lunes, 4 de diciembre de 2017
Puente lusoibérico: días 2 y 3
Enseguida, tras frugal y regular desayuno (lo primero fue consecuencia de lo segundo), ponemos rumbo a España. Siguen las magníficas autopistas de pago portuguesas, en este tramo final llenas de curvas, subidas y bajadas. El verde lo inunda todo, lo que será la tónica general de los siguientes días, a pesar de los meses sin lluvia que llevamos.
Nuestra llegada a Cee, tras bordear Vigo y atravesar muchos viaductos y puentes, nos llena de emoción. No puedo quedar impasible ante el despliegue de belleza natural de esas enormes entradas del mar en la irregular costa da Morte. Cee es una pequeña localidad unida a otra llamada Corcubión. En esta última almorzamos, en Mar Viva, donde puedes elegir el pescado que luego te cocinan. Un pargo tan grande como exquisito, regado con ribeiro, nos satisfizo al máximo. Por la tarde fuimos a ver la cascada de Ézaro:
Y después no podía faltar la obligada visita al cabo de Finisterre, punto final de la peregrinación a Santiago, dato que no todo el mundo sabe (mi propio limitador desconocía tal hecho, habiendo realizado el camino hace unos años).
Café y vuelta al hotel, ya anocheciendo a poco más de las 6 de la tarde. Es lo que tiene viajar en invierno.
El día tres lo dedicamos a ir en primer lugar a Muxía, lugar de máximo azote del chapapote hace unos diez años. Tremendo desastre ecológico cuyas huellas, aparentemente, han sido ya borradas. Es un pequeño pueblo, con una playa peculiar presidida por enormes piedras redondeadas y de cantos suavizados por millones de años del batir de las aguas atlánticas.
El lugar es sombrío y un poco triste. Será por la época del año, supongo, pero toda la región galega me ha ido dando la misma impresión, y eso que hemos tenido unos días soleadísimos, aunque fríos.
Las carreteras, a pesar de la ausencia prolongada de precipitaciones, y el sol omnipresente, aparece húmeda en su mayoría, y realmente mojada si atraviesa zonas boscosas y umbrías.
El recorrido de cientos de kilómetros por el interior y bordeando la costa, ha sido placentero hasta niveles casi orgásmicos, curvas y más curvas de un asfalto liso de buen agarre aún estando medio mojado. No quise achuchar más de la cuenta al V6 para no destrozar el ánimo del limitador de velocidad, en un equilibrio dinámico, todo un funambulismo del volante. Fantástica la ruta hasta llegar a Estaca de Bares, lugar tan bello como interesante:
Allí comimos en La Marina, lugar extraño, muy gallego, de apariencia cutre pero con unos platos de cocina casera y típica de gran calidad. Ella merluza. Yo no quería despedirme de la provincia coruñesa sin probar una chuleta de "cachona", una raza autóctona de ternera (de vaca, en realidad). Mereció lo pena.
Antes, y a medio camino entre Muxía y Bares, arribamos a La Coruña, donde visitamos la Torre de Hércules, desde donde se goza de unas vistas inigualables de la ciudad y la costa que la rodea:
Nos internamos un poco en el centro histórico para tomar un aperitivo en la plaza de María Pita, histórica heroína local, presidida por el ayuntamiento y rodeada de antiguos edificios de arquitectura clásica, con soportales y multitud de bares y restaurantes.
Un sitio al sol vale su superficie métrica en oro, pero logramos una mesita con buenas vistas y pasamos un ratito realmente agradable.
Después daríamos un paseo por sus calles más comerciales peatonales.
Bonita ciudad, cuidada, y su gente amable y simpática.
Tras la copiosa comida en el puerto de Bares, otra kilometrada buena para el aparato proporcionador de sensaciones que convierte el fuego en velocidad. Atravesamos innumerables parroquias, pedanías, aldeas y otros tipos y clases de pequeñísimas localidades que invaden y pueblan la geografía gallega, para pasar a la vecina Asturias por autovía, está vez, por fin, gratis.
Volando bajo, tratando de ganar minutos a la puesta de sol, llegamos a Luarca, y desde allí un desvío para internarnos hasta un pequeño y sorprendente hotel rural desde donde escribo estas líneas en la minúscula pantalla del aifón4.
No me pidan más. Cuando llegue a Huelva haré una recapitulación, si procede, a los mandos más cómodos del laptop habitual.
Mientras tanto, me despido y torno a descansar un rato, soñando con lo que me espera mañana.
sábado, 2 de diciembre de 2017
Puente lusoibérico. Día uno.
Salimos sobre las 9:10 a.m. introducidos en el pequeño destechable, dirección Portugal. Autopista palante, la idea es llegar con luz diurna a Braga, setecientos y pico km más arriba.
Desayunamos cuando llevamos 217 km, en área de servicio.
Hace frío, pero el día, no obstante, es soleado.
La cinta negra se desliza a velocidad de crucero casi legal. El tráfico es casi nulo, y la pista, desde el desvío hacia el Norte tras superar las salidas de Vilamoura, presenta anchura y calidad para volar bajo con seguridad y sin contratiempos.
Casi 25€ de peaje al llegar a la altura de Lisboa, más lo sumado en los pórticos del Algarve. Tela. El portagem nos acompañará en todo el trayecto de este día.
Paramos a almorzar en Coimbra, ciudad bella, como casi todo el país, y también un poco decadente, con rastro y rasgos de mejores tiempos pasados.
Bacalao a la parrilla y arroz con bacalao forman nuestro menú en Solar do Bacalau, donde nos despachamos bien tras el intento fallido de visitar Ze Manel, que presentaba una cola kilométrica de personas ateridas de frío esperando su turno para sentarse a sus mesas.
Requesón con dulce de batata y miel nos dan la puntilla, y seguimos ruta hacia arriba en el mapa.
Comentar que en Portugal se corre mucho en la autopista, casi todos me adelantan, yendo yo a 130-140. Sobre todo los Audises y Mercédeses. Pero el remate ha sido un exterior que me ha realizado un 911 en la circunvalación de Oporto: un futbolista que llegaba tarde a la convocatoria, fijo.
Finalmente llegamos en el momento previsto a Braga, a céntrico hotelito. Con suerte tremenda aparcamos a escasos metros, y pasamos el resto de la tarde/noche paseando por el animado casco antiguo lleno de luces navideñas, música de villancicos, y gente animada. Una visita a la Se (catedral), bonita y antigua, y un par de sándwich para rematar. El frío de no más de 6 ó 7 grados nos hace recogernos antes de las 9, hora local, y meternos pronto en el sobre.
Mañana más.
martes, 28 de noviembre de 2017
Solo un enemigo: el tiempo
Como claramente resaltado consta en la carátula de la versión en lengua castellana, ganó el prestigioso premio dedicado a la ciencia ficción. No obstante, el contenido de esta novela es una ciencia ficción atípica, no nos equivoquemos. Quizá inaugura un nuevo género de ciencia ficción histórico-divulgativa, pues su principal contenido y objeto de la mayor parte de su redacción se centra en la vida de un contemporáneo sujeto, de nombre Joshua Kampa, en el Pleistoceno de hace dos millones de años, integrándose en un clan de nuestros predecesores, los homo hábilis.
Pero no es éste un viaje típico en el tiempo, sino una mezcla entre viaje astral, traslado más bien onírico, y deambular por la prehistoria lejana esquivando peligros, adaptándose, tratando de ser aceptado (aunque sea como una rareza natural). Se nos presenta un entorno salvaje del Africa oriental de forma bastante realista, aunque tampoco es que se profundice, o quizá es que no ha cambiado tanto quitando aparte la extinción de algunas especies animales y el surgimiento de otras, entre ellas el homo sapiens.
Mientras se cuentan sus aventuras al otro lado del tiempo, se hacen flashbacks ( o no sabría si llamarlos flash forwards en este caso, curioso ) contando el origen traumático de nuestro protagonista, que radica en Sevilla, oh maravilla. Por avatares de la vida de su madre, acaba siendo adoptado por la familia de un militar estadounidense entonces destinado en la base de Morón. Su vida es un poco triste, con poco apego por lo material, muchas dudas existenciales, y ninguna fe prácticamente en nada.
Poco a poco vamos siendo testigos de su cambio vital, de la aceptación de su rol, de una manera de ver las cosas, la vida, de un cambio en su escala de valores... todo va cobrando sentido a medida que transcurre su estancia pleistocénica.
Finalmente, vuelve al presente, ¿o era el futuro?, y lo hace muy cambiado, con nuevos objetivos y deseos, quizá más primitivo (inevitablemente) pero también mucho más sabio.
Para muchos, esta obra es de una maestría casi intolerante. Yo no creo que sea para tanto. Puede resultar entretenida hasta cierto punto, pero a mí realmente no me ha enganchado con locura, ni me ha producido sensaciones empáticas, ni me ha emocionado. Podía no haberla leído y seguir igual, de verdad. pero en fin, cada uno tiene sus expectativas, supongo.
No me malinterpreten, no es mala, y los números cantan (aunque siempre se puede decir aquello de "mil millones de moscas no pueden equivocarse..."), solo que pienso que, objetivamente, hay muchas novelas que la superan en su mismo campo.
Con esta lectura finalizo por ahora mi serie dedicada a viajes en el tiempo. Sigo indagando en interesantes escritos de ficción científica.
sábado, 25 de noviembre de 2017
Agridulce
Polvo, sequedad, marrón, sudor, risas y lágrimas. Todo eso y más ha habido en esta última salida.
Me he dejado guiar por Perico sobre un terreno que él conoce bien, casi todo en las cercanías de la finca de su mujer, La Umbría, a medio camino entre Niebla y Valverde del Camino.
Tramos de singletrack endurero, pistas rápidas, muchas curvas, subidas y bajadas, piedras, jara, zarzas... Puro hardtrail, lo que más nos gusta... aunque la verdad es que nos gusta todo, ¿no?
Este pictograma coloreado a la altura del embalse de Beas da testimonio puro y duro de la pertinaz falta de aguaceros que nos asola:
Aún así, siempre nos quedan ganas para hacer alguna broma. La cosa es disfrutar, y de eso hemos tenido mucho hoy, lo hemos pasado muy bien.
Nos pudimos reponer a base de bien con surtido de chacinas, quesos, birras, fabada y una riquísimas albóndigas perpetradas por los limitadores de velocidad:
Todo iba genial, hasta que me comunicaron que anoche falleció, de forma tan repentina como inesperada, el hijo de 21 años de unos buenos amigos. Una pena grandísima y muy muy triste circunstancia, siempre, que te premuera un hijo. Me da vueltas la cabeza y las lágrimas asoman detrás de mis lentes correctoras, pero lo que ha ocurrido, ha ocurrido, y no hay vuelta atrás. A menudo ocurren cosas que escapan absolutamente a nuestro control, al de nadie, y tenemos que aceptar estos golpes como vienen. No hay más.
Taciturno y misantrópicamente enclaustrado ahora en el teclado de mi portátil, intento olvidar estos hechos, pasar página, pero es muy difícil obviar un hecho así.
Intentemos seguir libres y felices, a pesar de todo.
Noviento
Tradicionalmente, como he podido comprobar por mí mismo, el mes de noviembre en Huelva es una sequía de viento. Y este año, con la total ausencia de borrascas, más que nunca.
En el estrecho se salvan con sus levanteras casi semanales.
Esta semana, por una coincidencia de baja presión intermitente, y unas cosas raras aquí y allá, ha entrado un aire de componente Este, muy raro que entre bien aquí. Se ha intentado aprovechar en el spot Camarón, donde se suele formar una ola juguetona, y no en vano es punto de reunión de surfers de la zona.
Lo intenté con 12 metros, pero tuve que desriñonarme inflando la 15 para finalmente aprovechar una tarde extraña, con un Sol que aparecía y se volvía a esconder tras las numerosas nubes de aspecto semiinofensivo que acechaban. Una lucha por mantenerme upwind, un par de revolcones en la orilla que han causado un desperfecto en mi querida, mi adorable, mi genial tabla chewing-gum (que veremos si no lo arreglo yo); una cerveza al acabar la navegada con el maestro Lolo, AKA el Hombre que Susurra a las Cometas.
Hoy, sábado, escribo esto que ocurrió el jueves. Ha sido una semana extraña, como ya le contaba a Blanca del Rocío en la oficina, más desligado de internet, de las redes sociales, incluso del wasap, en busca de una calma interior de la que casi sin darme cuenta me he ido alejando últimamente.
Esos momentos en la ola, casi a solas, surcando el mar al revés de como estamos acostumbrados por aquí, me han servido mucho para centrar mi yo. O eso creo.
jueves, 16 de noviembre de 2017
Toyota Auris Touring Sports
Con este nombre largo y casi pretencioso, unos señores de ojos rasgados han denominado a todo un electrodoméstico con ruedas:
Y lo de electrodoméstico es con toda la razón, pues su única función en esta vida es la de cumplir un cometido, tan simple como necesario en la vida de un adulto del siglo XXI: trasladarse eficazmente desde un punto A hasta otro B, gastando lo mínimo posible, con una cierta comodidad y seguridad. Eso es todo. Un lavaplatos más grande que el que usted tiene en su cocina. Un horno con buenos acabados.
Imagen de estudio abolutamente irreal |
Y es además es blanco el que yo he probado en un viaje de trescientos kilómetros con autopista, autovía, circunvalación, carretera nacional, local, callejeo por pueblos con cuestas, y aparcamiento en cuatro sitios diferentes. Una prueba completa de la que he extraído algunas conclusiones que pueden o no ser de interés.
En primer lugar hay que mencionar que he llegado totalmente descansado al final del viaje, lo que es algo importante e interesante. El vehículo transmite calma, lo que está muy bien, dada su nula capacidad para transmitir cualquier otro tipo de sensación o emoción. Es un vehículo totalmente plano, insulso en su concepto.
Puede ser práctico (cosa que depende de las necesidades de cada uno), económico, respetuoso con el medio ambiente, de una estética moderna, fiable, seguro... pero usted jamás se enamorará de un Auris, así de sencillo. No llega al corazón, aunque tampoco lo pretende. Esto no es un deportivo, ni un coche prestacional, sino un objeto con el fin de servir, de genuflexarse ante su dueño cada vez que lo arranque, un esclavo para el día a día.
Interior correcto, sin alardes, aunque con cosas incomprensibles |
Hay cosas curiosas del Auris. Por ejemplo, si Toyota ofrece trece colores, ¿por qué sólo lo vemos en blanco por las calles?
¿Por qué tiene un reloj digital a la derecha de la moderna pantalla TFT de 7", con dos botoncitos para ponerlo en hora, como si fuera un coche de los años ochenta?
¿Por qué tiene la palanquita para gobernar el control de crucero en una posición tan antinatural que te hace desplazar la mano derecha el volante cada vez que lo tienes que accionar?
Y hay muchas más pequeñas cositas que chirrían. Bueno, yo lo achaco a que es japonés, y los orientales tienen su particular forma de hacer las cosas. Por ejemplo, este coche sería originalmente diseñado para ser conducido por el lado incorrecto de la carretera, y al adaptarlo a Occidente, se pierden algunas cosas, la ergonomía se resiente, aparecen situaciones que no cuadran.
Este frigorífico motorizado que yo probé es la versión Active, con motor de 1364 cc y 90 cv, cambio manual de seis velocidades, que usa de esa cosa con la que funcionan las calderas de calefacción. Me llamó la atención sobre todo una cosa: no vibra. Ni siquiera en frío. Bueno, al ser un motor más o menos pequeñín, eso no es difícil de conseguir, pero hay que mencionarlo, porque siendo un diésel es agradable que tal caracterización no se note, en la medida de lo posible. Vibraciones, ruidos... son achaques comunes a este tipo de motores, que en el Auris no se encuentran. Y da lugar a situaciones como que haya hecho 60 km por autopista en quinta velocidad a 130 por hora sin darme cuenta de que aún tenía una marcha más para relajar las revoluciones. Increíble. Tal es el grado de suavidad.
En carretera su comportamiento es correcto: la dirección es precisa, la suspensión es cómoda pero no permite mucho balanceo de la carrocería, los frenos cumplen sobradamente, y el consumo medio de nuestro viaje por todo tipo de vías fue de 5'3 litros a los 100 km. Los sillones recogen bien la espalda y son cómodos, al menos el del conductor.
Hay detalles que no acaban de cuadrar, como lo ya mencionado de tener que apartar la vista para ver la hora, o que al meter quinta a uno le falte longitud de brazo, o que hay que pasar un proceso de aprendizaje especial para activar el crucero, o tener que estar atento al cuentarrevoluciones para cambiar de velocidad porque ni el ruido ni las vibraciones te van a avisar.
El coche corre lo que tiene que correr, su motor es muy lineal y carece de tirón, o golpe de par que sí pueden tener los tdi de VW, por ejemplo. Es cierto que a un 1'4 litros tampoco se le pueden pedir muchas alegrías... pero aunque se declaran 90 cv, está claro que la cifra de par motor de sólo 200 Nm no acompaña mucho, y se notará más cuanto más cargado esté. De todos modos, sirve para desenvolverse con cierta soltura en el tráfico español.
El motor de cuatro cilindros tiene un diámetro por carrera curioso de 73x81'5, algo difícil de asimilar para mí, que vengo del mundo de la moto, en el que hay motores que llegan a duplicar el diámetro sobre la carrera. En cambio, este Toyota tiene una carrera tan larga que me resulta difícil comprender lo alegre que es capaz de girar y mantener entre 3000 y 4000 rpm sin esfuerzo ni vibraciones. Bravo!
El maletero es el que se espera de una caja de zapato alargada con ruedas como es este aparato. El del Auris normal debe ser tan escaso como el espacio de una caja de galletas.
La estética, y este es un modelo que lleva ya algún tiempo en el mercado, está aguantando bien el paso del tiempo. Es moderno, pertenece a la nueva corriente de diseños angulosos y afilados que vienen de Japón, que gusta mucho a la clientela joven. Contra todo pronóstico, aún no ha pasado de moda, pero la experiencia me dice que lo hará... Es lo que tienen los diseños radicales, y es que el mundo del automóvil es muy conservador en este aspecto, por lo que desde aquí tengo que felicitar a Toyota, Lexus, Honda y Nissan, su atrevimiento y audacia.
En definitiva, un coche que le compraría a mi limitador de velocidad, sin duda, pero que nunca lo haría para mí. Me gusta conducir, no meramente ser transportado como un tabal de melocotones.
lunes, 13 de noviembre de 2017
La aventura cerca
Muchos son los que se obstinan en viajar a toda costa a distintos continentes en busca de aventura y sensaciones, cuando es frecuente tener olvidado, descuidado, desconocido, lo que nos rodea más cercanamente.
Ese es un pensamiento que siempre me ha rondado, y no en vano disfruto mucho cuando me alejo un poco de las rutas habituales y descubro nuevos paisajes, terrenos ignotos, y seguimos tracks trazados desde la comodidad del sillón de nuestro salón... que luego pueden no coincidir con la realidad.
Me remonto ahora a hace un año más o menos, cuando ya me rondó la idea de este viaje, iluminación que comenté alguna vez durante el desayuno de nuestras rutas locales. Fueron horas de investigación, me quedé medio ciego escudriñando la orografía a través de Google Earth (utílisima herramienta), y elaborando un track con partes robadas de personas que me precedieron en esta pequeña idea (gracias, oh, Wikiloc), y otras hechas por mí mismo punto por punto con el programa de edición Mapsource.
El objetivo era ir de Huelva a Tarifa por pistas, carriles, lo máximo posible sin pisar asfalto más que lo estrictamente necesario, y volver al día siguiente por carreteras secundarias. Cuando uno hace algo así, se sabe cuándo se sale, pero nunca cuándo se llegará. Casi trescientos kilómetros la ida, por terreno no conocido, y con la premura del tiempo porque el Sol se pone sobre las 18:00, todo unido le da un punto de presión o emoción.
Partimos poco antes de las diez de la mañana del sábado día 11 de noviembre de 2017, Perico y yo, con sendas KTM 690, ligeros de equipaje. No hace falta más. De entrada, él utiliza su celular como GPS, pero tiene que renunciar a ello porque se ha encontrado que durante el largo parón estival de este año, se ha corroído la toma eléctrica. Quedamos a expensas, pues, de mi viejuno y modesto Garmin Etrex, que cumple su misión de momento.
Decidimos ir por carretera hasta Manzanilla, para ahorrar tiempo y por ser la zona que más conocemos, y entrar al campo a la altura de Chucena, hasta Coria del Río, donde cruzaremos el Guadalquivir sobre una barcaza al efecto. Pinares bonitos, la zona del Vado del Quema, mucho ciclista y senderista, incluso jinetes a caballo, por la zona. El día es claro y muy soleado, pronto empieza a sobrarnos ropa.
Cruzando el río, imagen típica. |
Llegamos rápido a Dos Hermanas, zona que conozco bien, pues me he criado por allí, donde paramos a desayunar y aprovecho para cambiar las pilas al navegador. Me quedo sin pilas de repuesto. Allí llenamos el depósito y salimos con alegría por pistas bastante rectas y con nula aparición de otros vehículos. Vamos a buen ritmo por esas rectas de la llanura que separa esta ciudad de Utrera y Los Palacios.
Cambiamos de pistas, cogemos diferentes carriles, nos encontramos algún pequeño obstáculo que salvamos hábil y rápidamente con la facilidad que nos proporcionan nuestras monturas. Van pasando los minutos, las horas, y llegamos a alguna parte entre Espera y Bornos. Ya estamos en la provincia de Cádiz, y una ciudad romana de nombre "Carissa Aurelia" bien merece una parada a descansar y tirar alguna instantánea.
Pocos restos, y descuidados, en medio de un desolador paisaje. Una antigua calzada romana nos lleva hacia arriba. Un centro de visitantes queda unas decenas de metros más abajo, totalmente abandonado después de la millonaria inversión que en su día se debió realizar allí. Vergonzoso.
Las KTM están en su salsa, y nosotros también. Hemos llegado hasta aquí sin incidentes, pero lo bueno está por llegar...
Tras toda subida viene una bajada, ¡¡¡y qué bajada!!!
No podía imaginar lo que se avecinaba, toda una trialera propia del Campeonato del Mundo de Descenso de Mountain Bike. Grandes escalones de piedra nos acechaban, con piedras sueltas de diferentes tamaños que hacían que la estabilidad de nuestras monturas anduviera al límite. A la izquierda, una caída de algunos metros, a la derecha una pared insalvable o unas lajas asesinas, o una zanja...
Yo abro camino, pero pronto dejo atrás a Perico, que lucha desesperado y sudoroso con los kilos de su moto. Me dejo caer dejando correr a la moto en segunda velocidad, intentando no tocar el freno delantero. Son muchos años de bici de montaña, y entre mi técnica aprendida en años de porrazos por la sierra, y las buenas suspensiones de la 690, voy como flotando sobre esa trampa hostil.
Paro a esperar a Perico a mitad de la bajada, y va llegando como puede, despacio, el ventilador de la moto encendido, los goterones de sudor empapando el casco...
Finalmente llegamos abajo del todo. Buff, respiramos, pero pronto nos olvidamos del ratito. Una equivocación al seguir el track, nos pasamos una puerta, y de repente nos encontramos campo a través subiendo por un sitio complicado entre acebuches y flora salvaje, un terreno muy empinado y con faltas de tracción aquí y allá. Me caigo hacia el lado por no hacer pie, y ruedo un poco colina abajo entre risas. Al rato le pasa lo mismo a Perico, y un par de veces más caigo yo, cae él. La cosa tiene miga. Pronto comprendemos que el track va por una pista al otro lado de una valla que nos separa de ella, y hay que volver atrás. Tenemos que desandar lo avanzado, horror. Hay que bajar lo que acabamos de subir con tanto esfuerzo. El sudor empapa nuestras ropas y paramos a quitarnos capas y capas de ropa. Caemos en la cuenta de que no llevamos agua y, claro, nos entra más sed al saber esto.
Bueno, finalmente desandamos un poco nuestro camino y hallamos una puerta para acceder al lado bueno. Gran alegría después de un rato sufriendo nuestra pérdida, pero soy consciente de que hemos perdido un tiempo precioso y unas energías importantes. Para colmo, unos minutos más tarde, el track trazado se ve interrumpido por la desaparición del camino que llevábamos, fruto de haber maquinado el terreno para cultivar, o de alguna riada, o vaya usted a saber. El caso es que después de pasar un buen rato a pie andando de aquí para allá, Perico rebusca en su móvil y halla una pista que corre cercana y que, en última instancia, vuelve a retomar el track más adelante. Bien, problema solucionado.
Vemos que la aventura se encuentra en nosotros, nos acompaña. Hace horas que no vemos un alma, sólo desolación, campos en barbecho, una bandada de buitres que nos sobrevoló trazando círculos en el momento en que estábamos más agotados y perdidos (verídico, parece que estos bicho olieran la desesperación y el agotamiento), caminos que se pierden, parajes absolutamente desiertos...
Aún así hemos tenido mucha suerte de no sufrir averías mecánicas ni daños en las diversas caídas. Mejor no pensar en eso.
Llegamos a Arcos de la Frontera sobre las 16:00 sin haber almorzado, y aún nos queda mucho por recorrer, al menos 100 ó 120 km de pistas desconocidas. El Sol va bajando. Hemos parado en un bar a tomar cocacola, aquarios y una botella de agua. Nos reponemos un poco y ya son las 16:30. Por carretera nos separan unos 100 km de nuestro objetivo, y finalmente (y creo que hicimos lo mejor) decidimos tirar por lo negro para no encontrarnos de noche por el campo.
Arcos, Paterna, Medina Sidonia, Vejer, y finalmente llegamos a Casa de Porro, junto a Valdevaqueros, donde paramos para hacer un almuerzo-merienda-cena, todo en uno, en la magnífica Pizzería La Tribu de la Playa:
Nos sabe a gloria una ensalada magnífica y muy completa, y una pizza generosa para cada uno. Yo lo acabo todo, estoy pletórico y feliz, entusiasmado. Perico no puede con la suyo y deja un par de porciones so pena de reventar la caldera...
Totalmente oscurecido recorremos los siete y ocho km que nos separan de nuestro destino final, y nos aposentamos en un hostal que nos ha dejado una grata impresión.
Un rato de descanso, la merecida ducha recomponedora, un poco de revisión de mensajes y noticias del día, y decidimos salir a dar una vuelta por Tarifa la nuit.
Para el que no haya estado nunca allí, decir que esta pequeña ciudad tiene un casco antiguo intra muros, y esto es lo primero que uno ve atravesando la Puerta de Jerez, que es la entrada al interior de ese conjunto de callejas estrechas, todas en cuesta y empedradas:
Un Cristo impúdico recién bautizado. |
Nos encontramos poco ambiente, estamos en noviembre y hace algo de frío, es temporada baja aquí hasta que llegue marzo por lo menos.
Paseamos sin rumbo, divirtiéndonos con nuestros comentarios sobre el viaje y criticando los numerosos locales nocturnos. Decidimos parar a tomar un digestivo para ayudar a bajar la pizza, y nos aposentamos en la Plaza Hiscia, junto a una cocktelería donde Perico tomó unos mojitos espectaculares aprovechando la hora feliz, y yo, más clásico en este aspecto, regué el gaznate con un par de gintonics en copa de balón:
Nos vamos animando, y parece que los líquidos espirituosos han hecho su efecto. Llevo a mi amigo a conocer Ancá Curro, y allí saberamos una de las mejores carnes de nuestra vida:
Solomillo ibérico ligeramente adobado y semiasado. No hay palabras. |
El domingo amanecemos con el alba, desayunamos en el bar de al lado, y pronto nos ponemos en camino. Repostamos nuestros depósitos a las afueras, con el océano muy cerca, y podemos ver Africa:
Africa, tan cerca, tan lejos. |
Jamás había estado en un día tan calmo. El faro se reflejaba en el agua, que era una piscina de tonos turquesas y verdes. |
Al pasar por Paterna giramos en dirección Alcalá de los Gazules, Perico me quiere enseñar la localización de una finca perteneciente a su familia, y con sorpresa descubrimos que el track que abandonamos ayer pasa justo por ella. Aprovechamos para hacer alguna positivación electrónica de nuestro paso por ese paisaje:
En Arcos tomamos una cerveza, ya es mediodía. Antes hemos parado cerca de Medina Sidonia para dejar prueba inmortalizada de que estuve aquí:
El resto no tiene mucha miga: pasamos por pequeños pueblos hasta llegar a Coria de nuevo, donde almorzamos, y después de reparar Perico la toma de corriente de su moto, seguimos el track por una vía nueva para nosotros, una pista bellísima que une Hinojos con La Palma del Condado, en la que disfrutamos mucho, rodeados de vegetación, con el sol bajando, y sabedores de que estamos ya cerca del fin de nuestro viaje.
Finalmente nos separamos en Niebla y llego en soledad hasta mi Huelva de mi alma.
Son muchas enseñanzas las que este viaje me ha procurado, nos ha hecho sin duda más fuertes y sabios, más valientes, y más hábiles. Llevo varias lecciones aprendidas, y contentísimo y agotado, ya estoy pensando en el próximo viaje... pero esa es otra historia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)