Tradicionalmente, como he podido comprobar por mí mismo, el mes de noviembre en Huelva es una sequía de viento. Y este año, con la total ausencia de borrascas, más que nunca.
En el estrecho se salvan con sus levanteras casi semanales.
Esta semana, por una coincidencia de baja presión intermitente, y unas cosas raras aquí y allá, ha entrado un aire de componente Este, muy raro que entre bien aquí. Se ha intentado aprovechar en el spot Camarón, donde se suele formar una ola juguetona, y no en vano es punto de reunión de surfers de la zona.
Lo intenté con 12 metros, pero tuve que desriñonarme inflando la 15 para finalmente aprovechar una tarde extraña, con un Sol que aparecía y se volvía a esconder tras las numerosas nubes de aspecto semiinofensivo que acechaban. Una lucha por mantenerme upwind, un par de revolcones en la orilla que han causado un desperfecto en mi querida, mi adorable, mi genial tabla chewing-gum (que veremos si no lo arreglo yo); una cerveza al acabar la navegada con el maestro Lolo, AKA el Hombre que Susurra a las Cometas.
Hoy, sábado, escribo esto que ocurrió el jueves. Ha sido una semana extraña, como ya le contaba a Blanca del Rocío en la oficina, más desligado de internet, de las redes sociales, incluso del wasap, en busca de una calma interior de la que casi sin darme cuenta me he ido alejando últimamente.
Esos momentos en la ola, casi a solas, surcando el mar al revés de como estamos acostumbrados por aquí, me han servido mucho para centrar mi yo. O eso creo.
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