Y conseguimos juntar un grupo de número superior a dos. Oh, aleluya.
Y Perico nos preparó una ruta bella, alegre, dura para las motos y los cuerpos. Oh, osanna.
Y pasaron cosas, es inevitable.
Y nos encontramos por azar con otro grupo de amigos que hacen enduro. Oh, casualidad.
Tras el encuentro feliz e inesperado, seguimos trayecto guiados por el track. Alguno se pierde. Más tarde se encuentra.
Las máquinas rinden sin descanso, el campo está bonito tras las últimas lluvias, por fin. Oh, gracias, elementos.
Todo tipo de terrenos pasan bajo los tacos de nuestras ruedas. Piedras afiladas, arena traicionera, pendientes imposibles, charcos, algo de barro (poco), asfalto, grava, pistas anchas y rápidas, caminos lentos y revirados. El singletrack bello y siempre esperado, productor de placer, inmersión total en el verde clorofílico de nuestros bosques.
Casi al final paramos en La Peñuela para almorzar. Los cuerpos empiezan a estar cansados, pero los ánimos siguen alegres, felices. La comida es jocosa y reímos como lo que somos: niños con juguetes caros, pero niños al fin y al cabo.
Las KTM son legión, van conquistando el corazón de los practicantes del motocampismo, ya sea en su faceta más dura, ya en la tranquila: este sábado había tres 690 en nuestro grupo, dos Yamahas, una Suzuki, y otra KTM 950 que nos dejó antes de pasar por el amago de restaurante.
Siguiendo con lo previsto, a veces hay que pasar algún cercado o vallado, cumpliendo con las normas universales de protocolo de cancelas y puertas:
Sin contratiempos ni daños, llegamos casi con la huida del Sol, a nuestro destino.
Queda, como recuerdo de este día, quizá el último de este año que ahora está por acabar, la prueba testifical de nuestro paso por tierras boscosas, en algún punto entre Niebla y Valverde:
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