Han pasado muchos meses, quizá años, desde la última entrada etiquetada igual que ésta. Seguramente la superación es algo que va ocurriendo casi sin darnos cuenta.
De pronto dejas de pensar en lo que pasó, y también en lo que pudo pasar de no haber pasado lo que pasó, lo que puede ser mucho más perturbador y lacerante.
Postrado en la cama de la habitación 220 de traumatología, incluso antes, tirado sobre el exterior de la última curva del autódromo del Algarve, ya fui consciente de las consecuencias mediatas de mi situación. Había hecho planes para los meses más cercanos, entre ellos viajar por los Alpes y subir hasta el Infierno Verde, y otros proyectos menores que no viene al caso comentar. De golpe y porrazo, nunca mejor dicho, todo eso fue truncado en meses de dolor. Pero nunca de frustración.
Luché fuertemente contra ese sentimiento, primero aceptando mi situación, y después centrándome en la recuperación física. Eso fue lo que menos me costó, aunque a casi todos les parezca lo contrario.
Lo difícil, y eso es algo que me lleva la máxima atención en el día a día, es la lucha contra el muro mental, las barreras del miedo que mi propio subconsciente ha construido. Es un proceso normal ese de construir una gran pared difícil de escalar, lo hacemos para protegernos. En mi caso, para no volver a meter el talegazo padre de nuevo.
Y es un auténtico reto recuperar la confianza. El exceso de confianza no es bueno, nos puede llevar al desastre, y habitualmente lo hace. Pero el defecto es igualmente negativo, porque no deja explotar nuestras habilidades, y me genera una sensación de estar capado, que es desagradable.
Lejos de mi ánimo el explorar los límites en circuito de nuevo, prefiero dedicar mi actividad a la carretera abierta y al campo. Con la adquisición de mi vieja-nueva Ducati, entro en unos nuevos parámetros, una categoría muy diferente a la vivida el año pasado con la 690 cuando le puse las ruedas de supermotard.
El tacto único de su parte ciclo, los sonidos, las sensaciones son tan diferentes que no parece ni el mismo deporte. Cosas que no sentí nunca con la Suzuki GSXR600, ni siquiera cuando me dejaron conducir otras máquinas como CBR1000RR, o GSXR1000. Porque no se trata sólo de potencia y de velocidad, sino de vivirlo, de sentirlo, de asimilarlo todo, hacerte uno. Y mi 749 es capaz de darme todo eso, sin pestañear, y desde la primera salida a la carretera que he hecho, tras casi 200 km de curvas.
He pensado mucho en las horas que pasaron desde que llegué a casa después del paseo de ayer, de lo vivido y lo percibido, de lo fácil que me he adaptado a una postura que he encontrado extrema a mis cuarenta y cinco años de edad: piernas muy encogidas, antebrazos y muñecas cargados, cuello más doblado hacia atrás de lo que estaba acostumbrado... Detalles físicos que hace doce años ni siquiera llamaban mi atención, ahora se convierten en pequeñas agujas que van penetrando y formando parte también de esa barrera que hay que superar. Es curioso, pero en cuanto enlazo cuatro curvas se me olvida todo... el cerebro es un arma poderosa, y deriva la atención a donde es necesario, estoy seguro, no estoy descubriendo la pólvora ahora.
Poco a poco voy escalando esa montaña cuya verticalidad es menos acusada de lo que uno piensa, y enseguida me encuentro sonriendo bajo la visera del casco, o gritando de alegría, entusiasmado no tanto por los avances, sino más bien perturbado por revivir de nuevo sensaciones de las que ya ni me acordaba, que estaban enterradas en lo más profundo.
Tener esta nueva motocicleta es, no puedo negarlo, un capricho, pero es también mucho más. Es una reafirmación de mi yo en la más amplia visión de ese concepto. Necesitaba esta moto para volver a ser uno mismo, para luchar contra mí y, si es posible, ganar esa batalla, que suele ser la más difícil y terrible: la que se libra contra uno mismo. Esta Ducati, para muchos la
poor man superbike, es para mí enorme, bellísima, pero lo es porque la veo y la miro con ojos que otras personas jamás podrán comprender, por lo que significa, por lo que fue, y por lo que sin duda será.
Post scriptum: siempre se me olvida el título de aquella peli de Ben Affleck,
El informador (the boiler room), en la que hay una escena que no se olvida: aparece uno de los protagonistas con un flamante Ferrari de color amarillo que se acaba de comprar, y un amigo le pregunta porqué no lo escogió en rojo, y aquél le contesta "mira tío, un Ferrari rojo es la ostia... pero es que uno amarillo es la reostia!!!". Ahí lo dejo.
Pues eso.