Ha sido durante mi estancia en el Algarve más lejano cuando he terminado de leer mi ejemplar de Embassytown, la Ciudad Embajada, del autor China Miéville, que aunque tenga nombre de tía, es un tío. Como pueden ustedes suponer, sí, un tío que se llame así tiene que ser un rarito. Y lo es.
No entraré en mayores profundidades sobre el tema de valorar su vida, estudios, objetivos y pensamientos, porque no es tema atinente a este bloc.
En cambio, sí quiero compartir un poco de información sobre Embassytown, publicada en 2011, que ganó el premio Locus en 2012, y fue nominado para los prestigiosos Nebula, Hugo y Arthur C. Clarke.
Embassytown transcurre principalmente en la ciudad que da nombre a la novela, en español Ciudad Embajada. La Ciudad Embajada existe en el mismísimo límite del "manchmal" (término alemán para "a veces", expresado en la novela como "cada día"), que se supone que es la tercera iteración del universo conocido, y dadas las enormes distancias respecto a cualquier otro punto solo es accesible navegando a través del "ínmer" (adaptado del original "Immer" en la novela, término alemán para "siempre"), un universo permanente al que se aplican diferentes conceptos de tiempo y espacio.
Ciudad Embajada es una colonia de un estado llamado Bremen y sus bienes comerciales (metales preciosos y, sobre todo, biotecnología de procedencia alienígena), junto con la posición única de la ciudad al borde del universo conocido, la convierten una colonia particularmente importante.
Avice Benner Cho, una "inmersora", una viajera del ínmer, ha vuelto a su hogar de la infancia tras sus aventuras en el "exterior". En el planeta Arieka, humanos y "exots" (la palabra para extraterrestres exóticos) coexisten con los Ariekei, los enigmáticos seres autóctonos de aspecto vagamente insectoide, conocidos como Anfitriones. Pocas personas hablan el idioma de los Anfitriones, al que se hace referencia solo como el "Idioma", pues requiere que el orador pronuncie dos palabras a la vez. Los únicos humanos (Terres) que pueden hacerlo son gemelos lingüistas diseñados genéticamente, doppels, para que compartan un grado de comprensión mutua cercano a compartir mente a los que se conoce como Embajadores, criados únicamente para dicho propósito. Los Embajadores hablan con dos bocas y una mente y por ello los Ariekei, quienes no reconocen ni comprenden otras formas de comunicación, pueden entender lo que dicen, lo que permite comerciar con su valiosa biotecnología.
Los Ariekei tienen dos orificios para hablar y pronuncian su lenguaje simultáneamente por ambos; para ellos, lenguaje, pensamiento y realidad son inseparables, y por tanto no son capaces de entender a humanos individuales, mentir o especular.
El Idioma de los Anfitriones no permite la mentira, ni siquiera conceptos relacionados como la especulación; de hecho crean símiles mediante el reclutamiento de individuos para que lleven a cabo extraños comportamientos que se convierten así en alusiones en el Idioma. Avice es uno de esos símiles humanos, "la niña a la que hirieron en la oscuridad y que comió lo que le dieron". Desde la llegada de los humanos los Ariekei compiten en Festivales de Mentiras para ver quien puede acercarse más a pronunciar una falsedad, un acto a la vez excitante y tabú.
La relación entre humanos y Ariekei se ha mantenido en una relativa tranquilidad durante muchos años (expresados en kilohoras). Sin embargo, cuando llega desde Bremen un nuevo Embajador llamado Ez/Ra que no ha sido diseñado genéticamente para hablar Idioma pero que aun así puede hacerlo, todo cambia. El discurso del nuevo Embajador, creado por Bremen, droga a los Anfitriones y como resultado la población Ariekei al completo se vuelve adicta al habla del Embajador indiferentemnte de lo que exprese, hasta el extremo de que no pueden vivir sin ella. Mientras la situación se deteriora, la relación de Avice con los Anfitriones como símil humano, y con uno de los Embajadores, la empujan a buscar una solución.
Este resumen, que deja sin desvelar el sorprendente final, es copiado de la Wikipedia. La verdad es que es la mejor opción para que ustedes puedan comprender un poco de qué va la cosa, aunque dudo que puedan hacerlo sin leer el libro, que es complejo, un poco obtuso a veces, complicado de entender otras, pero fantástico cuando vas avanzando y las cosas cuadran poco a poco. Me planteo releerlo en breve espacio de tiempo, pues estoy convencido de que ahora comprenderé muchas más cosas. Muchas.
China Miéville no es un autor al uso, ni siquiera para ser un artífice de obras de ficción. Ya lo exploré con la lectura hace unos meses de La ciudad y la ciudad, otra obra vanguardista, muy distinto a todo lo que yo hubiera leído antes. Pero esta novela, Embassytown, supone una vuelta de tuerca tan tremenda, se adentra de una manera tan temeraria en terrenos inexplorados (la creación sicológica de unos seres alienígenas que no sólo son distintos morfológicamente, sino mentalmente; el tema de la dualidad del idioma, las luchas de poder, el colonialismo, el independentismo...), se inventa términos, nombres, adjetivos, cargos políticos, sistemas de gobierno. Y todo eso junto provoca sensaciones encontradas en el lector, que a menudo, sobre todo durante las primeras páginas (y me refiero a 100 ó 200 primeras páginas), se debate entre "no me estoy enterando de nada" y "¿pero de qué coño va esto?".
Pero, paciencia. Todo se va ajustando poco a poco. Las palabras inventadas son necesarias en su mayoría, la trama se va cerrando, los personajes son necesarios, las ideas fluyen y resultan lógicas, y el final es certero, bello y aleccionador.
Sí, me ha gustado, mucho más que La ciudad y la ciudad, y aquélla no era mala precisamente.
miércoles, 27 de julio de 2016
domingo, 24 de julio de 2016
El pollo
Y pesaba ya dos kilos.
En un año, sólo un año, una carretera puede sufrir un deterioro atroz.
Este está siendo un verano diferente para mí. Hasta hoy, 24 de julio, no he tenido ocasión de lanzarme a recorrer mis tramos de asfalto favoritos, bien sea en coche o en moto. Como la mañana estaba agradable, ¿qué mejor ocasión para destechar la flecha de plata? Veinticinco grados Celsius y buena visibilidad, perfectas condiciones.
De San Bartolomé de la Torre hasta Alosno, recorrido precioso con sube-baja y curvas enlazadas de velocidad media, el firme está en mal estado. Más preocupado por esquivar los rotos que en buscar la trazada ideal, aún así disfruto de los 12 km sin encontrarme un solo coche. Bien. La mañana la tenía planteada como una ruta de ida y vuelta hasta la cuna del fandango, tras desayunar allí, pero resultó que la venta estaba cerrada. ¡Maldición!
Me veo obligado a seguir hasta Tharsis. Acierto total, ya que el suelo en este breve tramo está absolutamente perfecto. Sigo teniendo suerte con el tráfico.
Veintiséis grados ya, sigo a cielo abierto, ventanillas bajadas, cambio manual, embriagándome con el sonido y los olores, y sintiendo el viento que me rodea. Muy placenteramente, al llegar al pueblo minero giro en dirección Villanueva de las Cruces, carretera inmejorable, ancha, con alguna recta larga que despacho en breves segundos merced a la caballería que aguarda bajo el largo capó para desatarse a mi más mínimo requerimiento. La peligrosa bajada del puerto de Sotiel Coronada la hago tras un enorme camión cisterna. Bueno, no hay mal que por bien no venga, nunca está de más refrenar los ánimos.
A continuación, tiro por la carretera que une Sotiel con los Pinos de Valverde, muy revirada y de escasa visibilidad, con poco espacio para errores, y con un primer tramo de un par de km en obras que, hoy domingo, están paradas, pero dejan el suelo sucio y resbaladizo.
Finalmente llego a la N-435 y paro a desayunar (que ya es hora) en la venta Baquero, regentada por un señor que debe rondar los 80, ayudado por un mozo alto y muy delgado pero claramente afectado por dolores abdominales.
Café decente con tostada de aceite, tomate y un jamón mediocre (acostumbrado a lo que suelo tomar en mis salidas) sentado tranquilo en la terraza exterior. Junto a mí, un heterogéneo grupo de nativos de los aledaños: un vendedor de la ONCE, que no hace sino sorber unos mocos cada treinta o cuarenta segundos, como un tic (bastante desgradable); un par de vejetes con su boina y todo, y otro señor mayor que desentonaba muchísimo por su indumentaria: mocasines cuidados, una camisa de manga corta color caqui, peinado impecablemente en su gris y frondosa cabellera, y gafas de sol Ray-Ban de aviador marrones. Todo un dandi en término de Valverde. Asombrado me quedé. Impactado. El único, por cierto, que no abrió la boca en todo el rato que estuve allí. Se limitaba a observar, igual que yo.
Hablaban de cosas propias de la época, ya saben, la calor, el polvo, el Gobierno... Se hace el silencio durante un par de minutos, que parecieron más bien un par de decenas de minutos en una situación como aquélla. Y de repente va uno y suelta "se me ha muerto un pollo". "Vaya por Dios", contesta uno de la boina. "Y pesaba ya dos kilos". Y sigue: "en fin, tengo que hablar con el del pienso, que me mande un par de sacos". Y esos apuntes dieron pie a una conversación poco ilustrativa sobre calidades y precios de los piensos para pollos.
Me llamó la atención, no obstante, la pena con que dijo aquello de "se me ha muerto un pollo". No sé si es que le tenía un cariño especial (¿tendría nombre el pollo?), o simplemente es que se le ha fastidiado una venta en su mejor momento... Sí, sí, no me miren mal, es que esta gente de los pueblos son muy suyos, y los de Valverde del Camino más.
A partir de ahí ya fui con techo cerrado y acondicionador de aire fresco activado, como sugerían los 31ºC. El verano sureño puede ser atroz si uno no está atento. La vuelta sin incidencias, tranquilo, amenizada por los siempre recomendables Foo Fighters.
Ahora tengo una semana de vacaciones y aprovecho para escaparme con el limitador. Si ha lugar y la situación lo requiere, puede que dejé por aquí alguna review.
Besos y deseos de libertad para todos.
En un año, sólo un año, una carretera puede sufrir un deterioro atroz.
Este está siendo un verano diferente para mí. Hasta hoy, 24 de julio, no he tenido ocasión de lanzarme a recorrer mis tramos de asfalto favoritos, bien sea en coche o en moto. Como la mañana estaba agradable, ¿qué mejor ocasión para destechar la flecha de plata? Veinticinco grados Celsius y buena visibilidad, perfectas condiciones.
De San Bartolomé de la Torre hasta Alosno, recorrido precioso con sube-baja y curvas enlazadas de velocidad media, el firme está en mal estado. Más preocupado por esquivar los rotos que en buscar la trazada ideal, aún así disfruto de los 12 km sin encontrarme un solo coche. Bien. La mañana la tenía planteada como una ruta de ida y vuelta hasta la cuna del fandango, tras desayunar allí, pero resultó que la venta estaba cerrada. ¡Maldición!
Me veo obligado a seguir hasta Tharsis. Acierto total, ya que el suelo en este breve tramo está absolutamente perfecto. Sigo teniendo suerte con el tráfico.
Veintiséis grados ya, sigo a cielo abierto, ventanillas bajadas, cambio manual, embriagándome con el sonido y los olores, y sintiendo el viento que me rodea. Muy placenteramente, al llegar al pueblo minero giro en dirección Villanueva de las Cruces, carretera inmejorable, ancha, con alguna recta larga que despacho en breves segundos merced a la caballería que aguarda bajo el largo capó para desatarse a mi más mínimo requerimiento. La peligrosa bajada del puerto de Sotiel Coronada la hago tras un enorme camión cisterna. Bueno, no hay mal que por bien no venga, nunca está de más refrenar los ánimos.
A continuación, tiro por la carretera que une Sotiel con los Pinos de Valverde, muy revirada y de escasa visibilidad, con poco espacio para errores, y con un primer tramo de un par de km en obras que, hoy domingo, están paradas, pero dejan el suelo sucio y resbaladizo.
Finalmente llego a la N-435 y paro a desayunar (que ya es hora) en la venta Baquero, regentada por un señor que debe rondar los 80, ayudado por un mozo alto y muy delgado pero claramente afectado por dolores abdominales.
Café decente con tostada de aceite, tomate y un jamón mediocre (acostumbrado a lo que suelo tomar en mis salidas) sentado tranquilo en la terraza exterior. Junto a mí, un heterogéneo grupo de nativos de los aledaños: un vendedor de la ONCE, que no hace sino sorber unos mocos cada treinta o cuarenta segundos, como un tic (bastante desgradable); un par de vejetes con su boina y todo, y otro señor mayor que desentonaba muchísimo por su indumentaria: mocasines cuidados, una camisa de manga corta color caqui, peinado impecablemente en su gris y frondosa cabellera, y gafas de sol Ray-Ban de aviador marrones. Todo un dandi en término de Valverde. Asombrado me quedé. Impactado. El único, por cierto, que no abrió la boca en todo el rato que estuve allí. Se limitaba a observar, igual que yo.
Hablaban de cosas propias de la época, ya saben, la calor, el polvo, el Gobierno... Se hace el silencio durante un par de minutos, que parecieron más bien un par de decenas de minutos en una situación como aquélla. Y de repente va uno y suelta "se me ha muerto un pollo". "Vaya por Dios", contesta uno de la boina. "Y pesaba ya dos kilos". Y sigue: "en fin, tengo que hablar con el del pienso, que me mande un par de sacos". Y esos apuntes dieron pie a una conversación poco ilustrativa sobre calidades y precios de los piensos para pollos.
Me llamó la atención, no obstante, la pena con que dijo aquello de "se me ha muerto un pollo". No sé si es que le tenía un cariño especial (¿tendría nombre el pollo?), o simplemente es que se le ha fastidiado una venta en su mejor momento... Sí, sí, no me miren mal, es que esta gente de los pueblos son muy suyos, y los de Valverde del Camino más.
A partir de ahí ya fui con techo cerrado y acondicionador de aire fresco activado, como sugerían los 31ºC. El verano sureño puede ser atroz si uno no está atento. La vuelta sin incidencias, tranquilo, amenizada por los siempre recomendables Foo Fighters.
Ahora tengo una semana de vacaciones y aprovecho para escaparme con el limitador. Si ha lugar y la situación lo requiere, puede que dejé por aquí alguna review.
Besos y deseos de libertad para todos.
sábado, 23 de julio de 2016
Las normas.
La primera norma del Club de la Lucha es no hablar del Club de la Lucha.
Pero obviamente tiene normas, como todo club.
Yo no pertenezco a ningún club, no al menos formalmente. Una vez pertenecí a uno, pero duró poco, se disolvió y jamás se volvió a saber de él (que yo sepa).
Como dijo el forero Sun Tzu en foromtb.com, y no puedo estar más de acuerdo con él:
"Vivimos en un país de pillos, de fanfarrones, de sabelotodo, y a veces alguien te mete una hostia detrás de la esquina, golpe que hay gente que aprovecha como lección intentando cambiar su "parcela de poder", pero sin embargo hay imbeciles que vuelven a doblar la misma esquina una y otra vez."
Pues sí, amigos, hay muchos clubes, incluso clubes dentro de clubes, y a menudo formamos parte de ellos sin saberlo siquiera. Eso es una mierda, pero hay que estar atentos y darse cuenta, y no entrar a formar parte de ellos o librarse de ese peso en cuanto tengamos noción de su existencia (si es que podemos).
Pero obviamente, y lo sé bien por mi formación en Derecho, las normas son necesarias a veces. A pesar de que hay algunas personas que son partidarias de la Teoría del Caos, que propicia su propio Orden Natural, para vivir en Sociedad hay que establecer unas mínimas normas de convivencia, porque no todos pensamos igual, ni actuamos igual, ni tenemos las mismas aspiraciones, deseos ni preocupaciones. Aún así, hay que mantener unos mínimos de conducta, establecidos por los entándares morales imperantes.
Bueno, no es mi intención establecer aquí y ahora toda una teoría de filosofía del derecho, eso sería un rollo para ustedes, aunque les digo que, verdaderamente, es un tema apasionante. En serio.
Yo, en mi vida, he escogido la opción personal de participar lo menos posible. No quiero crear reglas. Ni seguirlas, ni imponerlas. Es una lucha estéril, es la aparición constante del Síndrome del Cabrero que ya expliqué en su día en este bloc.
No propicio la aparición de conflictos en los que sea necesaria la aplicación de la norma (que no normalmente no se aplica y simplemente gana el más bestia, el más chulo, el más ignorante, el que más chilla). Siento que cada vez paso más. Soy un pasota. Intento permanecer praeter legem, y lo único que aplico y que me demuestra que se cumple es el karma, Ley Universal.
Se puede. Yo lo hago, y si yo puedo, cualquiera puede. Esto no es ningún tipo de llamamiento ni proselitismo, sino simple plasmación de lo que quiero creer que es la realidad.
Amén.
Les dejo, voy a visualizar La vida de Brian, que hace tiempo que no lo hago.
Pero obviamente tiene normas, como todo club.
Yo no pertenezco a ningún club, no al menos formalmente. Una vez pertenecí a uno, pero duró poco, se disolvió y jamás se volvió a saber de él (que yo sepa).
Como dijo el forero Sun Tzu en foromtb.com, y no puedo estar más de acuerdo con él:
"Vivimos en un país de pillos, de fanfarrones, de sabelotodo, y a veces alguien te mete una hostia detrás de la esquina, golpe que hay gente que aprovecha como lección intentando cambiar su "parcela de poder", pero sin embargo hay imbeciles que vuelven a doblar la misma esquina una y otra vez."
Pues sí, amigos, hay muchos clubes, incluso clubes dentro de clubes, y a menudo formamos parte de ellos sin saberlo siquiera. Eso es una mierda, pero hay que estar atentos y darse cuenta, y no entrar a formar parte de ellos o librarse de ese peso en cuanto tengamos noción de su existencia (si es que podemos).
Pero obviamente, y lo sé bien por mi formación en Derecho, las normas son necesarias a veces. A pesar de que hay algunas personas que son partidarias de la Teoría del Caos, que propicia su propio Orden Natural, para vivir en Sociedad hay que establecer unas mínimas normas de convivencia, porque no todos pensamos igual, ni actuamos igual, ni tenemos las mismas aspiraciones, deseos ni preocupaciones. Aún así, hay que mantener unos mínimos de conducta, establecidos por los entándares morales imperantes.
Bueno, no es mi intención establecer aquí y ahora toda una teoría de filosofía del derecho, eso sería un rollo para ustedes, aunque les digo que, verdaderamente, es un tema apasionante. En serio.
Yo, en mi vida, he escogido la opción personal de participar lo menos posible. No quiero crear reglas. Ni seguirlas, ni imponerlas. Es una lucha estéril, es la aparición constante del Síndrome del Cabrero que ya expliqué en su día en este bloc.
No propicio la aparición de conflictos en los que sea necesaria la aplicación de la norma (que no normalmente no se aplica y simplemente gana el más bestia, el más chulo, el más ignorante, el que más chilla). Siento que cada vez paso más. Soy un pasota. Intento permanecer praeter legem, y lo único que aplico y que me demuestra que se cumple es el karma, Ley Universal.
Se puede. Yo lo hago, y si yo puedo, cualquiera puede. Esto no es ningún tipo de llamamiento ni proselitismo, sino simple plasmación de lo que quiero creer que es la realidad.
Amén.
Les dejo, voy a visualizar La vida de Brian, que hace tiempo que no lo hago.
martes, 19 de julio de 2016
Siempre Caños
¿Que no hay viento en Huelva porque la levantera en el Estrecho es de órdago? No hay problema.
Mientras la tópica Tarifa se llena de veraneantes, catetos, miarmas y guiris, unos pocos privilegiados, adelantándonos a los acontecimientos, surcamos las antaños procelosas aguas que fueron escenario de famosa batalla.
Permitan el desacato de mostrar unos pantallazos cutres (quizá en exceso, lo siento muchísimo, de veras) del suceso:
Julitu a toda mecha por las azules aguas |
Julitu despegando |
Autoretrato acuático |
El sempiterno faro de Trafalgar, siempre vigilante, observa a Julitu |
Una gozada sentir que el agua corre bajo los pies!!!! |
Mi primogénito disfrutó de lo lindo, sin duda alguna |
Aquí unos tipos satisfecos, preparando el tercer asalto. Ou yeah. |
jueves, 14 de julio de 2016
Diarios de hidrofoil.
Un par de sesiones más, una de ellas, la primera, en magníficas condiciones de viento y mar. Enseguida he comenzado a realizar mis primeros "vuelos": una sensación alucinante cuando la tabla se eleva por efecto de la velocidad y la hidrodinámica empuja el hidroala hacia arriba. Es entonces cuando hay que regular el ángulo de ataque moviendo el peso hacia delante o hacia atrás, en busca de un equilibrio dinámico que, al principio, es algo que se ve dificilísimo.
Al final de esa primera sesión ya fui capaz de mantener, sobre todo en los bordos con amura a estribor, vuelos de cierta longitud, aunque reconozco que un poco descontrolados. En esa situación, aún no era capaz de dirigir ni de frenar, y me encontraba a merced de los elementos. Quizá la cometa era demasiado grande para el viento que hacía, pero es que es realmente increíble que se necesite menos trapo con los 7/8 nudos que podía haber. Con la Contra de 15m iba pasado la mayor parte del tiempo, y al final me tuve que salir del agua por ese motivo. Como dato curioso, los demás propietarios de cometas similares aún no se planteaban navegar con tablas normales...
Pasaron unos días, en los que el fin de semana y la afluencia de público a la playa por un lado, y la falta de condiciones propicias de viento y mareas por el otro, no hicieron que me preocupara por mi hidroala, que descansaba esperando su momento, que llegó hoy mismo, un miércoles en el que se esperaba viento de sobra para navegar con twintip y doce metros... pero no ha sido así. Son las cosas del verano y el Levante.
Sólo el Gurú del Viento estaba en el agua con una cometa ligera dando un curso. Yo observaba atento a los movimientos de esa pandorguilla, y auscultando cuidadosamente las subidas y bajadas de intensidad, así como cerciorábame una y otra vez de la dirección. Al final, me hice el valiente y monté la Contra de nuevo. Tras un pequeño cónclave con Manu, decido lanzar el kite para probar en tierra, y la verdad es que se mantenía en vuelo con bastante dignidad, y aunque no podría general potencia y sustentación suficiente para una tabla normal, veía la situación idónea para el HF, de modo que allí me lancé, y me sorprendí a mí mismo -grandiosa y gratificante sensación- cuando rápidamente alcancé planeo y vuelo con una par de buenas remadas. Oh, maravilla!!!!
La ida fue fantásticamente, con control y disfrute desde el primer momento. La vuelta me costó más despegar, pero por lo menos no perdí barlovento. Un par de bordos más, disfrutando, con la cometa en su punto justo de potencia, jugando con la altura del foil, adaptándome, aprendiendo... aunque notaba que cada vez había menos y menos viento. Aún así, estos cacharros son algo fantástico creando viento aparente, lo que llevó al desastre que se produjo cuando paré para dar la vuelta y la cometa cayó al agua irremisiblemente, sin capacidad para relanzarla, por la ausencia de viento real. Y el espigón estaba tan cerca...
Por fortuna (que favorece a los audaces, según un viejo adagio latino) apareció rodeando el espigón una neumática a motor que acompañaba a varios optimist: el equipo infantil de vela del Real Club Náutico de Punta Umbría, para hacer su entrenamiento vespertino habitual. No dudó ni un segundo en rescatarme, y eficazmente recogimos cometa y tabla, y me llevaron sano y salvo a la orilla.
¡Bravo! Y gracias mil, compañero. Ya le dije que tendría ración de birras gratis en el Mosquito.
Hay que sacar enseñanza de todo, y está claro que cuando se busca la cosquillas, cuando se juega al límite, cuando uno se pasea por el filo de la navaja, pueden ocurrir estas vicisitudes.
Por otro lado, estoy flipando con un secreto que les voy a contar: recuerdo bien cuando el verano pasado me monté en un HF por primera vez, y me pareció algo imposible. Imposible no ya volarlo, sino siquiera mantener precariamente el equilibrio. Sufrí torcedura de tobillo, innumerables caídas inverosímiles, frustración, la cometa no respondía... un desastre, en suma. Veía también a Luiky pasarlas canutas, estrellando su cometa que se desventaba sin parar, o al Hombre que Susurra a las Cometas sudar la gota gorda, todos con señales en el cuerpo de los ataques de las cuchillas del monstruo, esguinces, y sicológicamente afectados.
Pero la luz siempre sale al final del túnel, y poco a poco uno va domando a ese dragón al que, por supuesto, no hay que perder el respeto porque sigue teniendo las garras afiladas, y juega en condiciones que no son las normales en cuanto a fuerza de viento y estado de la mar. El secreto es que, a pesar de lo difícil que parezca, me parece asombroso, de verdad, asombroso, la forma en que el sistema neurológico y muscular, los recovecos del cerebro, la vista, el oído, el equilibrio, los reflejos... todo hace su trabajo y finalmente se logra el éxito. Fruto, sin duda, de millones de años de evolución, y causa del éxito de nuestra adaptación al medio y constitución como especie dominante en este planeta.
Al final de esa primera sesión ya fui capaz de mantener, sobre todo en los bordos con amura a estribor, vuelos de cierta longitud, aunque reconozco que un poco descontrolados. En esa situación, aún no era capaz de dirigir ni de frenar, y me encontraba a merced de los elementos. Quizá la cometa era demasiado grande para el viento que hacía, pero es que es realmente increíble que se necesite menos trapo con los 7/8 nudos que podía haber. Con la Contra de 15m iba pasado la mayor parte del tiempo, y al final me tuve que salir del agua por ese motivo. Como dato curioso, los demás propietarios de cometas similares aún no se planteaban navegar con tablas normales...
Pasaron unos días, en los que el fin de semana y la afluencia de público a la playa por un lado, y la falta de condiciones propicias de viento y mareas por el otro, no hicieron que me preocupara por mi hidroala, que descansaba esperando su momento, que llegó hoy mismo, un miércoles en el que se esperaba viento de sobra para navegar con twintip y doce metros... pero no ha sido así. Son las cosas del verano y el Levante.
Sólo el Gurú del Viento estaba en el agua con una cometa ligera dando un curso. Yo observaba atento a los movimientos de esa pandorguilla, y auscultando cuidadosamente las subidas y bajadas de intensidad, así como cerciorábame una y otra vez de la dirección. Al final, me hice el valiente y monté la Contra de nuevo. Tras un pequeño cónclave con Manu, decido lanzar el kite para probar en tierra, y la verdad es que se mantenía en vuelo con bastante dignidad, y aunque no podría general potencia y sustentación suficiente para una tabla normal, veía la situación idónea para el HF, de modo que allí me lancé, y me sorprendí a mí mismo -grandiosa y gratificante sensación- cuando rápidamente alcancé planeo y vuelo con una par de buenas remadas. Oh, maravilla!!!!
La ida fue fantásticamente, con control y disfrute desde el primer momento. La vuelta me costó más despegar, pero por lo menos no perdí barlovento. Un par de bordos más, disfrutando, con la cometa en su punto justo de potencia, jugando con la altura del foil, adaptándome, aprendiendo... aunque notaba que cada vez había menos y menos viento. Aún así, estos cacharros son algo fantástico creando viento aparente, lo que llevó al desastre que se produjo cuando paré para dar la vuelta y la cometa cayó al agua irremisiblemente, sin capacidad para relanzarla, por la ausencia de viento real. Y el espigón estaba tan cerca...
Por fortuna (que favorece a los audaces, según un viejo adagio latino) apareció rodeando el espigón una neumática a motor que acompañaba a varios optimist: el equipo infantil de vela del Real Club Náutico de Punta Umbría, para hacer su entrenamiento vespertino habitual. No dudó ni un segundo en rescatarme, y eficazmente recogimos cometa y tabla, y me llevaron sano y salvo a la orilla.
¡Bravo! Y gracias mil, compañero. Ya le dije que tendría ración de birras gratis en el Mosquito.
Hay que sacar enseñanza de todo, y está claro que cuando se busca la cosquillas, cuando se juega al límite, cuando uno se pasea por el filo de la navaja, pueden ocurrir estas vicisitudes.
Por otro lado, estoy flipando con un secreto que les voy a contar: recuerdo bien cuando el verano pasado me monté en un HF por primera vez, y me pareció algo imposible. Imposible no ya volarlo, sino siquiera mantener precariamente el equilibrio. Sufrí torcedura de tobillo, innumerables caídas inverosímiles, frustración, la cometa no respondía... un desastre, en suma. Veía también a Luiky pasarlas canutas, estrellando su cometa que se desventaba sin parar, o al Hombre que Susurra a las Cometas sudar la gota gorda, todos con señales en el cuerpo de los ataques de las cuchillas del monstruo, esguinces, y sicológicamente afectados.
Pero la luz siempre sale al final del túnel, y poco a poco uno va domando a ese dragón al que, por supuesto, no hay que perder el respeto porque sigue teniendo las garras afiladas, y juega en condiciones que no son las normales en cuanto a fuerza de viento y estado de la mar. El secreto es que, a pesar de lo difícil que parezca, me parece asombroso, de verdad, asombroso, la forma en que el sistema neurológico y muscular, los recovecos del cerebro, la vista, el oído, el equilibrio, los reflejos... todo hace su trabajo y finalmente se logra el éxito. Fruto, sin duda, de millones de años de evolución, y causa del éxito de nuestra adaptación al medio y constitución como especie dominante en este planeta.
lunes, 11 de julio de 2016
Un abismo en el cielo
Vuelvo a visitar a Vernor Vinge, ese matemático y casi filósofo por sus apropiadas propuestas, que me encandiló desde la primera novela suya que devoré.
Del mismo modo he devorado ésta de la que ahora les hablo, A deepness in the sky, una obra realmente larga, a ratos dura de leer, pero que enamora casi desde el principio y hasta el desenlace final, en el que encontramos algunas consecuencias más o menos previsibles, pero también, y atendiendo a los antecedentes del autor, sorpresas que surgen no por ser un giro total y realmente inesperado por el lector... sino más bien por no contar todo anteriormente. De todas maneras, el efecto es adecuado y satisfactorio, y no en vano este libro, publicado originalmente 1999, ganó el premio Hugo en 2000.
También ganó los premios John Campbell Memorial y Prometheus del mismo año 2000.
Esta es, sin duda, una obra de calidad, y dada su extensión, se trabaja bastante en la caracterización de los personajes, que son muchos y variados, haciendo que amemos y nos identifiquemos con alguno, y que por supuesto odiemos a muerte a otros. No pasa de puntillas, ni mucho menos, sobre el origen de las facciones que se enfrentan, y hace que logremos una idea completa de los intereses en juego, que no son pocos.
Básicamente, la historia cuenta el descubrimiento de un planeta habitado por seres muy distintos a nosotros, las "arañas", cuyo modo de vida está fuertemente condicionado por la estrella alrededor de la cual orbita dicho planeta, que pasa unos 35 años encendida y 215 años apagada. A pesar de ello, su sique no difiere tanto de la humana, y tienen sus problemas familiares, laborales, sus guerras y tal y cual.
Los humanos se plantan allí cerca, esperando el momento de un próximo encendido de la estrella -llamada al efecto "On-Off"-, para con el resurgir de la actividad de las arañas, llegar a acuerdos comerciales y disfrutar de la tecnología que hubieran podido disfrutar. Pero no todo es tan sencillo, pues llegan casi al mismo tiempo dos facciones diferentes en objetivos y procedencia: por un lado los Qeng-Ho, unos mercaderes que llevan ejerciendo de tales durante miles de años; por el otro, los Emergentes, procedentes de una civilización que colapsó y que ha vuelto a resurgir, cuyos métodos son más violentos, apoyados por el descubrimiento y explotación de la tecnología del "enfoque", que convierte en verdaderos esclavos casi robots a aquellos infectados.
Una novela larga, repleta de intrigas, traiciones, dobleces, cambios de sentido, algún giro tan insospechado como interesante, acción, amor y desamor... y para variar deja un final abierto que veremos en qué desemboca. Para mí, la dejaría como está sin hacer ningún tipo de continuación.
Muy buena, en resumen, como todo lo que he leído de Vinge, con parte repleta de detalles clásicos, y otro tanto de ciencia ficción en su rama dura, todo bien explicado desde la física que conocemos.
Del mismo modo he devorado ésta de la que ahora les hablo, A deepness in the sky, una obra realmente larga, a ratos dura de leer, pero que enamora casi desde el principio y hasta el desenlace final, en el que encontramos algunas consecuencias más o menos previsibles, pero también, y atendiendo a los antecedentes del autor, sorpresas que surgen no por ser un giro total y realmente inesperado por el lector... sino más bien por no contar todo anteriormente. De todas maneras, el efecto es adecuado y satisfactorio, y no en vano este libro, publicado originalmente 1999, ganó el premio Hugo en 2000.
También ganó los premios John Campbell Memorial y Prometheus del mismo año 2000.
Esta es, sin duda, una obra de calidad, y dada su extensión, se trabaja bastante en la caracterización de los personajes, que son muchos y variados, haciendo que amemos y nos identifiquemos con alguno, y que por supuesto odiemos a muerte a otros. No pasa de puntillas, ni mucho menos, sobre el origen de las facciones que se enfrentan, y hace que logremos una idea completa de los intereses en juego, que no son pocos.
Básicamente, la historia cuenta el descubrimiento de un planeta habitado por seres muy distintos a nosotros, las "arañas", cuyo modo de vida está fuertemente condicionado por la estrella alrededor de la cual orbita dicho planeta, que pasa unos 35 años encendida y 215 años apagada. A pesar de ello, su sique no difiere tanto de la humana, y tienen sus problemas familiares, laborales, sus guerras y tal y cual.
Los humanos se plantan allí cerca, esperando el momento de un próximo encendido de la estrella -llamada al efecto "On-Off"-, para con el resurgir de la actividad de las arañas, llegar a acuerdos comerciales y disfrutar de la tecnología que hubieran podido disfrutar. Pero no todo es tan sencillo, pues llegan casi al mismo tiempo dos facciones diferentes en objetivos y procedencia: por un lado los Qeng-Ho, unos mercaderes que llevan ejerciendo de tales durante miles de años; por el otro, los Emergentes, procedentes de una civilización que colapsó y que ha vuelto a resurgir, cuyos métodos son más violentos, apoyados por el descubrimiento y explotación de la tecnología del "enfoque", que convierte en verdaderos esclavos casi robots a aquellos infectados.
Una novela larga, repleta de intrigas, traiciones, dobleces, cambios de sentido, algún giro tan insospechado como interesante, acción, amor y desamor... y para variar deja un final abierto que veremos en qué desemboca. Para mí, la dejaría como está sin hacer ningún tipo de continuación.
Muy buena, en resumen, como todo lo que he leído de Vinge, con parte repleta de detalles clásicos, y otro tanto de ciencia ficción en su rama dura, todo bien explicado desde la física que conocemos.
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