Age is a cuestion of mind over matter.
If you don't mind, it doesn't matter.
Satchel Paige
sábado, 30 de diciembre de 2017
viernes, 29 de diciembre de 2017
Conversaciones (I)
Y me asaltó una nueva duda. Y aunque traté de reflexionar sobre ello, mi limitada capacidad no me permitió llegar a ningún puerto. Y me aventuré, con todo el máximo respeto y fervor del que soy capaz, a preguntar al maestro, quien se encontraba en la postura del loto, con los ojos cerrados.
- El dolor –dije-, ¿es tan absolutamente necesario?
Sin abrir los ojos, con apenas perceptibles movimientos de sus labios, me preguntó a su vez:
- Dime, pequeño renacuajo que aprende a nadar, ¿qué te duele?
- Bueno, me dan punzadas en la espalda, aquí y allá. Y también la rodilla izquierda me molesta a veces…
- Ah, creí que te referías a otro tipo de dolor.
- ¿Acaso hay otros dolores?
- Me referiste dolores físicos. Hay solución para eso a través de la medicina, renacuajo de la charca, tanto la tradicional como la occidental. Lo dejo a tu elección. Pero, sí, hay otro dolor, mucho peor: el dolor del espíritu, un dolor interno que no se ve en las radiografías, que no puedes realmente localizar en ninguna parte física de tu cuerpo, por maltrecho y castigado que esté.
- ¿Sí? Bueno, si tal cosa existe, no sé si alguna vez lo padecí.
- Es cierto que muchísimas personas lo sufren a diario, pero no lo saben…
Pensé en ese momento que me estaba troleando. Traté de eliminar tal idea de mi mente, por lo que suponía de falta de respeto hacia el gran sensei. Casi lo conseguí.
No obstante, seguí indagando sobre este nuevo concepto que se abría ante mi poco lúcida mente.
- ¿Como cuando muere un familiar querido, maestro?
- Es un claro ejemplo, captas el concepto, aunque vagamente, me temo. Hay muchas causas que pueden originar el dolor interno, como me gusta referirlo. Asimismo, dicho dolor puede ser más o menos profundo, y también poco o muy duradero. Es un proceso largo, y se necesita tiempo y experiencia para identificarlo y superarlo, porque ese dolor del espíritu, por llamarlo de alguna manera y que tu mente en formación pueda comprenderlo, hay que aprender a reconocerlo, a tratarlo, a superarlo o, en algunos casos, saber cómo terciar con él, como hacerlo tu compañero por una temporada, o por toda una vida. Incluso puedes llegar a apoyarte en él, beneficiarte, aunque te suene extraño y contrario a toda lógica.
- Oh, ¡es terrible esto que ahora me descubres!
- ¿Por qué te azoras, simple ameba de caldo primigenio? Sin duda, debes estar atacado por algún tipo de dolor del alma, por llamarlo de alguna manera y que tu mente en formación pueda comprenderlo. Cuéntame qué es lo que te aqueja, y trataré de consolarte.
- Mi gran enseñador, amo de mis pensamientos, adivinador de intenciones, tu sabiduría me deja sin palabras…
- Vamos, déjate de idioteces, suéltalo ya –me espetó bruscamente-.
- Verá, oh, Gran Ojo que Todo lo Ve: lo que más dolor me causa es la actitud de mis semejantes.
- Explícate.
- Bueno, observo que quienes me rodean desprecian lo que yo amo, por ejemplo, y eso me entristece. Y creo que la tristeza es un tipo de dolor.
- Estás en lo cierto, y veo que no eres tan lerdo –y en ese momento abrió los ojos y fijó su penetrante y acerada mirada en mí-. Debes saber que no todos pensamos igual, ni tenemos los mismos objetivos vitales, los mismos intereses o, simplemente, iguales quehaceres. No puedes pretender que los otros te comprendan, pero sí debes pretender, y lograr, comprender a los otros. Cuando te metas en sus mentes, cuando aprendas a leer sus vidas, cuando seas capaz de ponerte en su lugar, podrás asumir y, en definitiva, aceptar. La aceptación es importante, fiel seudópodo de un organismo unicelular, para ser feliz y no sufrir dolor.
- Ah, sí, esto me recuerda a aquello que dijo Confucio, ¿cómo era?
- ¿Confucio? ¿Confucio? Pero ¿qué manera es esa de referirte al Gran Confucio? ¡Jamás dejarás tu estado de ciega lombriz, impertinente y descarado ser!
Agaché la cabeza fijando la vista en el suelo, humillado y, porqué no decirlo, afectado por las duras palabras del maestro. De mi boca sólo pudieron salir las siguientes balbuceantes palabras:
- Ruego el más implorante de los perdones, oh, sabio maestro, no soy más que el escupitajo de un buitre que regurjita la bilis del putrefacto hígado de la carroña más seca.
- Está bien –aceptó, satisfecho-. El aforismo es el siguiente, y grábalo a fuego en tu desusada neurona, pues debe iluminar tu camino. Siempre.
- ¡Estoy preparado! –exclamé, dándome cuenta inmediatamente que ese exceso de entusiasmo podía perjudicarme a los ojos de Aquel que Todo lo Sabe-
Me miró de reojo girando un poco la cabeza hacia un lado, cerró sus párpados, se levantó lentamente, desentumeciendo sus tobillos y rodillas –pues llevaba siete horas, cuarenta y nueve minutos y treinta y tres segundos en padmasana-, juntó las palmas de sus manos a la altura del pecho, y muy muy muy serio por fin dijo:
- Ten fortaleza para cambiar lo que se puede cambiar, serenidad para aceptar lo que no puedes cambiar, y sabiduría para entender la diferencia.
- ¡Oh!
Se giró y, sin decir una sola palabra más, comenzó a bajar lentamente la montaña hacia el monasterio.
viernes, 22 de diciembre de 2017
Lo corto
Lo corto, lo breve, lo escaso.
Y mientras otros celebraban algo, no recuerdo bien el qué. Ni mucho menos el porqué.
Hace frío, me dije. El Sol se pondrá pronto, advertí. Son días de tráfico intenso, me auto susurré en mis adentros.
¿Y?
Sólo arrancarla, sentir el ronrroneo, la vibración, el calor, el nervio... me emociono.
Una hora para subir, otra para bajar. En medio, un cortado en la venta de siempre, mientras la rubia espera tranquila en el párking. Sola. Valiente. Caliente.
Breve, pero intenso, como un buen café cortado español, de esos que uno sólo se puede tomar aquí, o en Portugal, o en Italia. En pocos sitios más es igual de sensacional.
¿Qué tendrá el café? ¿Qué tendrán las motos?
Obras, camiones, un tractor con el remolque volcado poco antes de llegar a Beas, alguna humedad subiendo el puerto de Zalamea. Una Honda Paneuro me saluda al pasar. Algún tonto en la autopista.
Sin más particulares, dejo a la italiana en el garaje, bien segura con sus dos candados y bajo la funda, escondida de ojos indiscretos. Aún así, la miro una última vez antes de cerrar la puerta del trastero. Ella lo merece... me hace tan feliz!!!
Las sirenas de Titán
Kurt Vonnegut, de nuevo, consigue maravillarme con una muy especial obra de ficción, pura y auténtica, sensible, cruel, divina, que me ha emocionado y hecho reir, llorar, amar y casi odiar, y a menudo varias de estas cosas a la vez.
Siendo ésta la tercera lectura de este genial autor que pasa por mis manos, no puedo sino quitarme el sombrero. Absolutamente desconocido para mí hasta hace unos meses en que procedía a empaparme, maravillado, de su Matadero 5, con esta nueva experiencia sólo puedo remarcar el hecho de lo grande que es el tal señor Kurt.
Narra las aventuras y, sobre todo, las desventuras de Malachi Constant, un joven millonario convertido en soldado marciano y más tarde en paria sin destino. De todos modos, no todo es lo que parece en este libro, y la acción se desarrolla con personajes cambiantes en su importancia para la historia. ¿Estamos manipulados por una entidad superior? ¿Hay dios? ¿Tiene sentido la vida? ¿Lo tiene la muerte? ¿Estamos solos en el Universo? Estas y otras cruciales preguntas son objeto de estudio y profundización en una novela satírica, con grandes dosis de humor y mala leche, con el particular y fenomenal estilo de Vonnegut.
Absolutamente recomendable.
martes, 19 de diciembre de 2017
Hardtrail navideño
O casi, por lo de las fechas.
Y conseguimos juntar un grupo de número superior a dos. Oh, aleluya.
Y Perico nos preparó una ruta bella, alegre, dura para las motos y los cuerpos. Oh, osanna.
Y pasaron cosas, es inevitable.
Y nos encontramos por azar con otro grupo de amigos que hacen enduro. Oh, casualidad.
Tras el encuentro feliz e inesperado, seguimos trayecto guiados por el track. Alguno se pierde. Más tarde se encuentra.
Las máquinas rinden sin descanso, el campo está bonito tras las últimas lluvias, por fin. Oh, gracias, elementos.
Todo tipo de terrenos pasan bajo los tacos de nuestras ruedas. Piedras afiladas, arena traicionera, pendientes imposibles, charcos, algo de barro (poco), asfalto, grava, pistas anchas y rápidas, caminos lentos y revirados. El singletrack bello y siempre esperado, productor de placer, inmersión total en el verde clorofílico de nuestros bosques.
Casi al final paramos en La Peñuela para almorzar. Los cuerpos empiezan a estar cansados, pero los ánimos siguen alegres, felices. La comida es jocosa y reímos como lo que somos: niños con juguetes caros, pero niños al fin y al cabo.
Las KTM son legión, van conquistando el corazón de los practicantes del motocampismo, ya sea en su faceta más dura, ya en la tranquila: este sábado había tres 690 en nuestro grupo, dos Yamahas, una Suzuki, y otra KTM 950 que nos dejó antes de pasar por el amago de restaurante.
Siguiendo con lo previsto, a veces hay que pasar algún cercado o vallado, cumpliendo con las normas universales de protocolo de cancelas y puertas:
Sin contratiempos ni daños, llegamos casi con la huida del Sol, a nuestro destino.
Queda, como recuerdo de este día, quizá el último de este año que ahora está por acabar, la prueba testifical de nuestro paso por tierras boscosas, en algún punto entre Niebla y Valverde:
Y conseguimos juntar un grupo de número superior a dos. Oh, aleluya.
Y Perico nos preparó una ruta bella, alegre, dura para las motos y los cuerpos. Oh, osanna.
Y pasaron cosas, es inevitable.
Y nos encontramos por azar con otro grupo de amigos que hacen enduro. Oh, casualidad.
Tras el encuentro feliz e inesperado, seguimos trayecto guiados por el track. Alguno se pierde. Más tarde se encuentra.
Las máquinas rinden sin descanso, el campo está bonito tras las últimas lluvias, por fin. Oh, gracias, elementos.
Todo tipo de terrenos pasan bajo los tacos de nuestras ruedas. Piedras afiladas, arena traicionera, pendientes imposibles, charcos, algo de barro (poco), asfalto, grava, pistas anchas y rápidas, caminos lentos y revirados. El singletrack bello y siempre esperado, productor de placer, inmersión total en el verde clorofílico de nuestros bosques.
Casi al final paramos en La Peñuela para almorzar. Los cuerpos empiezan a estar cansados, pero los ánimos siguen alegres, felices. La comida es jocosa y reímos como lo que somos: niños con juguetes caros, pero niños al fin y al cabo.
Las KTM son legión, van conquistando el corazón de los practicantes del motocampismo, ya sea en su faceta más dura, ya en la tranquila: este sábado había tres 690 en nuestro grupo, dos Yamahas, una Suzuki, y otra KTM 950 que nos dejó antes de pasar por el amago de restaurante.
Siguiendo con lo previsto, a veces hay que pasar algún cercado o vallado, cumpliendo con las normas universales de protocolo de cancelas y puertas:
Sin contratiempos ni daños, llegamos casi con la huida del Sol, a nuestro destino.
Queda, como recuerdo de este día, quizá el último de este año que ahora está por acabar, la prueba testifical de nuestro paso por tierras boscosas, en algún punto entre Niebla y Valverde:
Skater
Las cosas pueden no parecer lo que en realidad son. Me resisto a creer o pensar en qué es o qué no es la realidad.
Percibo, siento, y decido vivir con lo que tengo o alcanzo. Vivo mis sensaciones, quiero guiarme por ellas.
¿Es ello correcto? ¿O bueno? ¿O justo? Simplemente es lo que es, y yo, como dicen las Sagradas Escrituras, también yo soy el que soy, pero escrito con letras minúsculas.
Y entre una cosa y otra, el viernes pasado la navegada acabó de esta guisa:
El domingo anterior pude probar una tabla a la que llevo el tiempo siguiendo el rastro, su evolución de diseño, e intento comprender los porqués y los cómos. Nada como ensayar de manera práctica, utilizando el método científico, para extraer mis propias conclusiones, que no tienen porqué coincidir con la literatura de revistas especializadas, o aportaciones anónimas en foros de la red.
Probé, como digo, la versión que a priori parecía más adecuada, de cinco pies y dos pulgadas de eslora, y debo añadir que la decepción o, cuanto menos, la extrañeza, fue en mi persona. No es lo que yo esperaba, no encontré mi sitio sobre ella, no estaba hecha para mí.
Mucho ojo, repito que todo esto es subjetivo. Las expectativas están condicionadas por el propio conocimiento (o ausencia del mismo), educación, habilidad, entrenamiento, estado de ánimo y forma física, y un sin fin de parámetros que pueden incluso escapar a nuestro control. Pues la cinco pies y pico se me escapó.
Tiene sus virtudes, como una magnífica ceñida, ligereza, y velocidad, pero no me llenó. Esto es como cuando pruebas una bici: hay algunas que desde el minuto uno te parece la bici con la llevas pedaleando desde los cuatro años de edad, y otras que te resultan ingobernables, duras, desagradecidas. Antipáticas.
No diré que la 5´2" es antipática, no. Simplemente, no es para mí.
Pero el sábado, contra todo pronóstico, y sin haberlo planeado, tuve a mi disposición la versión que yo había descartado desde el primero momento, la cuatro pies y diez pulgadas. Eso significa cuatro pulgadas más corta, y un poco menos de manga. Pero esos fríos números no lo son todo. Ante la idea de un diseño demasiado radical, o pensado para una persona ligera, yo la descarté de inmediato desde el primer momento. Pero la realidad a veces es tozuda, más que uno mismo.
¿Por qué no darle una oportunidad? Me gusta probar material, y así poder juzgar con propiedad, y enriquecer mi bagaje cultural. A posteriori, tras probar muchos tipos de tabla y cometa, como ocurre con las bicis, las motos, los coches, y supongo que todo en general, se aprenden los porqués.
Y en la hora que estuve disfrutando de la Skater aprendí.
Es la 4'10" un ejemplar sorprendente. Muy liviana, muy ceñidora, muy rápida, muy ágil, con ganas de volar fuera del agua, y hábil recortadora entre olas.
La tabla pertenecía al Hombre que Susurra a las Cometas, y empleo con propiedad el pretérito imperfecto, porque actualmente, en el presente, se encuentra descansando entre los numerosos objetos de mi quíver.
El chiringuito Camarón fue testigo de todo, y aquí dejo constancia:
Hacía mucho tiempo que no aguantábamos hasta la misma puesta de Sol, cosa reconfortante y guinda de pastel de una buena tarde. Los sunsets invernales son tan bellos como los demás, y una buena cerveza añade quilates al evento. Buena compañía, charla entre risas, algún brindis prenavideño. Salud.
Monto en mi electrodoméstico y me dirijo a casa, satisfecho, feliz. Y solo. Mi hijo Manu ya no me acompaña, se ha pasado a otras actividades más sociales y convencionales. No le culpo siempre que con ello sea féliz.
El mar puede ser duro, sobre todo en invierno y con borrasca. A mí me gusta el mar duro, el viento frío, el agua desapacible, el encuentro con los que son como yo. Y volver en soledad, acompañado únicamente por mis desatados pensamientos, es gratificante, es único. Me siento yo. Más yo.
domingo, 10 de diciembre de 2017
Periplo lusoibérico: 7, 8 y fin.
Como ya conté en la entrada anterior, salimos bien temprano de San Sebastián hacia el Sur, donde Burgos nos espera.
Los campos están nevados a nuestro alrededor, sólo la autopista se mantiene exenta del blanco manto. La máquina alemana gira su cigüeñal miles y miles de veces sin la más mínima queja, redondo, fiel. Quiero hacer aquí y ahora un pequeño paréntesis para hablar un poco de esta máquina que atesoro, dentro de lo que un aspirante a filósofo cutre puede considerar como atesorar, teniendo en cuenta mi poco aparente desapego hacia lo material. Cómo llegue a tener un vehículo así en mi propiedad es una historia llena de oportunidades y casualidad que poco importa ahora, pero el caso que el 17 de diciembre de 2007 fue matriculado a mi nombre, y desde entonces lo disfruto.
¿Cómo se disfruta un auto así? Hay muchas maneras, seguramente tantas como conductores. La mía es pasear por las mañanas, temprano, los fines de semana. La sierra de Huelva es un sitio ideal para ello, pues la temperatura no es extrema, y puedo descapotarlo incluso en invierno, si uso un gorro de lana, bufanda, y enciendo la calefacción del asiento (un invento genial). Porque ir a cielo abierto es un placer para quien ama el viento, el sonido puro del motor, las sensaciones.
Y se trata de eso, precisamente. Sensaciones. Vale, soy consciente de que el SLK no es un deportivo, pero provoca estimulantes sensaciones placenteras, mucho más que el 95% de los vehículos que pululan por nuestras carreteras. Es bajo, suficientemente ancho, movido por un motor de seis cilindros de gasolina que suena muy bien, es suave pero puede morder, es de propulsión trasera, y es descapotable. Se maneja con facilidad, y está diseñado para que sea un poco subvirador al límite. Y además, como hemos podido comprobar en este largo viaje, su maletero es mucho más capaz de lo que parece, sus 300 litros cunden muchísimo, y siempre caben más bultos detrás de los asientos y en la bandeja tras los arcos antivuelco.
En fin, volvemos a la realidad. Burgos. Íbamos a Burgos, y llegamos a Burgos, alojándonos en el hotel Norte y Londres, antigua casa necesitada de un lavado de cara urgente, en pleno casco histórico de la ciudad. Como ocurre en todas las ciudades, el centro está absolutamente peatonalizado, por lo que tenemos que comunicar con el centro administrativo de la localidad para que nos permitan el acceso al alojamiento. Esta inconveniencia, junto con que el hotel no tiene garaje, nos obliga a buscar un techo para el merchi a unos trescientos metros más allá. No es problema.
En Burgos hace frío, pero se supera fácilmente con bufanda y gorro de lana. Ya estamos entrados en pleno puente de la Inmaculada, y se nota: las calles están abarrotadas. Tiendas y más tiendas, gente y más gente. La Plaza Mayor, la Catedral, más calles. Cuando uno ha visto tantas ciudades antiguas, al final todas se acaban pareciendo un poco, y ésta no es una excepción.
Almorzaríamos en un asador, y lo mejor sería la visita al Monasterio de las Huelgas, espectacular por la historia que contiene, muy bien explicada por el guía, un tal Vidal, que nos da una lección magistral de lo que fue España en el siglo XII.
Cenaríamos unos pinchos, y dormiríamos regular, despertados alguna que otra vez por jóvenes que pasaban bajo nuestra ventana, exultantes y alegres por la ingesta de alcohol.
Por la mañana nos vamos a nuestra última parada, Salamanca. ciudad universitaria por antonomasia. Todo lo dicho sobre Burgos es aplicable en esta ocasión, pero con todavía más gente deambulando por sus calles en cuesta. Interminable colección de edificios de arquitectura similar e impresionante, pero todo transmite una sensación de mercantilización hacia el turista.
Nos topamos con el Museo de Art Nouveau y Decó, que no dudamos en visitar porque es un tema que nos atrae mucho a los dos, y la verdad es que no decepcionó. Pude tomar algunas instantáneas antes de que un malencarado vigilante me informara de que no podía hacerlo:
Fue un día lleno de caminatas, cuestas, y algún resbalón por las mojadas calles, pero lo pasamos bien en general. Arrastramos cansancio acumulado de muchos días fuera de casa.
Menos mal que dormimos bien a gusto en el hotel Estrella Albatros, con su garaje propio (aunque hubo que pagarlo aparte), y una terraza-mirador con unas vistas impresionantes de la ciudad. La cena fue en un agradable local a base de comida japonesa un poco fuera de lo común, pero bien en general.
Finalmente, arrancamos hacia Huelva bien temprano, tanto que no pudimos encontrar donde desayunar en Salamanca, y decidimos tomar autopista y parar más adelante en alguna área de servicio. Los kilómetros pasan rápidamente, aunque hubo una niebla ligera al principio.
El pequedeportivo puede ser muy rápido, como para enviarme fácilmente a la cárcel, pero con mesura y atino, llegamos hasta Monesterio, donde haríamos la última parada desde este largo viaje. El limitador quería adquirir algunos productos ibéricos. Mi Visa tiembla.
Como contraprestación, me obliga a coger por la sierra, en vez de seguir por la A-66/A-49. Cojonudo, una buena carretera que conozco bien, cortando camino por Zufre, Riotinto, Zalamea la Real, Valverde...
Entrando en Huelva, el odómetro marca 2981 km. Al empezar pensé que serían menos.
Hace casi treinta años mi padre me llevó a conocer la otra mitad de la península, el lado oriental, toda la costa mediterránea, y siento que ahora he cerrado un ciclo. No sé cuándo volveré a hacer un viaje en coche de tantos días, y he intentado disfrutar a tope. Creo que lo hemos conseguido, ambos estamos muy, muy contentos del resultado, y es una experiencia que recomiendo.
No se equivoquen, viajar en coche es duro, sobre todo tanta distancia, pero tiene innumerables ventajas, pero la más importante es la independencia, la libertad. ¿No es genial?
Periplo lusoibérico: 5 y 6
Por la noche, antes de acostarnos en Llanes, eché un último vistazo al medio de transporte desde la ventana de nuestra habitación.
Por la mañana, ésta era la vista, montañas nevadas al fondo:
Hacia Santander todo transcurrió con normalidad. Me pareció una ciudad señorial, ordenada, limpia. Anduvimos por los jardines del Palacio de la Magdalena, un enclave precioso en el que disfrutamos de las vistas y la variada arboleda:
Avanzamos hacia Oriente, hasta llegar a Santoña. Por casualidad, buscando otro sitio, preguntamos a un señor que se identifica como propietario de una fábrica de salazones, ¡oh, albricias! Así fue como don Arturo Blasan nos llevó hasta su nave, nos enseñó el procedimiento de fabricación de las famosas anchoas del Cantábrico, y pudimos hacer acopio de productos de primera que nos alegrarán mucho estas fiestas que se acercan. Santoña tiene, además, un magnífico paseo marítimo, y unas playas muy curiosas, además de un monumento cojonudo al primer astronauta español, señor Carrero Blanco, que era natural de allí.
Acabamos almorzando en Castro Urdiales algunas cosillas típicas de la tierra: Mejillones, jibias en su tinta, y merluza del Cantábrico asada. Postres dignos de un Papa, leche frita y arroz con leche que fueron la guinda del pastel para una comida estupendísima en el Asador del Puerto.
Con la proa del pequeño biplaza dirigida hacia las provincias vascongadas, pasamos de largo Bilbao. Quise entrar a ver Mundaka, pero era dar un rodeo excesivo para no poder disfrutar de las vistas de su famosa ola. Lamentablemente, o por suerte, el tiempo anticiclónico nos acompañó durante todo el viaje, lo que propició un constante sol y ausencia de viento, amén de mar plana. No me quejo. Por el mismo motivo abortamos al inicio del viaje la visita a Nazaré, al Norte de Lisboa.
Pasamos noche en Getaria (pronúnciese Guetaria), en la costa entre Zumaia y Zarautz. El alojamiento, llamado Xabin Etxea (cabaña, en vascuence), es un hotel rural a 1 km del pueblo, normal y corriente, donde nos atendió Goitz. Para vuestra tranquilidad os diré que es una chica, muy simpática y mona, acompañada de un inseparable galgo de color negro.
Yo no quería pasar por las vascongadas, pero el limitador, en su inocencia, mencionó cosas como "los paisajes tienen que ser superbonitos", etc. No merece la pena pasar un rato poco bueno para disfrutar de un paisaje no más bello ni diferente ni especial que lo que habíamos ya disfrutado en Galicia, Asturias o Cantabria.
El breve paseo nocturno por Getaria, terminado antes de tiempo, disipó todas las dudas, si es que las había. Yo, desde luego, no las tenía.
Nada ha cambiado en el día a día, en lo cotidiano, en el odio, el rencor, la ira. La estulticia, la falta de miras, de sentido común. Yo siempre he repetido lo que leí hace muchos muchos años: el nacionalismo se cura viajando. Porque esa frase implica lo que es, que el nacionalismo es una enfermedad que puede alcanzar a una parte importante de la sociedad. Una enfermedad que ha llevado a guerras mundiales, y civiles. Y paro aquí.
Nos levantamos en una fría mañana con pocas ganas de desayunar. Sólo quedan unas ganas tremendas de salir pitando a San Sebastián. Ciudad grande, edificios modernos, bahía curiosa y bonita, bonita playa en la que, mientras paseamos bien abrigados, algunos nativos toman su baño matutino. Desayunamos muy bien en una terraza a pie de Concha. Sin más tomamos, por fin, dirección a España.
martes, 5 de diciembre de 2017
Periplo lusoibérico: día cuatro
Amanece en Luarca. Dormimos en el hotel rural Tres Cabos, la gran sorpresa del viaje, un sitio fantástico en el que descansar verdaderamente, rodeados de naturaleza, y con el mar a tiro de piedra. El trato de Tomás, quien lo regenta, muy cercano y sumamente amable; la buena cocina disponible, desayuno maravilloso con vistas de infarto, habitación con decoración moderna y acogedora, muy cómoda... todo de diez. No lo esperábamos, y la verdad es que nos vino muy bien poder tendernos en esa cama king size y disfrutar de la tranquilidad y comodidad del lugar.
Tras breve paso por Luarca, donde nos internamos en el colmado "Los Lalos" para abastecernos de quesos típicos y otros caprichos, enfilamos la A-8 que nos llevará a Salinas, un pequeño pueblo costero con una playa urbana kilométrica, sitio habitual de surferos.
Cafelito y vermú, y palante. Siguiente parada: Gijón. Ya conocíamos Oviedo de un viaje anterior, de modo que está vez visitamos la otra gran ciudad del Principado, llena de edificios clásicos, limpia, patria de Jovellanos, que tiene otra gran playa. Anduvimos bastante, pero pronto nos aburrimos, tampoco hay mucho que ver...
Continuamos hacia el Este, parando en Llastres, de impactante belleza y enclave privilegiado. En el mirador de San Roque almorzaríamos, extasiados por la estética y satisfechos por los ricos manjares, rematados por arroz con leche y leche frita.
En la positivación electrónica digitalizadas a todo color no se puede apreciar la nieve en las montañas del fondo. Una pena el mojonero aifon4.
Penúltima parada en Ribadesella, parada técnica para adquirir otros quesos, y disfrutar de las vistas del Sella, bello rio.
Finalmente hemos arribado a Llanes, lugar con cierto encanto, y hemos paseado hasta decir basta, con cervecita y otro vermú vespertino antes de descansar un rato en el hotel, previa frugal cena, y a preparase para cambiar de provincia mañana.
lunes, 4 de diciembre de 2017
Puente lusoibérico: días 2 y 3
Enseguida, tras frugal y regular desayuno (lo primero fue consecuencia de lo segundo), ponemos rumbo a España. Siguen las magníficas autopistas de pago portuguesas, en este tramo final llenas de curvas, subidas y bajadas. El verde lo inunda todo, lo que será la tónica general de los siguientes días, a pesar de los meses sin lluvia que llevamos.
Nuestra llegada a Cee, tras bordear Vigo y atravesar muchos viaductos y puentes, nos llena de emoción. No puedo quedar impasible ante el despliegue de belleza natural de esas enormes entradas del mar en la irregular costa da Morte. Cee es una pequeña localidad unida a otra llamada Corcubión. En esta última almorzamos, en Mar Viva, donde puedes elegir el pescado que luego te cocinan. Un pargo tan grande como exquisito, regado con ribeiro, nos satisfizo al máximo. Por la tarde fuimos a ver la cascada de Ézaro:
Y después no podía faltar la obligada visita al cabo de Finisterre, punto final de la peregrinación a Santiago, dato que no todo el mundo sabe (mi propio limitador desconocía tal hecho, habiendo realizado el camino hace unos años).
Café y vuelta al hotel, ya anocheciendo a poco más de las 6 de la tarde. Es lo que tiene viajar en invierno.
El día tres lo dedicamos a ir en primer lugar a Muxía, lugar de máximo azote del chapapote hace unos diez años. Tremendo desastre ecológico cuyas huellas, aparentemente, han sido ya borradas. Es un pequeño pueblo, con una playa peculiar presidida por enormes piedras redondeadas y de cantos suavizados por millones de años del batir de las aguas atlánticas.
El lugar es sombrío y un poco triste. Será por la época del año, supongo, pero toda la región galega me ha ido dando la misma impresión, y eso que hemos tenido unos días soleadísimos, aunque fríos.
Las carreteras, a pesar de la ausencia prolongada de precipitaciones, y el sol omnipresente, aparece húmeda en su mayoría, y realmente mojada si atraviesa zonas boscosas y umbrías.
El recorrido de cientos de kilómetros por el interior y bordeando la costa, ha sido placentero hasta niveles casi orgásmicos, curvas y más curvas de un asfalto liso de buen agarre aún estando medio mojado. No quise achuchar más de la cuenta al V6 para no destrozar el ánimo del limitador de velocidad, en un equilibrio dinámico, todo un funambulismo del volante. Fantástica la ruta hasta llegar a Estaca de Bares, lugar tan bello como interesante:
Allí comimos en La Marina, lugar extraño, muy gallego, de apariencia cutre pero con unos platos de cocina casera y típica de gran calidad. Ella merluza. Yo no quería despedirme de la provincia coruñesa sin probar una chuleta de "cachona", una raza autóctona de ternera (de vaca, en realidad). Mereció lo pena.
Antes, y a medio camino entre Muxía y Bares, arribamos a La Coruña, donde visitamos la Torre de Hércules, desde donde se goza de unas vistas inigualables de la ciudad y la costa que la rodea:
Nos internamos un poco en el centro histórico para tomar un aperitivo en la plaza de María Pita, histórica heroína local, presidida por el ayuntamiento y rodeada de antiguos edificios de arquitectura clásica, con soportales y multitud de bares y restaurantes.
Un sitio al sol vale su superficie métrica en oro, pero logramos una mesita con buenas vistas y pasamos un ratito realmente agradable.
Después daríamos un paseo por sus calles más comerciales peatonales.
Bonita ciudad, cuidada, y su gente amable y simpática.
Tras la copiosa comida en el puerto de Bares, otra kilometrada buena para el aparato proporcionador de sensaciones que convierte el fuego en velocidad. Atravesamos innumerables parroquias, pedanías, aldeas y otros tipos y clases de pequeñísimas localidades que invaden y pueblan la geografía gallega, para pasar a la vecina Asturias por autovía, está vez, por fin, gratis.
Volando bajo, tratando de ganar minutos a la puesta de sol, llegamos a Luarca, y desde allí un desvío para internarnos hasta un pequeño y sorprendente hotel rural desde donde escribo estas líneas en la minúscula pantalla del aifón4.
No me pidan más. Cuando llegue a Huelva haré una recapitulación, si procede, a los mandos más cómodos del laptop habitual.
Mientras tanto, me despido y torno a descansar un rato, soñando con lo que me espera mañana.
sábado, 2 de diciembre de 2017
Puente lusoibérico. Día uno.
Salimos sobre las 9:10 a.m. introducidos en el pequeño destechable, dirección Portugal. Autopista palante, la idea es llegar con luz diurna a Braga, setecientos y pico km más arriba.
Desayunamos cuando llevamos 217 km, en área de servicio.
Hace frío, pero el día, no obstante, es soleado.
La cinta negra se desliza a velocidad de crucero casi legal. El tráfico es casi nulo, y la pista, desde el desvío hacia el Norte tras superar las salidas de Vilamoura, presenta anchura y calidad para volar bajo con seguridad y sin contratiempos.
Casi 25€ de peaje al llegar a la altura de Lisboa, más lo sumado en los pórticos del Algarve. Tela. El portagem nos acompañará en todo el trayecto de este día.
Paramos a almorzar en Coimbra, ciudad bella, como casi todo el país, y también un poco decadente, con rastro y rasgos de mejores tiempos pasados.
Bacalao a la parrilla y arroz con bacalao forman nuestro menú en Solar do Bacalau, donde nos despachamos bien tras el intento fallido de visitar Ze Manel, que presentaba una cola kilométrica de personas ateridas de frío esperando su turno para sentarse a sus mesas.
Requesón con dulce de batata y miel nos dan la puntilla, y seguimos ruta hacia arriba en el mapa.
Comentar que en Portugal se corre mucho en la autopista, casi todos me adelantan, yendo yo a 130-140. Sobre todo los Audises y Mercédeses. Pero el remate ha sido un exterior que me ha realizado un 911 en la circunvalación de Oporto: un futbolista que llegaba tarde a la convocatoria, fijo.
Finalmente llegamos en el momento previsto a Braga, a céntrico hotelito. Con suerte tremenda aparcamos a escasos metros, y pasamos el resto de la tarde/noche paseando por el animado casco antiguo lleno de luces navideñas, música de villancicos, y gente animada. Una visita a la Se (catedral), bonita y antigua, y un par de sándwich para rematar. El frío de no más de 6 ó 7 grados nos hace recogernos antes de las 9, hora local, y meternos pronto en el sobre.
Mañana más.
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