Otras elecciones han tenido lugar. Otra vez que ejercí mi libertad, y porqué no, mi derecho, a no votar.
Hace ya meses que intenté explicar aquí las causas que me llevan a tal conducta, tachada por algunos de poco democrática, ofensiva con los que tanto lucharon por lograr el sufragio, de mal ciudadano, peor amigo, ignorante y egoísta por mi parte. En todo caso poco comprendida por la mayoría.
Hace ya meses que intenté explicar aquí las causas que me llevan a tal conducta, tachada por algunos de poco democrática, ofensiva con los que tanto lucharon por lograr el sufragio, de mal ciudadano, peor amigo, ignorante y egoísta por mi parte. En todo caso poco comprendida por la mayoría.
A pesar de eso, con los datos en la mano, veo tras los comicios que no estoy solo, pues un alto porcentaje de la población actúa igual que yo. Desconozco, no obstante, las motivaciones de esas personas que no acuden a las urnas. Sólo soy responsable de mi y de mis actos.
La política actual sufre, como las sociedades en su desarrollo también, del problema de asignar realidad a las meras palabras, cuando éstas se utilizan mucho, hasta que quienes las utilizan han perdido toda noción de donde salieron.
De este modo, "democracia" es hoy una palabra huera, ha perdido su significado real.
El problema es que originalmente, al escuchar una palabra como ''democracia'', en la mente se conectaban circuitos que la relacionaban con otras muchas cosas. ''Democracia'' tenía un significado rico, cooperante con otros conceptos, sugerente. Hoy "democracia" es sencillamente la vulgaridad que tenemos, el votar cada X años a quienes no elegimos, y que una vez asentados en sus poltronas del hemiciclo se dedican a jugar a los juegos de la tableta correspondientes o a llevar sus asuntos propios. Hoy ''democracia'' carece de significado.
Me niego a mantener este sistema con mi colaboración, aunque se trate de una forma tan débil, irrisoria y ridícula como plasmar una intención cada cuatro años, intención que luego es manipulada y manejada y alterada a conveniencia.
Bonus track:
Mucho se ha escrito y hablado, han corrido ríos de tinta y se han malgastado horas y horas en las barras de los bares, tertulias y reuniones de amigos, sobre esos nuevos partidos que han llegado a la escena política, llenos de juventud, buenas intenciones, energía y esperanza. Poco a poco se van haciendo un hueco, hasta tal punto que se han convertido en la nueva bisagra que va a condicionar la gobernabilidad de nuestros municipios, regiones, y quién sabe si del propio país en su conjunto. Han tomado el relevo de aquellos deleznables años manejados por el PNV o CIU, en el que la voluntad de 100.000 votantes dirigían un país de más de 40 millones. Es un error terrible, fruto de una Ley Electoral mal pensada y peor ejecutada.
Pues bien, hace unos días, con motivo del bloqueo sistemático para el nombramiento de Presidente de la Junta de Andalucía, y el funcionamiento de los órganos de gobierno de ésta a medio gas por estar al frente un gobierno en funciones (y por tanto limitado en sus poderes), Teresa Rodríguez, de Podemos, decía en el Parlamento Andaluz que quizá deberían cobrar sólo el 50% del sueldo a que tenían derecho como parlamentarios ya que están rindiendo al 50% (y eso los que van, porque hay muchos que ni eso, añado yo). Está muy bien que lo diga, sí, claro. Pero todo queda en eso, en una intención, y un exabrupto de cara a la galería. Si realmente lo piensa, que renuncie a su 50%, que dé ejemplo.
Tras el fracaso de UPyD en los comicios del fin de semana pasado, he sabido que dos grandes decisiones se han tomado en el seno de ese partido: la primera fue inmediata, consistente en la renuncia de Rosa Díez; la segunda es que UPyD abandona la persecución judicial de los innumerables casos de corrupción que perseguían, obligados por motivos económicos. Y es que, esa formación política siempre ha liderado la denuncia real y efectiva ante los Tribunales de Justicia de las corruptelas, y no la mera manifestación pública de cara a los medios de la TV y la prensa para apuntarse el tanto demagógico, sino que ha hipotecado su propia capacidad económica en ello. El resultado lo vemos ahora. El pueblo no la ha apoyado. Como tampoco la apoyaron sus compañeros del hemiciclo nacional aquel día que Díez denunció la aberración de los regalos a los parlamentarios en forma de iPad, teléfonos móviles, dietas... y les echaba en cara la falta de asistencia y dedicación.
Finalmente, me pregunto qué pasa por la cabeza de los votantes que no ven estas cosas. O que votan en una ocasión al PP, y en la siguiente a Podemos, siendo tan distintos ideológica y formalmente. O los millones de votantes indecisos. ¿Indecisos? O me pregunto cuáles son las motivaciones de tal o cual persona para votar a quien ha votado, cuál es la formación filosófica o política que tuvo, si está realmente informado de lo que ocurre a su alrededor.
La conciencia es algo complicado, un concepto abstracto que se nos inculca, transforma, moldea, talla, desde pequeñitos mediante diferentes técnicas y formas, y nos llegan condicionantes de distinta índole durante toda nuestra vida. Es difícil darse cuenta, despertar, ser libre, ser un pensador aislado e independiente. Cuesta, mucho. Hay que cultivarse, leer, observar, analizar. Extraer conclusiones, contrastarlas, modificarlas cuando se aprecia error, y saber apreciar la existencia del error, claro está.