jueves, 14 de noviembre de 2024

inquilino no deseado

Estos días atrás notábamos primero unos ruidos inusuales, como unos roces en la pared, un rascar. Espe lo sintió una noche en la esquina del dormitorio más cercana a ella cuando estaba en la cama -planta alta-. Yo no oía nada.
Así estuvimos un par de días. Al tercero hicimos limpieza general en la habitación, movimos los pocos muebles que hay, revisamos unas bolsas en las que guarda bolsos y zapatos y cosas de mujeres.. pero nada. Yo pensé que sería algún tipo de insecto que ya se habría ido a otro sitio.

Pero hete aquí que en otro par de días, mientras se preparaba el desayuno en la cocina -planta baja-, Espe vio por el rabillo del ojo que la cabeza de un pequeño roedor se asomaba por debajo del frigorífico, y gritó horrorizada. Bajé corriendo desde el cuarto de baño, medio en bolas, y me lo contó casi temblando. Auténtico pánico a estos simpáticos animalitos.
Saltaron, ahora sí, todas las alarmas. Se procedió a cerrar siempre la cocina, tanto la puerta que la conecta con el resto del hogar como la que accede al patio particular. 
Espe compró un tubo de pegamento especial para cazar roedores, y lo aplicó en tres o cuatro cartones en los que puso como cebo un poco de salchichón -no sé de dónde sacó la idea- que repartió a su buen entender por el suelo.
A la mañana siguiente entré yo primero, y escuché un ruido en la alacena. Mi mujer observaba de lejos, desde la puerta. Abrí la despensa del todo, y allí estaba. Yo con el palo de la fregona le animé a salir, y de un saltó pasó volando por delante de mí y se introdujo como una exhalación por un agujerito entre los muebles de la cocina. Fue muy rápido, y el tío lo tenía como estudiado, se dirigió directamente al sitio. También se descubrió una manzana roída en el frutero que hay sobre la encimera. Y además había movido uno de los cartones. Se recolocó en su sitio, justo en un vacío que había entre el lavaplatos y el plinto de los muebles, que sería uno de sus puntos de entrada y salida a su guarida tras los dichos muebles de la cocina. Se procedió a limpiar toda la encimera de restos de comida como bollos de pan duro, fruta -salvo dos granadas-, etc., y pusimos un taburete para asegurar la puerta de la despensa -para que no quedara entreabierta-.
Al siguiente día, nuevamente movido el cartón, al que habíamos añadido unos frutos secos, atacó a una patata previa rotura de la bolsa en la que se encontraban. Tuvimos que tirar el resto de las patatas. Espe compró dos trampas modernas de plástico que son como la boca de un cocodrilo que se cierra al mínimo contacto con el punto donde se coloca el cebo.
Al tercer día de la instalación de nuestro amigo en la cocina, descubrí que le había hincado el diente a una de las granadas. Una de las trampas de plástico habíase cerrado sin lograr capturar nada.
Compré otras dos ratoneras clásicas de madera en "Aquilino Vidal", con diversos tipos de cebo: queso, nuez, manzana. 
Al cuarto día nada. Parece que el animal se movía con total soltura por el campo minado en que se había convertido nuestra cocina,
Al quinto día, el hambre apretaba. Se comió, con total atrevimiento e impunidad, los frutos secos que había en los cartones y en los cocodrilos de plástico. Por supuesto, no cayó en ninguna de las trampas. Este bicho había llegado a nuestro domicilio bien aprendido, ¡sabía latín, griego y matemáticas!

Empezábamos a estar desesperados, nada funcionaba. Conté el caso en la oficina, y María C., que hace un tiempo también tuvo un visitante, me aconsejó deshacerme de todo lo que había puesto, y utilizar un cartón de muy generoso tamaño, con el cebo en el centro, y todo bien rodeado de pegamento. Tenía que ser el cartón tan grande que cupiera el roedor completamente, obligándole a entrar todo su cuerpo, rabo incluido, si quería acceder al manjar.
Así lo hice, gasté dos tubos de pegamento, y puse en el centro un par de nueces, a lo que Espe añadió unas almendras laminadas que usa ella para respostería. Lo dejamos en el centro de la cocina después del almuerzo del sexto día, sobre las cuatro de la tarde. A las siete y media me encontré con esto:


El maldito tenía en la boca un trozo de nuez, y puedo decir que cayó y murió haciendo lo que más le gustaba: comer. 
Mientras mi hijo menor Pepe tomaba pruebas videográficas del suceso, yo procedí a deshacerme del problema del siguiente modo: doblé el cartón por la mitad, ante la inocente mirada del singular mamífero, que me bufó de un modo felinamente agresivo, y arreé un fuerte pisotón en el sitio donde calculé que debía estar la cabeza. Un leve chillido se escuchó, y rápidamente aticé dos o tres pisotones más para acabar con su sufrimiento. Pepe desdobló levemente el cartón para comprobar el estado del ratoncillo, que ahora nos daba pena, y su piel estaba completamente llena de pegamento, no se veía bien, todo mezclado con restos de frutos secos y sangre. Lo metí en una bolsa y salí a tirarlo al contenedor más cercano.

Esa misma tarde comenzó una limpieza a fondo de toda la cocina, por arriba y por abajo, por delante y por detrás, su desinfección, vaciado de armarios y cajones, y tal y cual. Y aún hoy, un mes más tarde de los hechos que relato, Espe sigue cerrando la puerta de la cocina por si hay algún descendiente o compañero rezagado. No obstante, no hemos vuelto a ver restos biológicos -algo muy desagradable- líquidos ni sólidos, ni la nuez que dejó como chivato en la puerta de la madriguera ha sido tocada. 

Una curiosa experiencia. Y seguimos sin saber por dónde entró.