Mi mapa mental de senderos y caminitos va recuperando la memoria, y cada vez que me introduzco en ese laberinto de los pinares de Aljaraque descubro alguno nuevo.
Este bicimontañismo que no es de montaña, sino que podríamos denominarlo “bicisenderismo” por las peculiares características del trazado y el entorno, determina la elección de la montura, que en realidad no necesita ser nada especial: ni mucha suspensión, ni grandes frenos, ni materiales exóticos son necesarios para una experiencia completa, llenar el espíritu, sonreír a los árboles, abrir los brazos y los pulmones a los olores múltiples y vegetales que nos rodean.
En un bosquecillo de eucaliptos, una isla entre tanta conífera, hay una recta pista que lo atraviesa de Norte a Sur (o al revés), y dos senderos que recorren su perímetro, uno por el Este, llamado “la batidora”, y otro por el Oeste, bautizado como “el molinillo”, divertidos y bonitos, de los que salen y a los que llegan otros caminitos y bifurcaciones.
En una incesante tarea emprendida por “el Bocina” y otros, los caminos se multiplican, se mantienen y renuevan.
Tras las salidas de estos días ya me voy sintiendo preparado para usar mi adorada Explosif, que espera paciente a que le quite el polvo.