Thomas M. Disch publicó en 1965 esta magnífica obra, en la que un grupo de personas tratan de sobrevivir al apocalipsis que les sobreviene cuando unas plantas alienígenas parecen cubrirlo todo.
En ella se cuenta una historia de supervivencia, pero también se trata un tema de manera repetida y casi obsesiva: el poder, el control de los demás, el abuso, hasta dónde somos capaces de llegar (algunos) por conservar el statu quo... y quizá sea esa la causa de la pérdida de todo, y no una invasión alienígena.
Ambos asuntos se entremezclan en la narración. Tal resulta ser el grado de iniquidad a que ha llegado la especie humana que, ante una invasión alienígena dispuesta a convertir el planeta en su huerto particular y extinguir a la raza humana como los sulfatos a los pulgones u otras plagas, se opta antes por darle luz verde a los más bajos instintos que por cooperar para enfrentar al enemigo común. De esta forma, en poco tiempo los gobiernos han caído, las ciudades han visto destrozados los edificios e invadidos los espacios públicos, hasta reducir drásticamente el número de habitantes del planeta, de miles de millones a unos pocos centenares.
Es el caso de Tassel una pequeña localidad rural, en la que la premisa de partida gira en torno a la figura autoritaria de Anderson, seglar congregacionista cuyo mando despótico pivota sobre la Biblia y sobre un revólver Colt Python calibre 357 mágnum, . A la vez ley y jurado, impone su voluntad sobre el conjunto de la comunidad a partir de su capacidad para subyugar a los demás (siempre según su estricto código moral religioso, en la más profunda creencia de que lo que hace es lo correcto), y de la legitimidad de su mandato en una “congregación” directa o indirectamente relacionada con su familia, de la que él es la cabeza. Como consecuencia de ello, a su alrededor oscilan los restantes personajes secundarios: los hijos Buddy, Neil y Blossom, la mujer Lady o las nueras Greta y Maryann.
Sin embargo, toda buena historia que se precie tiene un punto de ruptura a partir del cual la imprevisibilidad y el cambio toman la iniciativa. En Los Genocidas este rol funcional corresponde al grupo de extraños que llegan a Tassel desde la ciudad destruida recientemente, y a los que, por ser considerados invasores capaces de poner en riesgo a la comunidad, Anderson ordena matar… a todos excepto a la enfermera Alice Nemerov y al ingeniero de minas Jeremiah Orville. Desde este punto, la lógica de la ciencia de Orville y la religión dogmática de Anderson se enfrentan y se retan en cada uno de los problemas que la invasión alienígena plantea a la comunidad. Las decisiones se toman en un frágil equilibrio tras cuyo error no hay otra cosa que la muerte y cuya concatenación de equivocaciones podría llevar a la extinción de la especie humana.
La novela expone con sublime credibilidad un escenario cuasi apocalíptico en el cual la humanidad invierte el camino andado de progreso, volviendo desde la ciudad hasta la caverna. Bajo tierra, rodeados por una cerrada oscuridad rota únicamente por la tenue luz de un quinqué, sin casi alimento y completamente desnudos, sin distinguir el día de la noche o el invierno de la primavera, ponen a prueba su convivencia. En el subsuelo las emociones se intensifican, los instintos primarios afloran con mayor frecuencia a medida que el tiempo pasa y la civilización se deteriora, desviando los problemas desde el enemigo exterior al enemigo interior. Disch pone a prueba la esencia del ser humano, entendida como nuestra condición de seres cavernarios, básicos e instintivos.
Libro que he leído prácticamente del tirón, rápido y concentrado en la acción casi incesante. Muy recomendable.
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