Este trance de esperar que arrancara el peculiar transporte, sumado al trayecto, hizo que me volviera a enfriar, pero ya quedaban apenas 16 km para la meta, todo llaneando por terreno conocido, sin sorpresas. Pero a los dos kilómetros de pedaleo me volvieron las curiosas contracciones involuntarias del muslo derecho, así como otros efectos similares en el isquiotibial izquierdo. ¿A dos bandas? Maldije mi suerte, con lo cerca que estaba ya... Volví a hacer una pausa para estirar, bebí agua, tomé una barrita energética que llevaba, con la suerte de que el terreno adolecía de cuestas, fue dejando caer el peso de las piernas una y otra vez sobre el pedalier, avanzaba tranquilo a unos 20 km/h, quizá un poco más, pero iba bien de tiempo, feliz, sonriendo de lo fácil que había sido, y contento por las enseñanzas aprendidas. No se volvieron a repetir episodios de contracturas, creo que la deshidratación fue la principal causa.
Unas pochas con langostinos me esperaban a mesa puesta, tras reconfortante y cálida ducha.
¡Y qué bonita sensación de libertad transportarse en bici!