martes, 1 de diciembre de 2020

Venecia en los pinos

Estamos deseando que llueva. Y cuando por fin lo hace, la cosa viene de forma torrencial, abrumadora casi, inundante. Y lo digo literalmente. Los pinares se han convertido en una enorme laguna surcada por numerosos canales, y ciclar por ellos se vuelve una aventura que acaba con la paciencia, el calor corporal, y el ánimo del sufrido (en este caso) deportista, así como con la puesta a punto de la máquina, el velocípedo, que se queda sin grasa, sin parafina en la cadena, sin pastillas de freno.
Cuando todo chirría y cruje, y uno está empapado completamente, por salpicaduras y propias inmersiones en charcos, si no es por tu propio sudor, el feliz acontecimiento de salir a montar en bici se torna en algo dantesco y curioso. 
Menos mal que por aquí ocurre poco.



 Frío y niebla por la mañana, sol y buena temperatura a mediodía. 


Entonces uno se arma de paciencia, no se trata de batir récords, ni de hacerse daño. Hay que intentar pasarlo bien, y se consigue.






No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comente, quédese a gusto, pero si firma como anónimo nadie lo verá.