Quince años, quizá más, llevo con esta flaca. Es cierto que no la cojo mucho, y como muchas aficiones, va por rachas. Cuando me hice con ella le cambié los tubulares por unos nuevos, y hasta la semana pasada siempre había salido con ella sin más impedimenta que un bidón con agua.
Hace pocos días decidí comprar un tubular para llevarlo de repuesto, junto con una bomba (infla-infla-infla), por si acaso.
Y fíjense ustedes, lo que es la vida, hoy he tenido un pinchazo total en medio de una ruta. Una piedrecita, un clavo, qué se yo, pero algo se clavó, golpeó una vaina dos veces, y a los cien metros la llanta ya estaba en el suelo. El tubular tenía un aspecto regular, y quizá fue eso lo que me empujó a comprar un repuesto, ahora que últimamente la cojo más.
Ya no recordaba lo que es montar un tubular nuevo... y buen trabajo que me costó despegar el viejo, a punto estuve de desistir dos o tres veces. Pero, joder, un ciclista aguerrido no se puede rendir tan fácilmente, joder, ostias. Menos mal que llevaba encima el llavero que incluye un abrebotellas, y fue éste lo que usé de destalonador con no poco esfuerzo.
Pero, ay amigo, montar el nuevo es otra película... de terror! Con gran dolor de antebrazos, y los dedos de ambas manos que ya no los sentía de tanto tensar y estrujar y apretar y tirar y aflojar, bufffffffffff
Me rendí, amigos, y tiré de celular en busca de un rescate, mi siempre solícita compañera sentimental, el limitador, accedió gustosa a recogerme. Pero, oh albricias, en el breve lapso de tiempo que estuve hablando con ella, mi cuerpo y mi ánimo sufrieron una recuperación milagrosa, me recompuse, agarré la puta rueda y tirando de aquí y de allá, haciendo un último y supremo esfuerzo con los pulgares, usando todo mi cuerpo, cada músculo, cada célula de mi ser, conseguí encajarlo. Ou yeah.
Rápido llamé de nuevo a mi ángel de la guarda para que se ahorrara el viaje (ya estaba saliendo del garaje). Inflé prudencialmente a lo que consideré la presión adecuada, recogí todo, y seguí ruta. Al pasar por El Portil tiré el tubular estropeado e irrecuperable en el primer contenedor que vi, seguí hasta Los Enebrales y allí volví por la carretera vieja de Punta Umbría a Huelva hasta enlazar con el carril bici. Llegué ya con la noche cerniéndose, pero feliz por haber superado este escollo. Ahora ya se a lo que me enfrento para una próxima vez, porque la habrá, seguro.
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