Publicada en 1965 por Clifford D. Simak, en ella se nos cuenta una historia de invasión alienígena, o de una pretensión de invasión en todo caso.
La sinopsis que viene en la contraportada es como sigue: Milville sería una pequeña ciudad adormecida, una ciudad como tantas otras si no fuera por una peculiaridad: había en torno a ella algo impalpable, una frontera, que podía ser atravesada por todo. Menos por la vida.
Uno de los habitantes de tan singular ciudad era Brad, individuo más o menos fracasado, propietario de un invernadero. En algún momento comienzan a aparecer en éste misteriosas flores moradas. Flores que son las claves que permiten pasar a un universo paralelo, en el que existen inteligencias no humanas. Casi sin proponérselo, Brad se convierte en su interlocutor…
TODA LA CARNE ES HIERBA es una hermosa fábula filosófica; una reflexión sobre cómo el desconocimiento de los mejor de los sentimientos incapacita a los seres para conseguir la armonía.
Pero la verdad es que poco alumbra sobre el verdadero contenido de esta buena novela de ciencia ficción en la que tenemos ciertos ingredientes fundamentales que, aunque a veces cogidos y tratados con pinzas y a la ligera, hacen que nos cuestionemos cosas, nos planteemos dudas filosóficas, pongamos en tela de juicio lo que es real y lo que no. Y todo aderezado por ese humanismo del que Simak inunda sus trabajos, como ya pude leer y comprobar en mi adolescencia al devorar "Estación de tránsito", su obra más aclamada y famosa, siempre presente en los listados de las mejores novelas del ramo.
Aquella me encantó, y seguramente me volvería a encantar si la leyera de nuevo hoy. Pero no, lo que ha pasado por mis manos ahora es esta otra que trataré de resumir un poco tratando de no spoilear demasiado o quitarles las ganas de leerla ustedes mismos.
Todo empieza cuando Bradshaw Carter, Brad para los amigos, camino de una relajante jornada de pesca, choca contra una barrera transparente. A la sorpresa del extraño accidente se une al poco el descubrimiento de que rodea el pueblo, Milville, a modo de gigantesca cúpula (mira tu de donde sacó Stephen King la idea para... LA CÚPULA, que publicó en 2009, y fue llevada a la TV en una serie producida por el propio King y Steven Spielberg) que solo pueden atravesar los objetos inanimados, dejando a los lugareños aislados del resto del mundo.
Afortunadamente, a Simak le interesaba más el porqué de la cúpula que las miserias (que también) de los habitantes de Milville dejados a su suerte, así que pronto se descubre el misterio, Brad encuentra en su despacho un extraño teléfono, sin disco (recordemos, años 60) ¡ni cable! En el que recibe una sorprendente llamada de los responsables de haber levantado la cúpula ofreciéndole un trabajo como diplomático, podríamos decir que de representante plenipotenciario.
Poco a poco, en sucesivas interacciones con algunos vecinos que fueron reclutados hace tiempo por los propios alienígenas (algunos sin saberlo siquiera, sí, aunque parezca increíble), y las experiencias que Brad vive a causa de su papel en la invasión, se va haciendo una idea de cuales son las verdaderas intenciones de las flores, aunque el final, otra curiosa vuelta de tuerca, pone patas arriba todo lo que se estaba planteando hasta entonces.
Los paisanos de Milville sufren desconcertados su aislamiento físico del resto del mundo, a pesar de que siguen teniendo teléfono, electricidad, agua y comida, y pronto afloran sentimientos de odio y proyección de culpabilidad sobre nuestro protagonista, aprovechando algunos odios ancestrales que empujan al linchamiento público ante la incomprensión de lo que sucede. Una auténtica jauría humana se desata, y Brad debe luchar por convencer a los demás de su inocencia y de los fines verdaderos y posibles de los invasores.
Los extraterrestres también resultan del todo atípicos. Manejan el tiempo y el espacio a su antojo y el caudal de conocimientos del que disponen es abrumador, sin embargo, por su propia naturaleza, no disponen de capacidad para ponerlos en práctica. Aunque no se explicita del todo en la novela, si es fácil comprender que su relación con las razas que ya conocen es simbiótica, ellos ponen el intelecto, los demás el músculo. Pero Simak necesita un casus belli, y en una rara demostración de impaciencia y falta de habilidad diplomática, hacen una serie de peticiones a los representantes de la humanidad (si, hay algo así como un llévenme ante su líder) con tan poco tacto que causan un gran desconcierto y la desconfianza a nivel mundial.
No es que esté escrita de forma brillante, ni que el estilo de Simak sea especialmente fluido o atrayente, no. Pero el planteamiento es original, y contiene varias ideas llamativas, como el tratamiento del espacio y el tiempo, y cierta penetración sicológica, que hacen que la historia se lea con cierto interés. No es un clásico, y posiblemente no deba serlo, pero tampoco pierden nada con leerlo, pues plantea cuestiones universales para el pensamiento humano.
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