Multitud de hombres sirven al estado, no principalmente como hombres, sino como máquinas, con sus cuerpos. Son el ejército y la milicia, carceleros, policías, guardias, posse comitatus, etc. En la mayoría de los casos no poseen libertad de juicio ni sentido moral sino que esos hombres se sitúan al mismo nivel que la madera, la tierra y las piedras, y es posible que también se puedan fabricar hombres de madera que sirvan igual de bien a ese propósito. No requieren mayor respeto que los hombres de paja o los montones de tierra. Tienen el mismo valor que los caballos y los perros. Pero incluso a hombres así se les considera buenos ciudadanos. Otros —como pasa con la mayoría de los legisladores, políticos, abogados, ministros y funcionarios— sirven al estado principalmente con la cabeza y, puesto que rara vez realizan distinciones morales, es tan probable que sirvan al Diablo, sin pretenderlo, como a Dios. Muy pocos, como los héroes, los patriotas, los mártires, los reformistas en el amplio sentido del término y los hombres, también sirven al estado con su conciencia y, por tanto, necesariamente se resisten casi siempre; y por eso habitualmente se los trata como a enemigos.
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