A pesar de tener buenos trabajos sobre base Moto Guzzi, Triumph o BMW, cuyo secreto se basa en no modificar demasiado y sólo pulir detalles y colores, cuando se trata de meter mano a Ducati las tornas cambian y nos aterroriza con adefesios infumables como esto:
Flat Red |
No contento con la hez mecanizada de más arriba, el Herr Brauck sigue atentando al buen gusto y a la razón con objetos carentes de emoción como:
Scrambler |
El horror sigue, más y más:
Flat Red II |
Y de repente, un buen día, joder, el bueno de Jens vio la luz. Se le aparecería el doctor T en sueños y puso las cosas en su sitio. Y la cordura, la imaginación, el buen hacer, todo eso que es tan difícil de ver hoy día, se junto en un instante, un chispazo, y parió tal objeto digno de un museo, pero más digno de surcar nuestras carreteras infinitamente, para mayor gozo y disfrute de los simples mortales:
Loado sea el Desmo. Amén. Un Pantah, oh, la erección de muchos está en crecimiento ahora mismo. Es normal, no se preocupen por su hombría, que no quedará en entredicho.
Un motor de tal antigüedad tan limpito y bonito, metido en el chasis que le corresponde, con tantos detalles que denotan la procedencia viejuna (algunos dirán clásica, pero ¿qué más da la semántica en estos casos?), como el uso de llantas y neumáticos acordes con aquella era, formando un excepcional combinado con el colín minimalista casi de estilo short-track norteamericano en fibra de carbono con el escape integrado, el acabado y formas del depósito (brutalmente alucinante).
Nos fijamos bien y vemos más discordancias que provocan el contraste correcto, anormal y desfasado: discos macizos y pesados con pinzas Brembo doradas, un cierre del tapón del depósito que llevaría un avión de la Primera Guerra Mundial junto a una tira transparente que semioculta unos leds indicadores...
La máquina es sobria, con lo imprescindible, y realmente muy evocativa de tiempos pasados a la par que futuros impredecibles:
Nada de estridencias, ni un cable fuera de su sitio, ni un ángulo que se salga de tono, ni un color llamativo que desvíe la atención...
Quítome el sombrero, señor von Brauck. Pero, por favor se lo pido, no nos asuste más.
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