domingo, 18 de marzo de 2018

road trip

O viaje de carretera, que puede tener su belleza, como el que hice hace pocos meses con el limitador a tierras norteñas en busca de paisajes, experiencias, belleza y buena mesa.

Pero hay otros viajes, de compromiso, por obligación, por trabajo... que no son placenteros.

Y así me embarqué un sábado de madrugada en un trayecto curioso que yo nunca había hecho. A las 5:10 estaba levantándome, a las 5:59 terminaba de llenar el depósito de la Mercedes Sprinter supergrande, creo que más grande no la hay. Por delante me quedaban 450 km para llegar a Manzanares, donde estaba citado con Paco, que desde Lliria, apenas a 10 km de Valencia, me traía una moto. Llegamos al acuerdo de quedar en ese punto más o menos intermedio. Cuando se lo sugerí no dudó en acceder, yupi. Gracias a ello me he ahorrado seis horas de penurias, que ya con las 11 horas que pasé, tuve más que de sobra.

Jo. Der.

Yo solito, viajando por primera vez en tamaño cacharro muy enormísimo, más largo que un día sin pan, con luenga distancia entre ejes y gran superficie lateral para alojar publicidad del taller de mi colega Antonio Lozano, MONKEY ROAD. Gracias, oh amigo, GRACIAS. ¿Qué haría uno sin amigos? No sólo me lo dejó, sino que además le pasó la ITV justo el día antes para que todo estuviera en regla. Olé, bravo, menudo crack!!!

En fin, que iba yo escuchando un CD que tenía en el radiocassette, contento con la selección musical, pasé la A-49, el Quinto Centenario, toda la SE-30, y a mitad de camino hacia Córdoba ya amaneció:


Lo que marca el velocímetro fue la media que intentaba mantener. Esto está hecho para cargar y durar, y no para correr. Gracias a un buen trato, a una robusta construcción, y a la calidad de los Mercedes Benz de antes, ya suma más de 375.000 km. Y lo que les quedan, me atrevo a añadir, visto lo bien que se desenvolvió en las condiciones que seguidamente relataré.

Hacía años y años que no pasaba por esta carretera, prácticamente desde que abrieron la A-66, que es la que desde entonces uso para ir a Madrid las pocas veces que voy, huyendo del paso de Despeñaperros. Pero se hizo una gran obra en forma de dos megatúneles, uno de ida y otro de vuelta, para salvar la montaña y el mogollón de curvas, subidas y bajadas que había que recorrer antes.
Me maravillé al pasar por allí. Justo antes de llegar a la zona de montaña comenzó a llover. Aproveché la oportunidad, y que estaba un poquillo aburrido, todo hay que decirlo, para sacar esta instantánea del momento en que empezaba a bajar hacia la zona de los túneles:


A partir de allí ya quedaba menos para Manzanares, pero fue la peor parte, pues a la lluvia (que en verdad a 100-110 por hora no molesta mucho en ese bicharraco) se unió un fuerte viento rachaeado de través que hacía que la gran vela del lateral de la furgoneta pusiera en peligro la estabilidad del vehículo. Hubo que reducir la media: más despacio va más asentado y tienes más tiempo de reacción ante los bandazos del volante. 
En fin, que llegué a las 11:00, la hora acordada, a la estación de ferrocarril de Manzanares, donde llevaba ya unos minutos Paco, aterido de frío. Había hecho todo el viaje, unas tres horas, bajo la lluvia y fuerte viento en moto. Impresionante. Me quedé petrificado cuando vi su tez pálida y una tiritera que se negaba a abandonarle...
Sea como fuere, hicimos el trato, me ayudó a montar la moto en la furgo, y nos fuimos al bar de la cercana estación de autobuses, lo único que había abierto por allí, donde yo me tomé un café (el tercero del día), y él, por este orden, una cerveza sin alcohol, una tapa de albóndigas caseras, y un cortado. 


Tras coger un poco de calor en el cuerpo y reponer energías, le acompañé hasta la estación de tren de nuevo, donde él cogería un articulado a motor eléctrico a las 12:30. Un apretón de manos y hasta la vista, compañero. Me pareció buen tipo.

Y comenzó la épica vuelta. mientras habíamos estado cerrando el trato y charlando, las condiciones meteorológicas habían arreciado. El viento se había enfurecido, la lluvia torrencialmente. 
Hasta llegar a los túneles antes citados, el ciclón que azotaba a la Mercedes me obligaba a reducir a veces hasta 80 y 70 por hora. Adelantar a un camión era un acto de fe unido a tener nervios de acero, pulso de cirujano, técnica de contravolante, y reflejos. EL HORROR.

Pasar despeñaperros fue la mejor experiencia del día, dentro de la seguridad y la calma de los túneles, donde la velocidad está limitada a 100 km/h, con radar de tramo. A la salida, más lluvia, que no me abandonaría ya en todo el viaje. El viento iba y venía, pero siempre de frente o lateral, jodiendo bien.

Paré en cierto momento antes de llegar a Córdoba para repostar, y me dijo el gasolinero que los viejos del lugar hacía cincuenta años que no recordaban que llevara 22 días seguidos lloviendo... Decido no parar a comer, sólo quiero acabar. 
Voy acostumbrándome a contrarrestar los embates del azote huracanado, ya me sale solo. La velocidad sin embargo debe ser moderada si no me quiero ver volcado por en medio del campo...
Córdoba, Sevilla, SE-30, y mi querida y archiconocida A-49, literalmente un lago con algunos centímetros de profundidad desde Gines hasta La Palma del Condado. Cortinas de agua bajan por doquier, y menos mal que es pleno día, cuesta ver las líneas de la carretera, pero la luna delantera casi vertical ayuda a lidiar con la lluvia. Escucho a Calle 13 atronar el habitáculo con el tema "Adentro" a todo volumen, me animo, sigo tirando, poco a poco los kilómetros caen uno tras otro.
Milagrosamente, cuando encaro la Avenida de Andalucía, ya en mi ciudad, el cielo parece querer dar una tregua, y no deja de llover, pero sí se queda en un chispeo débil, que para mí es como si hubiera salido el Sol. Verdaderamente.

En fin, que el viaje no ha acabado, eh, no. Tuve que descargar la máquina mojándome, guardarlo todo, ordenar el interior del furgón, y el limitador y mi pequeño cuervo Pepe aprovechan que les pido que me acompañen para traerme de vuelta en el coche, para pedirme que vayamos al Holea. Horror. HORROR. Justo lo que más me apetecía. 
Claro. Eso es así. 

En fin, uno se debe a su público, y un esposo, y más un padre, tiene que cumplir. 

En definitiva: que no pude más y a las 7 de la tarde más o menos me quedé dormido en el sofá, y me desperté a las nueve y media para cenar.

¿Lo repetiría? La verdad, no lo sé. Es cierto que la moto esa me gusta mucho, es un poco especial, y era el modelo, la ocasión, el momento propicio.

Ya la presentaré.

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