Me hago mayor, y con ello, empiezan a desaparecer seres queridos que han estado ahí toda mi vida.
Uno reflexiona cuando llega a este punto, o al menos yo lo he hecho, inevitablemente, sin buscarlo.
Pensamientos que van y vienen en los momentos más inesperados. Son las típicas preguntas sin mucha respuesta que asaltan cuando uno llega a la mediana edad (curioso término éste, el de mediana edad, eh).
Yo no es que conociera mucho a mi tío Pedro, quien nos ha dejado a los 80 años de edad, harto de trabajar, por una afección cardíaca. Una vez me dijo que él jamás había tenido vacaciones en toda su vida. Ni un sólo día. Yo le miraba entre asombrado y casi incrédulo cuando me lo contaba.
Toda una vida dedicada al trabajo para sacar a una familia adelante, tres hijas, mis primas hermanas, a las que dio estudios, y a las que nunca les faltó de nada. Mi tía Carmen, su viuda, se ha quedado muy triste, y es tan sacrificada y fuerte como lo fue él. Desgraciadamente, acarrea serios problemas de salud, y falleció asimismo a las pocas semanas, mitad de un tumor que no acabó de curar, mitad por pena, estoy convencido.
El miércoles pasado estuve de entierro, de nuevo. Mi tía Matilde, hermana también de mi padre, pasó a mejor vida tras casi un año en una residencia para mayores, con muchos problemas de riñones y sistema digestivo, y con la cabeza ida (¡qué gran misterio es la mente!).
¿Estuvieron ellos en la rueda de la economía materialista que hoy lo invade todo? La verdad, no lo sé muy bien. La vida en un pueblo de 3000 habitantes, en Extremadura, no es igual que en una gran ciudad. Las necesidades son diferentes, los objetivos también.
Hoy es difícil escapar a esa carrera de ratas en la que se ha convertido la sociedad de casi todo el globo. Un ciudadano medio se mete en una de esas norias, como las que tienen los hamsters en sus jaulas, y venga a correr más y más, pero en realidad nunca se mueven del sitio.
Y uno tiene la sensación de que por más vueltas que de esa noria, por más rápido que la hagas girar, nunca vas a escapar. No obstante, hay quien lo hace. Hay varios modos. Uno es la evasión mental, a la vez la más sencilla y la más compleja.
Otra es la evasión material, real si queremos llamarlo así, sólo al alcance de personas sin muchas responsabilidades (o más bien ninguna): abandonar todo y retirarse a vivir fuera del sistema. Hay ejemplares humanos que lo han conseguido de uno u otro modo.
El planteamiento vital de mi generación era muy básico, y si se seguían unas mínimas reglas, todo era más o menos fácil: estudiar, comenzar a trabajar, y ya no se para hasta la muerte. Se trabaja para ganar dinero con el que poder costear el gasto que provoca la simple acción de vivir. Pero uno es educado, casi sin darse cuenta, en el gasto porque sí, el consumo puro y duro. Se consume de todo: energía, información, ropa, comida, aficiones, sexo... y pronto muchos se encuentran consumiendo lo que te permite consumir, comprando dinero. Sí, es así, uno compra dinero para pagar cosas. Eso se llama "financiación".
Mis abuelos jamás financiaron nada. Ahorraban, y cuando tenían suficiente, compraban algo que fuera absolutamente necesario. Huían de lo superfluo, educados en la austeridad y en la ausencia de caprichos. Mis padres, casi igual. Mis padres vivieron de alquiler, lo que es curioso tratándose de un hogar en el que entraban dos sueldos, pues ambos trabajaban. No fue hasta que a los 38 años mi padre aprobó su última oposición (la quinta en su currículo), que decidieron tener, por fin, una vivienda en propiedad.
Pero mi generación, y no digamos ya las que han venido después, hemos sido criados diferente en cuanto a expectativas y objetivos, y en las formas también. No nos ha faltado de nada, hemos tenido muchísimos juguetes de todo tipo, hemos salido de parranda desde la temprana adolescencia, pronto tuvimos carnet de conducir y coche a nuestra disposición, hemos podido estudiar la carrera que hemos querido... y casi sin darnos cuenta, ya estábamos metidos en la carrera de ratas.
Mi evasión. Opto por la mental en primer lugar. Intento no formar parte. El mundo laboral, que me roba ocho horas al día de mi vida de lunes a viernes, lo llevo de manera estoica, y con el tiempo he aprendido a no vivir por encima de mis posibilidades, lo que no es fácil cuando hay tantas facilidades para hacer lo contrario.
De un tiempo a esta parte, pocos años quizá, llevo una vida más austera, más desapegada de lo material. Algunos se reirán cuando lean esto, pero así al menos lo siento yo.
Lejos quedan los tiempos en que quería ir a la última. Hace años que no salgo de compras. La ropa me da igual, y casi casi que también mi estado de desaliño general. No busco tener la última tecnología y, de hecho, mi terminal telefónico data del año 2011, y así seguirá siendo mientras su programación lo permita.
Mi coche particular pronto cumplirá diez años, y lo que le queda. El familiar lo he ido cambiando por múltiples averías graves, y el que ahora habita en mi garaje ahí se quedará hasta que reviente, por supuesto.
Aunque tengo varias bicis, me desvivo por las antiguas, y elimino todo lo que sobra.
La vida simple. Porque hemos tendido durante mucho tiempo a complicarlo todo, y sin necesidad. Intento educar a mis hijos en este concepto, en lo simple, en lo natural, en la Navaja de Ockham.
Leo libros impresos en papel, mucho, cada día más.
Impresionante... muy bueno y reflexivo
ResponderEliminarUn saludo
Medel