Como Fausto, intento negociar con el mismísimo demonio para volver a ser aquel chaval de 24, o de 34 años. Y socarrón me contesta: "Con tu turbio pasado y tu incierto futuro, tu alma apenas tiene valor. No, no hay trato" .
En fin, me consuelo con una vuelta en la moto, pero regresando al pasado a mi manera.
Y jugando a soñar, o soñando con jugar, llegué a contactar con Manuel, un señor bien educado, recién prejubilado, que gusta de disfrutar de los juguetes a su manera. Me recoge en un Mini Cooper S con varios detalles de personalización, como unas estupendas y muy macarras llantas, o una chapita trasera en la que en vez de leerse "Mini", hay estampada una bandera de Gran Bretaña.
Dado a caprichos de usar y tirar, Manuel me lleva hasta lo profundo de su garaje, y allí levanta el velo en forma de funda, y aparece esta joyita, una 749 modelo 2006, con su abolutamente divino y obligatorio escape Termignoni.
Falta de uso, tuvimos que empujarla tres veces para que arrancara, pero lo conseguimos. Llegué a pensar que a Manuel le daba un jamacuco. Pasado el sudoroso trance, me fui a dar una vuelta con la modelo de cintura estrecha y largas piernas. Rápidamente mi cuerpo recordó aquellos dos años que pasé a lomos de mi 999 Monoposto, y las sensaciones se hicieron concretas, palpables, reconocibles.
Dicen que a estas motos, las superbikes de Ducati, las amas o las odias. Eso dicen. Yo no concibo que se pueda odiar algo así. En cinco minutos esta pequeña máquina me ha transmitido más que los dos o tres años que estuve rodando ininterrumpidamente con la GSXR600. Y eso es mucho decir.
No hay nada comparable a la sensación del chasis de estas máquinas, al taco suave pero poderoso de su bicilíndrico, al bramar del escape, a su estética llena de detalles. Son motos duras, afiladas, y quieren ser gobernadas.
No es moto para viejos. No bike for old men.
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