jueves, 11 de febrero de 2016

El fin de la infancia

Publicada allá por el 56 del siglo que precede, "El fin de la infancia" es todo lo contrario al anterior libro que leí y cuyas sensaciones aquí les publiqué: "Cántico por Leibowitz".
Arthur C. Clarke, indiscutiblemente uno de los Grandes Maestros del género que tanto me entusiasma, y bajo el título original de "Childhood end's", nos legó un relato vanguardista no sólo por el tema, sino por su tratamiento.


En él tenemos varios ingredientes clásicos de la ci-fi que tanto enamora y entusiasma a sus adeptos, y no en vano, el difunto señor Clarke acertó en los planteamientos, el desarrollo, y la forma de acometer terribles preguntas a las que es difícil o, cuanto menos, arriesgado dar respuesta.

Mientras en "Cántico...", el papel de la religión es fundamental y casi protagonista, y se configura como un agente salvador no sólo de almas, sino de la ciencia, actuando como elemento transmisor y conservador de la sabiduría, el conocimiento y la tecnología, en Childhood's end, supongo que basándose en la postura del ateo autor, todo es al revés: el dominio de la ciencia ha llevado a la humanidad a descartar cualquier pensamiento en el más allá y la redención prometida.
Y en ese estado de cosas resulta que llegan unas enormes naves que se sitúan sobre las ciudades, gobernadas por una especie alienígena que tarda cincuenta años en mostrarse, pero que mientras tanto ha estado preparando a la humanidad para ese paso,  poniendo orden y justicia en la sociedad. Gracias a la influencia extraterrestre, la humanidad pasa a vivir en el seno de una sociedad utópica. Se acaban los delitos, la pobreza, las carencias. Todo es positivo, sí, pero muchos se siguen preguntando para qué han venido, qué es lo quieren los "superseñores", que es como deciden llamar a los foráneos. El plan se revela al final, y es algo sorprendente y relacionado con la evolución de la especie humana, lo que implica la desaparición del homo sapiens tal y como lo conocemos, incluso del propio planeta.

Muy buena lectura, rápida e intensa. Nada falta, nada sobra. Los clásicos son así, es otro tipo de literatura, más directa, de un tiempo en el que los editores no obligaban a escribir miles de páginas para poder vender libros más gordos y, por tanto, más caros... Pero esa es otra historia.

A mí me encanta leer estas novelas con varias décadas a sus espaldas, cuya temática sigue siendo atractiva, actual, y que enamoran de principio a fin sin tener que dar vueltas y más vueltas con adornos prescindibles, pero supongo que pasa con tantas otras facetas del arte...

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