La cultura de las cosas innecesarias
En Occidente, el estilo de vida de gastar dinero en cosas innecesarias ha sido deliberadamente cultivado y promovido por las grandes compañías. Empresas pertenecientes a todos tipo de industria han hecho, durante décadas, un gran esfuerzo para el apogeo de la fuerte tendencia de los consumidores en ser descuidados con su dinero.
Las firmas buscan alentar al público a realizar compras no esenciales cada vez que pueden.
En el documental “The Corporation”, una sicóloga especialista en marketing desveló uno de los métodos que ella utilizaba para aumentar las ventas. Su equipo de trabajo, realizó un estudio en el cual se analizó el efecto que tienen las insistencias de los niños en los padres y el grado de incidencia que éstas tienen en la probabilidad de que los padres les compren un juguete. Con el estudio, se percataron de que del 20% al 40% de las compras de juguetes por parte de los padres no se hubiesen realizado si el niño no le hubiese insistido a sus padres y una de cada cuatro visitas a parques temáticos no hubiese sucedido.
Utilizaron estos estudios con el objetivo de publicitar sus productos directamente a los niños, alentándolos a que éstos demanden e insistan a sus padres que les compren los productos.
Esta campaña de marketing representa a miles de millones de euros que han sido gastados por acciones similares. Y lo más terrible es que va dirigida a los niños, pequeños seres con mentes inmaduras, poco formadas, susceptibles de ser manipulados y manejados, tal y como los resultados demuestran claramente.
“Puedes manipular a los consumidores haciéndolos querer ciertas cosas y por lo tanto que quieran comprar tus productos. Es un Juego”, afirmó Lucy Hughes, co-creadora de “The Nag Factor”.
Este es sólo un pequeño ejemplo de algo que ha sucedido durante mucho, mucho tiempo. Las grandes compañías no ganaron sus millones de dólares promoviendo honestamente la virtud de los productos que ofrecen, sino que lo hicieron creando una cultura que influyó a millones de personas que compran mucho más de lo que necesitan y que intentan deshacerse de su falta de satisfacción a través del dinero.
Compramos cosas para intentar subirnos el ánimo, para estar tener lo mismo que el vecino, para completar la visión que tenemos desde niños sobre cómo será el ser adulto, para publicar nuestro estatus al mundo y por muchas otras razones sicológicas que poco tienen que ver con el verdadero uso del producto a comprar. ¿Cuántas cosas tienes en tu bodega o garaje que no has utilizado durante el último año?
La verdadera razón detrás del horario de trabajo de 40 horas a la semana
La herramienta que han utilizado las grandes compañías para mantener este tipo de cultura empresarial es plantearla como si fuera el estilo de vida más normal. Yo, personalmente, llevo toda la vida escuchando lo de la jornada de 8 horas (40 horas a la semana), y parece que es un logro increíble e impresionante rebajar ese horario...
Bajo estas condiciones de trabajo, los empleados se ven obligados a construir su vida en las tardes y durante el fin de semana. Este tipo de horario, nos fuerza a tener muy poco tiempo libre, lo cual provoca que nos inclinemos naturalmente a gastar una gran cantidad de dinero en entretenimiento y productos y servicios. Y lo peor es que este es un proceso en el que uno entra casi sin darse cuenta, forma parte de nuestras vidas como algo normal, como que tiene que ser así y no de otro modo, sin que podamos hacer nada por evitarlo. Lo recibimos como algo automático, inamovible.
Con este ritmo de trabajo, se eliminan ciertas actividades tales como caminar, hacer ejercicio, leer, meditar y escribir. Actividades todas ellas que como única similitud notoria es que cuestan muy poco dinero (o nada), pero consumen tiempo.
De pronto, me doy cuenta de que con el paso del tiempo, y si uno avanza en su puesto laboral, tengo mucho más dinero y mucho menos tiempo.
Cosas tan sencillas como pasar el día recorriendo un parque nacional o leyendo un libro en la playa, se convierten en actividades que son algo así como imposible. Hacer cualquiera de ellas implicaría utilizar un día de fin de semana, los cuales, por lo mismo, han pasado a ser mis días más preciados.
Lo último que quiero hacer cuando vuelvo a mi casa luego de trabajar es hacer ejercicio. Es también la última cosa que quiero hacer después de comer, antes de irme a dormir o cuando me levanto en las mañanas, y ese es todo el tiempo que tengo libre durante los días de la semana.
Este parece ser un problema que tiene una simple respuesta: trabaja menos para así tener más tiempo libre.
He comprobado que puedo vivir un estilo de vida que me hace sentir lleno y realizado, con menos dinero del que estoy ganando hoy en día. Desafortunadamente, en lo que yo trabajo, y en muchas otras ramas laborales, esto es casi imposible. O trabajas 40 o más horas a la semana, o no trabajas ninguna.
El día de trabajo de 8 horas de duración fue desarrollado durante la revolución industrial en Inglaterra durante el siglo XIX, como un método que buscaba proteger a los trabajadores que estaban siendo explotados mediante jornadas laborales de 14 ó 16 horas diarias.
A medida que la tecnología y los métodos fueron avanzando, los trabajadores de todas las industrias fueron capaces de producir mucho más valor, en una cantidad menor de tiempo. Si bien lo lógico sería pensar que esto conllevaría a jornadas laborales más cortas, la estandarización de 8 horas de trabajo por día genera demasiados beneficios a las grandes industrias, lo cual no se debe a la cantidad de trabajo que los empleados pueden hacer en ocho horas (el empleado promedio de oficinas logra trabajar solo 3 de las 8 horas, dato increíble) sino que los convierte en un público de compradores felices. Esta es una de las claves del sistema del que formamos parte.
Me explico: el hecho de permitirle a los empleados tener poco tiempo libre implica que la gente tenderá a pagar más por conveniencia, gratificación y cualquier otro tipo de alivio que crean que pueden comprar. Los mantiene viendo la televisión y sus comerciales. Los hace perder cualquier tipo de ambición fuera del trabajo.
Hemos sido conducidos a una cultura que ha sido diseñada para hacernos sentir cansados, hambrientos de satisfacción, dispuestos a pagar grandes sumas por obtener conveniencia y entretenimiento y lo más importante, hacernos sentir vagamente poco satisfechos con nuestras vidas para que así, continuemos queriendo las cosas que no tenemos.
Compramos en exceso ya que siempre sentimos que nos falta algo.
Las economías occidentales, y cada vez más también las del resto del planeta, han sido construidas calculadamente para fomentar la gratificación, la adicción y los gastos innecesarios. Gastamos para subir nuestro ánimo, para recompensarnos, para celebrar, para arreglar problemas, para mejorar nuestro estatus y para aliviar nuestro aburrimiento.
¿Se pueden imaginar que pasaría si todos dejáramos de comprar cosas que no necesitamos y que no agregan ningún valor duradero a nuestras vidas? La economía colapsaría y no se recuperaría nunca seguramente. Formamos parte de una maquinaria virtual, artificial, innecesaria, pero es absolutamente impensable su destrucción, porque conllevaría la de la propia sociedad.
Todos los problemas que han sido bien publicitados incluyendo la obesidad, contaminación y corrupción, son la consecuencia de crear y mantener una economía de billones de euros. Para que la economía se mantenga “saludable”, el planeta entero debe continuar siendo poco saludable. Las personas saludables y felices no sienten que necesitan más cosas de las que tienen, y eso quiere decir que no compran mucha porquería, no necesitan tanto entretenimiento y no terminan viendo una gran cantidad de comerciales.
La cultura del trabajo de ocho horas al día es la herramienta más poderosa de las grandes empresas para mantener a la gente en este estado de falta de satisfacción en el que la forma de arreglar cualquier problema es comprando algo nuevo.
Pasamos ahora a otra curiosidad: la Ley de Parkinson, según la cual, mientras más tiempo te den para hacer algo, más tiempo te tomará hacerlo. Es increíble todo lo que puedes lograr hacer en veinte minutos, si es que veinte minutos es todo el tiempo que tienes para hacerlo. Sin embargo, si tuvieras toda la tarde, probablemente te tomaría más tiempo. Incluso toda la tarde.
La mayoría de nosotros tratamos el dinero de la misma manera. Mientras más generamos, más gastamos. No es que repentinamente necesitemos comprar más sólo por que estamos generando más, sino que podemos hacerlo y por lo tanto, lo hacemos. De hecho se nos hace bastante difícil evitar aumentar nuestra calidad de vida (o al menos, nuestro nivel de gasto) cada vez que nos dan un aumento de salario.
En conclusión, no creo que sea necesario escaparse del sistema e irse a vivir al bosque en plan ermitaño. Sin embargo, podríamos con certeza mejorar en cuanto a lograr entender lo que las grandes empresas quieren que seamos. Ellos han estado trabajando durante décadas con el objetivo de crear millones de consumidores ideales y han acertado. A menos que seas una excepción, es muy probable que tu estilo de vida ya haya sido diseñado.
El consumidor perfecto es aquel poco satisfecho pero esperanzado, poco interesado en desarrollarse personalmente, acostumbrado a ver televisión, a trabajar a tiempo completo, a ganar una cantidad de dinero justa, a intentar lograr satisfacer sus necesidades durante su tiempo libre y lograr vivir.
¿Te pareces a este consumidor?
Debes tratar de buscar tu libertad. Sé libre.
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