Oh, la playa del espigón de Huelva, esa gran desconocida, incluso para muchos de la propia ciudad que jamás han puesto un pie allí.
Reducto de acumulación de arena en zona protegida por ser un paraje natural, algo que ver con las marismas del Odiel, supongo. No quiero investigar mucho para no decepcionarme, porque cada vez que la palabra "protegido" aparece, una retahíla de sinvergonzonerías a cual más increíble se desarrolla y al final acabo cabreándome, a pesar de los numerosos esfuerzos diarios de control mental que poco a poco van reconduciendo no sólo mi conducta habitual, sino mi forma serena de ver el mundo.
Al final de la carretera que lleva al Dique Juan Carlos I podremos encontrar una playa que, más que protegida, está absolutamente abandonada por las autoridades responsables de dicha protección.
Carteles indicando que está prohibido acampar, o que a partir de cierto punto usted corre el riesgo de quedarse aislado por una crecida de la marea, son ignorados a diario por todo tipo de personas. Cuando digo "personas" estoy siendo bastante benévolo, porque la mayoría son unos perros deleznables, causantes de que finalmente la prohibición llegue a quien hace bien las cosas, en vez de castigar a quien las hace mal, y es que, para prohibir algo, hay que tener previstos unos mecanismos suficientes de control, sanción, persecución y aniquilación del problema.
Al final, uno deja de ir a los paraísos terrenales que tan cerca tenemos porque, está claro, no nos lo merecemos.
Grotesco, pero cierto. Surrealista, pero comprobable. Lo peor es que lo que para algunos, y me consta, es un noble arte, para la mayoría restante no sé realmente lo que significa, pero si ser pescador, o simple aficionado a cosechar el mar, lleva a estas cosas... Habrá que partir algún cráneo o cuello.