Ayer, sábado, fue el día que mis compañeros de rutas abordaron una escapada que, según me cuentan, estuvo genial, llena de barro, arena, agua, y asfalto. Pero yo no pude, lo dediqué a tareas paternales, lo que tampoco me disgusta...
Hoy estaba previsto que lloviera por la mañana, peeeeeeero.... el que tiene boca se equivoca, y los meteorólogos suelen equivocarse. Demasiado.
Ha amanecido un día espléndido, y yo, solo en casa, he visto la oportunidad perfecta para salir en soledad para probar mis botas nuevas, unas bicharracas de motocross, más duras que la leche, que protegen como tiene que ser mis ya tocados tobillitos y pies. En ese aspecto, todo genial, me he adaptado muy bien a llevar esos armatostes que, de tan gruesos y rígidos, quitan mucha sensibilidad, no tanto con la palanca de cambios (que he tenido que subir un poco para que cupiera el pie), sino con el pedal de freno, y me he visto bloqueando la rueda trasera tres o cuatro veces. Muy bien cuando iba de pie, inesperadamente cómodas en todo el trayecto de casi tres horas.
Le cuelgo unas imágenes paralizadas en el tiempo, aprovechando que pasaba por sitios singulares que espero les gusten: