En el argot náutico cometero, windsurfero, y creo que aplicable a otras disciplinas dependientes de los incontrolables elementos, hablar de un pinchazo es siempre triste, cruel, tanto más cuanto más lejos sea nuestro punto de procedencia hasta llegar al sitio de la práctica de la disciplina en cuestión.
Ayer el maestro y yo nos salvamos por nuestras superpandorgas, esos megakites de 16 m2 que permiten navegar con vientos inferiores a los 10 nudos, mientras los demás aguantaban el tirón mirando (totalmente envidiosos, no les culpo) desde la orilla...
Pero hoy la película ha sido otra bien distinta. Con una previsión semitormentosa, con mínimos de 14 nudos y rachas supuestas de 17, hubiera sido una temeridad traer las cometas de low wind. Lo que ha ocurrido es que la cosa no ha superado los 7 u 8 nudos, y ha bajado hasta los 5 en algunos momentos.
Cometas montadas, brazos cruzados, nubes amenazadoras acercándose... es el peor panorama que uno espera un domingo por la tarde.
Bueno, hay más días que ollas. Esto forma parte de la vida de lo que disfrutamos del mar y el viento. Uno se hace a todo, y de estos pinchazos siempre se aprende. Yo al menos lo intento.