Con qué ánimo va uno a la playa con el sol luciendo orgulloso tras alguna pequeña bruma de altura.
La previsión era normalita tirando a floja, pero los térmicos ya van haciendo su aparición, aunque sea tímidamente. Tras el fiasco de ayer, que era el día que mi cuervo mayor iniciaba oficialmente su cursillo de kite, hoy, a la salida del curro, los móviles echaban humo: que sube, que no entra, que anoche hizo frío y ahora con el pedazo de día va a entrar el térmico fijo... que vamos, que no vamos, y si vamos, ¿a dónde?
Pues iremos donde estadística y geológica y fisicamente más sopla: Canaleta.
Lo mejor: toda la playa, enooooorme, para nosotros. Al final nos juntamos seis o siete, y fue bonito porque cada cometa era de un color diferente, y no nos hemos estorbado absolutamente nada... teniendo dos kilómetros de playa para nosotros, tendríamos que ser estúpidos!!!
Llamé a Julio en cuanto llegué y vi las condiciones, y no dudo en apuntarse. Raudo se plantó en Punta Umbría justo cuando la fuerza eólica comenzaba a decaer, pero le animamos a inflar su cometa, y al agua a practicar water-start.
El sueva poniente térmico ha hecho el milagro, y Julen ha saboreado las mieles del deslizamiento, aunque breve, pero intenso, como es siempre el aprendizaje de esta cosa tan emocionante.
Estoy muy contento y esperanzado porque veo que él está evolucionando muy rápido, y pronto compartiremos grandes días de navegadas interminables.
No podía faltar una visita al lugar habitual a reponer sales minerales y celebrar los avances y el buen día que hemos aprovechado todo lo que hemos podido:
Cometas, amigos y birras, ¿qué mejor modo de acabar la tarde?
Como casi siempre, uno de los mejores momentos es cuando vuelvo. Saliendo de Punta por la autovía siento los últimos rayos del sol poniente en la cara. Normalmente voy tranquilo, escuchando música, y es un ratito un poco mágico, recapitulando todo lo que hice, lo que salió bien y lo que no, y porqué. Y es un punto de relax muy grande, bastante hondo. Y quizá, sin saberlo, todo lo que hago va enfocado a ese momentito de diez o quince minutos que tardo en llegar a Huelva. Sin saberlo, o sin ser realmente consciente.
Llego a casa, dejo todos los bártulos en su sitio, enjuago la barra, el arnés, el neopreno... y me siento tranquilamente, con los músculos relajados, flojos, sin hacer absolutamente nada.
Todo ha salido bien, y eso siempre es algo para celebrar. No siempre es así, y lo mejor es que cada vez hay más días positivos que negativos. Y eso mola. Ya te digo.