domingo, 7 de abril de 2013

piano, piano

Al tiempo que me fastidié la rodilla, me corté el talón, las lluvias lo inundaban todo, y el viento ha soplado de lo lindo, todo ello junto ha hecho que dejara un poco de lado la bici.
Pero no podía ser por mucho más tiempo. Porque amo la bici, amo la libertad que me transmite hacer unos kilómetros por el campo, sin ir en realidad a ningún lado.
El mero hecho de perderme sin rumbo fijo, disfrutar de la soledad, respirar hondo, observar la naturaleza, hace que recargue las pilas a fondo.
A pesar de todo, la rodilla me ha molestado un poco, nada serio, durante los primeros diez o doce kilómetros.
El campo estaba maravilloso, húmedo, pero no empapado como yo esperaba. Algunos charcos son inevitables, pero el verdor primaveral es fastuoso y se agradece. El verano está a la vuelta de la esquina, y por aquí abajo empieza pronto: en un mes y medio ya no se podrán hacer rutas largas por el calor a media tarde.


Me lo tomé con calma, cogí la Gary Fisher (me resisto a llamarla Trek, la verdad), y le acoplé una pequeña bolsa bajo el asiento. No llevé ni agua. Así de tranquilo pensaba ir, y además planee un par de horas o menos, muy tranqui. Llevo algunas semanas sin pedalear (no sé cómo he aguantado tanto...), y conozco mi cuerpo. Lo mejor es comenzar despacio, disfrutar del entorno, dejar hacer a las piernas y darles lo que me vayan pidiendo.


El sol brillaba de lo lindo, algunos charcos en medio de los singletracks, el verdor por doquier... Es la bienvenida que nos da la primavera en un domingo perfecto para montar en bici.


La Sawyer, como siempre, se ha portado de lujo, desde el primer metro. Le suenan un poco los rodamientos del pedalier, ya me los he cargado... Nada grave ni caro de reparar. Toca desmontar y engrasar todo bien, vaya a ser simplemente un poco de suciedad y nada más.
En los pictogramas se puede ver el estado del suelo y la vegetación abundante. Poca gente en los caminos, pero los merenderos estaban realmente atestados de dominguers.


Al final, veinticuatro kilómetros largos a un más que tranquilo ritmo de 15 por hora, parando varias veces a mirar y recrearme visualmente con lo que me rodeaba, a tomar instantáneas, y hacer pipí.

Un lujo y un privilegio tener este trozo de naturaleza a cinco minutos de mi casa. La felicidad ha sido, y aún es, en mí.