Bueno, a pesar del título, la cosa no fue para tanto. El simple hecho de posar mi culo en el Flite de cuero anaranjado y pasar un buen rato orbitando el planeta pedalier es suficiente para alejar mi mente de lo cotidiano, de lo normal.
Por eso, aprovechando mi estancia de fin de semana en casa de mis padres decidí llevar mi monomarcha titanizada para desfogarme, aunque fuera únicamente del modo lineal y particular que la conducción de una singlespeed permite.
En mi periplo de pisteo puerco, con rectas interminables, cuestas levísimas, dificultades inexistentes, me encuentro, a medio camino entre el puente del Quinto Centenario o "Paquito", y la barriada de Bellavista, semejante atrocidad ¿urbanística?:
Ya ven, una gran recta de losas casi amarillas que no llevan precisamente a Oz, ni mucho menos. A la izquierda del mismo sigue el curso del río Guadaira, por llamarlo de alguna manera, porque eso ni es río, ni es ná. A ratos es charca apestosa, y eso en temporada de lluvias, claro.
A la derecha una especie de parque, con algunos bancos de piedra, algo parecido a cesped reseco pero recortado a una altura escasa y nivelada, con algunos caminos empedrados por aquí y por allá.
Mi desconcierto era total. ¿Qué cojones hacía eso allí? Lejos de zona urbana como para ir a pie paseando. El seudocarrilbici no tiene utilidad porque es lineal y comienza y acaba en puntos que no llevan a ninguna parte ni son objetivo de ninguna clase.
Mientras pedaleo despreocupadamente -últimamente lo hago mucho así, simplemente disfrutando de la libertad de montar en bici-, veo a un joven paseando a uno de esos engendros inútiles que orgullosamente llaman "mi bulldog francés", y a otro apoyado en un árbol haciéndose un canuto. Fantástico.
A la izquierda distingo una música lejana, y puedo vislumbrar a un tipo sentado a la orilla de la charca sobre una silla de playa, desnudo de cintura para arriba, con su litro de cerveza y un radiocassette. Parece que es el día universal de los despreocupados. Magnífico.
Y entonces, cuando se acaban las losas amarillas me encuentro con la solución a tanto entuerto:
¡¡¡¡DIOS SANTO!!! Más de siete millones de unidades monetarias europeas para hacer esa mierda inservible. Es demasiado. Es normal que todo se vaya al carajo ante nuestros aburridos -e indolentes- ojos. Claro, en cuanto se ve la colaboración de los participantes todo empieza a cuadrar: Ministerio de Medio Ambiente -lo peor, menudo invento-, Ayuntamiento de Sevilla -peor aún-, y fondos europeos -cómo no!-. Lo mejor es lo de "contribuye a reducir las disparidades sociales y económicas entre los ciudadanos de la Unión"... alucinante. Me lo expliquen. Eso sí, quien tiene que estar muuuuy contento es el dueño de Sando Construcciones, está claro, eso sí que no necesita explicación.
Vergonzoso. Triste. Vamos, que me está dando el bajón ahora mismo. Snifffff.
Esta es la ruta circular, no demasiado entretenida, pero me ha venido muy bien para soltar piernas un poco y salir de la rutina de estos días de excesos:
OK, ya se me va pasando el cabreo, y para que vean que no me olvido de las cosas bellas e interesantes, ahí les dejo esta maravilla gloriosa en todos sus aspectos para despedirme:
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