Anoche soñé que patinaba a toda pastilla por el casco histórico de Sevilla con mi hijo menor, con total dominio de la técnica. Pero alguien me robó el patín y el aifón, y ello me dejó profundamente abatido.
Increíble, ¿no?
Por lo demás, hoy me he levantado con la pierna un poco tocada, consecuencia del esfuerzo natatorio de ayer, sin duda. Ello es bueno, y signo inequívoco de que los músculos salen de su atrofiamiento, se ejercitan, el corazón bombea, la sangre circula. Aún estoy muy, pero muy, lejos de la recuperación total, que me llevará varios meses más, pero sé que mi esfuerzo traerá su recompensa tarde o temprano, es la Ley del Karma Universal, cuyo cumplimiento tantísimas veces se ha demostrado en mi corta vida.
Ayer por la tarde me acerqué a la oficina para llevar unos partes de baja médica, y fui recibido con vítores y algarabía por mis compañeros, supongo que animados por verme con las muletas y no postrado en una triste silla de ruedas. A lo mejor alguno pensó, inocentemente, que me iba a incorporar ya a mi vida laboral normal... Ojalá pudiera, sinceramente, pero no estoy en condiciones físicas. Mi ánimo está en momento álgido, no obstante, y miro a la vida con cara desafiante y alegre. Todo llegará.
Mientras tanto, paso muy buenísimos ratos leyendo a Kerouac, en su magnífica obra "Los vagabundos del Dharma". Ya me gustó en "El Camino" y "Los Subterráneos", pero este librito me va entusiasmando incluso más, quizá por haberlo cogido con otra edad, otra formación, otra visión de la vida. Es fantástico.
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