martes, 16 de febrero de 2010

bushido

Bushido
Ah, la autopista, ese aburrido lugar. Los absurdos límites legales de velocidad que arrastramos desde la crisis del petróleo de los setenta han convertido a las rectilíneas vías de doble o triple carril en unas pistas de scalextric a escala 1:1, campo de tiro de cazarrecompensas de que disparan con radar. Muy pocas veces, generalmente por la noche o en alguno de esos extraños días en que se produce una conjugación cósmico-planetaria, uno puede encontrársela absolutamente vacía, y si se lleva un copi detector apropiado, los sentidos alerta, la capacidad de concentración que la situación requiere, y la potencia necesaria, la cosa se puede tornar más entretenida...

Pero hay normas que van más allá del número sobre fondo blanco enmarcado en un círculo de color rojo, más allá de un texto legal impuesto a la fuerza. Les pondré un par de ejemplos reales que me han ocurrido recientemente, y así lo comprenderán mejor, espero.

· Ejemplo #1: No voy muy rápido, sólo más ligero que la media, a unos 160/170, como quien dice a punta de gas. Un cochecillo al que acabo de adelantar, tras dejar una nube de humo negra -es lo que tiene acelerar a fondo con un motor que consume de eso que usan las calderas- se coloca detrás de mí, a una distancia poco prudente que en caso de que yo tuviera que hacer una frenada de emergencia provocaría una colisión irremediable de consecuencias desastrosas. El auto en cuestión es uno de esos VAG tdi, con su mononeuronal y orgulloso "piloto" deseoso de merendarse a cualquier cosa que ose ir más rápido que él en la aburrida recta de cinco kilómetros por la que circulamos, demostrando así su hombría -al final va a ser verdad aquel tópico de que el coche no es sino la prolongación del pene-. No me puedo apartar, que es mi deseo inmediato, porque voy rebasando una larga fila de vehículos que circulan muy modositos a velocidades entre 100 y 120 por hora, pero el descerebrado ¿conductor? del tdi va tan pegado a mi culo que me hace ráfagas y no llegan a mis retrovisores. También decide encender el intermitente izquierdo, como si fuera a girar repentinamente y perderse entre las adelfas que adornan la mediana. A veces, en ocasiones como ésta, toco levemente el freno con el pie izquierdo sin dejar de pisar el acelerador, sólo para que se enciendan las luces y el tipo se asuste un poco y se separe. Lo hago un par de veces con el efecto deseado, pero como es fácil de predecir, sólo sirve que para que se pegue aún más. Llego al final de la fila de vehículos lentos, pongo mi intermitente y me aparto al carril derecho con mi velocidad mantenida gracias al tempomat, e inmediatamente soy superado por ese jovenzuelo que me echa, de paso, una increible mirada de odio mientras lleva los nudillos blancos de lo fuerte que agarra el volante... Lo dejo ir, pero lamentablemente, pasados unos kilómetros lo vuelvo a rebasar. No he tocado el tempomat, voy a la misma velocidad. Obviamente, ese crío quería un pique o algo así, algo carente de toda gracia o realismo por su parte, todo hay que decirlo. Pienso, una vez más, cuanto talento desaprovechado hay en nuestras carreteras, cuantos grandes pilotos se están perdiendo el DTM, el WTCC, el WRCC y la F1.

· Ejemplo #2: Voy por la misma autopista, y motivado por alguna razón que hoy ya no recuerdo. Mi velocidad de crucero se encuentra entre 180 y 200, y al pasar junto a una gasolinera, el azar hace que se incorpore en ese mismo momento un CL500 que acelera furiosamente -sin humos, por supuesto- y coge una buena relación espacio-partido-por-tiempo. Este tipo de liebres a veces vienen al pelo, sí señor, y ese era el día perfecto. El individuo en cuestión no tenía fijada en su mollera ningún tipo de velocidad de crucero: simplemente iba a tope, y un CL500 a tope es mucho CL500. La velocidad a la que íbamos era, sencillamente, la que le permitía el tráfico, o sea, que levantaba el pie cada vez que otro auto le obstaculizaba el carril. Yo iba prudentemente acoplado a la distancia adecuada, unos doscientos metros, que parece mucho, pero prueben a hacerlo a esas velocidades. Cuando la cosa se despejaba un poco y la aguja subía más de la cuenta, yo optaba por ocupar el carril que el CL500 dejaba libre, por tener más visibilidad. El tipo, que conducía con seguridad y aplomo -aunque con un coche así es fácil, la verdad-, por supuesto se había percatado de lo que yo estaba haciendo. Pasados unos veinte o veinticinco kilómetros, redujo su ritmo hasta unos 200 ó 210, invitándome a pasar, cosa que yo hice apretando el pié hasta el final. Me tocaba llevar las riendas de esta meteórica relación de carretera, guiar por la senda de velocidades medias en torno a la raiz cuadrada de 57.600. En esas circunstancias uno tiene una percepción diferente del tiempo, y los kilómetros caían uno detrás de otro con bastante celeridad. No obstante, aunque mi coche es medianamente potente y acelera con dignidad, no tiene el poderío de un 5.5 de 388 cv, de modo que la realidad de los números me puso de nuevo en mi sitio y el CL500 volvió a tomar el timón en la recta final del viaje. Debo decir que todo acabó sin consecuencia ninguna, y que fue una buena descarga de adrenalina.

No hace falta analizar mucho estos dos ejemplos para notar que hay profundas diferencias entre ambos, principalmente la otra persona y coche en liza. No caigan en la fácil impresión de que yo odio a VAG y sus tdi -porque, sencillamente, poseo uno, aunque soy consciente de que únicamente satisface la necesidad de llevar carga de A hasta B de un modo sencillo y económico-, y que califico a todos los propietarios de turbodiéseles de ciegos estúpidos. No. Mi decisión de no correr en el primer ejemplo tiene una raiz más profunda. Algunos pueden llamarme altivo, elitista, clasista, orgulloso, o lo que quieran, pero ruego que no se adelanten a los acontecimientos, y rompan una lanza leyendo lo que sigue.
Mi vida, desde temprana edad, se ha regido por ciertos principios grabados a fuego por mis padres. Cosas tales como justicia, esfuerzo, recompensa... han sido amartilleadas en mi joven cabecita durante años. Luego, con mi independencia, y so pena de caer en la misantropía más absoluta, y un odio a mi especie que no tenga vuelta atrás, me he blindado con alguna que otra teoría filosófica, una amalgama moderna de nihilismo, estoicismo y, sobre todo, un mucho de epicúreo. Así, todo este berenjenal unido a las influencias de las tempranas enseñanzas del Camino de la Mano Vacía primero, las lecturas de filosofía Zen y kármica después, y mis más recientes descubrimientos sobre el yoga, me han llevado a una nueva dirección. Aquí entra el Bushido.
Bushido, literalmente traducido como "El Camino del Guerrero", se desarrollo en Japón entre las eras Heian y Tokugawa (S.IX-XII). Era un modo de vida y un código para el samurai, una clase de guerreros similar a los caballeros medievales de Europa.
Estaba influenciado por el Zen y el Confucionismo, dos diferentes escuelas de pensamiento de esos periodos. El Bushido pone el énfasis en "Lealtad, auto-sacrificio, justicia, sentido de la vergüenza, modales refinados, pureza, modestia, frugalidad, espíritu marcial, honor y afecto"



El Código de Bushido.
Estos son los siete principios que rigen el código de Bushido, la guía moral de la mayoría de samurai de Rokugan. Sed fieles a él y vuestro honor crecerá. Rompedlo, y vuestro nombre será denostado por las generaciones venideras.
1.- Honradez y Justicia
Sé honrado en tus tratos con todo el mundo. Cree en la Justicia, pero no en la que emana de los demás, sino en la tuya propia.
Para un auténtico samurai no existen las tonalidades de gris en lo que se refiere a honradez y justicia.
Sólo existe lo correcto y lo incorrecto.
2.- Valor Heroico
Álzate sobre las masas de gente que temen actuar. Ocultarse como una tortuga en su caparazón no es vivir.
Un samurai debe tener valor heroico. Es absolutamente arriesgado. Es peligroso. Es vivir la vida de forma plena, completa, maravillosa. El coraje heroico no es ciego. Es inteligente y fuerte.
Reemplaza el miedo por el respeto y la precaución.
3.- CompasiónMediante el entrenamiento intenso el samurai se convierte en rápido y fuerte. No es como el resto de los hombres. Desarrolla un poder que debe ser usado en bien de todos.
Tiene compasión. Ayuda a sus compañeros en cualquier oportunidad. Si la oportunidad no surge, se sale de su camino para encontrarla.
4.- CortesíaLos samurai no tienen motivos para ser crueles. No necesitan demostrar su fuerza. Un samurai es cortés incluso con sus enemigos. Sin esta muestra directa de respeto no somos mejores que los animales.
Un samurai recibe respeto no solo por su fiereza en la batalla, sino también por su manera de tratar a los demás. La auténtica fuerza interior del samurai se vuelve evidente en tiempos de apuros.
5.- HonorEl Auténtico samurai solo tiene un juez de su propio honor, y es él mismo. Las decisiones que tomas y cómo las llevas a cabo son un reflejo de quien eres en realidad.
No puedes ocultarte de ti mismo.
6.- Sinceridad AbsolutaCuando un samurai dice que hará algo, es como si ya estuviera hecho. Nada en esta tierra lo detendrá en la realización de lo que ha dicho que hará.
No ha de "dar su palabra." No ha de "prometer." El simple hecho de hablar ha puesto en movimiento el acto de hacer.
Hablar y Hacer son la misma acción.
7.- Deber y LealtadPara el samurai, haber hecho o dicho "algo", significa que ese "algo" le pertenece. Es responsable de ello y de todas las consecuencias que le sigan.
Un samurai es intensamente leal a aquellos bajo su cuidado. Para aquellos de los que es responsable, permanece fieramente fiel.
Las palabras de un hombre son como sus huellas; puedes seguirlas donde quiera que él vaya.
Todo esto puede sonar a ciencia ficción, aunque viene del pasado. Llevar una vida de Samurai está, sin duda, fuera de lugar en nuestra sociedad, pero tendrán que reconocer que convenientemene adaptados a nuestros días, tales principios pueden estar plenamente vigentes. Yo lo intento, aunque soy muy consciente de que de la dignidad no se come. Pero no estoy de acuerdo con afirmaciones banales como "todos tenemos un precio" y cosas así. No sé si me comprenden.
Una vez digerido todo lo anterior, ¿no ven de otra manera mi distinta forma de proceder con los dos sujetos de la autopista? ¿Acaso no es lógico dejar pasar al VAGtdi? ¿Acaso no es honorable seguir la estela de quien me ilumina y abre el camino de forma magistral?
Apliquen esos siete dogmas a su proceder diario, y verán como están más contentos con ustedes mismos. No desfallezcan, porque lo contrario es acercarse cada vez más a la ameba y formar parte de esa inmensa masa de ocho mil milllones de seres humanos que tienen a la involución, en vez de tratar de ser mejores no ya cada día, sino cada minuto que pasa.
AMÉN.

2 comentarios:

  1. Anónimo22.2.10

    po yo si le puedo endiña a un cani-110 cv le endiño....por belcebú!!!

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  2. Es usted un simple. No ha servido de nada la amena e ilustrativa lectura de esta entrada. Una pena, sí.

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