En la Semana Santa de 2019, los tres Pedros hicimos una ruta por el Algarve portugués. La idea era llegar a Sagres, cosa que hicimos, el segundo día por la costa atlántica hasta la península de Troia, y el tercer día se dedicaría a la vuelta por carretera. Todo ello a bordo de nuestras monocilíndricas.
Pero el clima truncó nuestras intenciones, y el segundo dia, tras diversos avatares relativos a Pedrito y su XR650, las trampas de arena y, sobre todo, la tormenta que se avecinaba, decidimos tras un intenso debate mientras almorzábamos en Odexeice, volvernos a España en ese mismo momento. Hicimos bien, porque al día siguiente cayó la mundial.
En esta ocasión, un poco de forma imprevista para mí, me uní a Perico y su flamante Norden, para terminar a nuestro modo lo que empezamos hace más de cuatro años. Así, fuimos por carreteras secundarias, terciarias, y alguna cuaternaria, hasta Sao Bartolomeu de Messines, donde enlazaríamos con el track offroad, más o menos por donde lo dejamos la otra vez el primer día porque se nos echaba la noche encima. Yo me dejé guiar por Perico y sus dos móviles con navegador integrado. Mi vetusta Tiger 955i se defendía como podía, y yo la guiaba con pies de plomo, guardando muchísimo cuidado porque iba con ruedas lisas, la bicha pesa casi 260 kg con gasolina, y su suspensión delantera es, digamos, meramente anecdótica... pero iba yendo con todas esas limitaciones, superando los diversos obstáculos una y otra vez, para nuestra sorpresa!!
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buscando el track en el GPS |
No sin alguna duda sobre tirar por aquí o no, habrá arena o no, eso parece demasiado escarpado... en fin, las cosas típicas del trail cuando no se conoce el camino y más con estas grandes motos, pudimos llegar al Cabo San Vicente, no sin antes casi matarnos en un tramo arenero con enormes roderas, en el que estuve a punto de irme al suelo cinco veces en treinta metros. Pasé auténtico pavor, y comprendí que la Triumph no está hecha para eso: la combinación de peso, geometrías inadecuadas, neumáticos lisos y poca experiencia es un cóctel fatal.
Llegamos con tiempo de sobra a Sagres, donde nos instalamos en "Orange House", en una pequeña habitación dos camas y acceso directo a piscina. Correcto, pero con soluciones arquitectónicas de dudosa calidad... Suficiente para dormir y salir pitando a la mañana siguiente, que era nuestra intención. Sin más.
Cenaríamos en Pizzeria D'Italia, que tan buenos recuerdos nos trae, unas buenas pizzas precedidas de remarcable carpaccio con todos sus avíos, que aliñé siguiendo los consejos del limitador de velocidad, pues realmente no sabíamos qué hacer cuando nos llegó este plato:
Y esto es lo que quedó:
Joder, nos comimos hasta la rúcula, estábamos hambrientos!!!
La mañana siguiente hicimos un buen desayuno sin prisas, tras un paseo por el pueblo buscando algo abierto, y partimos hacia lo que iba a ser el plato fuerte del viaje: la costa Vicentina por pistas lo más cerca posible del océano, una experiencia que recomiendo a todos los aficionados a la moto trail.
Pronto aparecieron las primeras dudas, pues el track comenzaba con lo que podía ser otra trampa de arena más, pero nos hicimos los valientes y tiramos... y menos mal que lo hicimos, porque con poca arena pudimos hasta disfrutar del camino, en un entorno de belleza singular a la que no estamos acostumbrados. Mientras tanto, un fuerte viento, la típica Nortada de estas costas, nos acompañó durante todo el viaje, a veces con rachas importantes y traicioneras, que añadían no tanta emoción como peligro a la conducción.
En la playa de Amado, famosa por el surf, hicimos la primera pausa. Allí nos encontramos con unos cuantos de Huelva con los que charlamos de moto y nos hicieron algunas fotos. Muchas campers, y muchas de ellas no eran ni surferos, estaban allí por la belleza del paraje y por el ambiente:
El camino siguió sin incidencias, seguimos subiendo por la costa, pasando de largo algunos tramos del track porque ya lo hicimos y no presentaban interés, y nuestra meta era llegar a un trozo justo después de Zambujeira do Mar, un sitio chulísimos donde paramos a tomar un café y un refresco. Previamente ya habíamos almorzado, como el día anterior, un par de sandwiches y algunas galletas, donde nos vino bien, a la sombra de un pino, pues hemos comprobado que en los almuerzos se puede perder mucho tiempo y después, si son copiosos, no apetece montar en moto. Pasado Zambujeira, como decía, y hasta el Cabo Sardao, vino un sector francamente espectacular, y quizá me quedo corto si digo que todo el viaje merece la pensa sólo por estos pocos kilómetros de pista que bordea los acantilados, en una ruta señalizada y compartida por senderistas, ciclistas, motoristas y coches 4x4 en perfecta armonía, con respecto hacia los demás usuarios y al medio ambiente. Algo único.
Estábamos avisados de que el último tramo, unos diez kilómetros hasta Vila Nova de Milfontes (que era nuestra meta final), eran de pura arena para la que ni nostros, ni nuestras máquinas, estábamos preparados. Así que lo hicimos por carretera, y no sin poca aventura logramos habitación para pernoctar en pleno centro, pero en un lugar tranquilo y apartado... aunque con puertas literalmente a la calle.
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Habitación vistas... a la calle, literalmente. |
La cena fue el colofón final para un día lleno de emociones, un espectacular tartar de atún, el mejor que jamás probé, y unas hamburquesas, que nos dejaron plenamente satisfechos para irnos a la piltra bien repuestos, tras los paseos que dimos por Vila Nova, un pueblo muy turístico y lleno de gente de diversa procedencia, con un enclave verdaderamente precioso que hay que ver detenidamente: entra el mar como un brazo, creando dos playas hermosas, flanqueadas por acantilados y enormes formaciones rocosas que salpican las aguas. Incomparable.