O cómo vivir en tus propias carnes el acercamiento al dolor de culo, el hastío de pistas infinitas cuyas rectas parecen no querer acabarse nunca, y demás mierda propia de pisteros.
Como desde hace ya muchos años, con ocasión de la celebración de mi nacimiento (un día superfluo por lo demás), hago algo especial en bici. Ayer no pudo ser, pero hoy, 31 de diciembre, despido este raro año que nos ha tocado con este paseo un poco especial.
Poco más de las nueve de la mañana y el termómetro quiere asustar con gélidas interpretaciones y reflejos de la inclinación del eje de giro del planeta en conjunción con la órbita de traslación alrededor del Sol:
El objetivo era llegar a esta aldea, cerca de Valverde aunque en término municipal de Beas:
Para ello, previa composición y estudio del trazado vía Google Earth y Maps, Wikiloc y trackoteca particular de mis aventuras en moto, me lancé a interceptar la carretera del cementerio de Aljaraque a través de Corrales, La Monacilla, y la linde Norte de La Dehesa Golf, esta vez sin perderme y acabar en medio de una finca de explotación de cítricos como la última vez. Ya sobre dicha carretera/carril llegaremos a cruzar sobre la A-49 y pronto, paralelos a la Vía Verde del Litoral, llegamos a Gibraleón sobre un puente del antiguo ferrocarril minero.
En los márgenes del camino, la noche, con su humedad y frescor, nos deja un poso en forma de escarcha que blanquea la vegetación. Empiezo a dejar de sentir las puntas de los dedos de los pies:
Atravieso la población, ya llena de vida sobre las 10 de la mañana (se escuchan enormes petardazos como tiros de escopeta, muchos seres humanos haciendo compras de última hora, otros que, como yo, aprovechan un raro día vacante para hacer ejercicio...), y salgo por donde la Cooperativa Nuestra Señora de la Oliva, tomando la pista que va hacia el Alcolea. Este primer tramo del camino es muy ancho y recto, y en otras épocas del año se levanta mucho polvo al transitar por él. Pero ahora está medio húmedo y apenas hay circulación, pues mejor para mí.
Se cruza la vía del tren que va en dirección Norte, y la pista discurre paralela a la misma un buen rato, entre algunos árboles, esquivando charcos y baches hasta que se separa hacia la derecha en una serie sucesiva de toboganes, subidas y bajadas muy divertidas, y va empezando lo bueno (alrededor de unos 25 ó 30 kilómetros recorridos ya). En un determinado punto, me salgo del camino principal que llevo siguiendo desde que salí de Gibraleón y voy en dirección Este, atravesando dehesas. El paisaje cambia, otros árboles propios de la latitud (encinas, alcornoques, olivos), y numerosos ejemplares de vacas retintas con sus pequeños terneros, así como caballos, me observan curiosos. El uso de pasos canadienses facilita el paso entre fincas sin necesidad de estar abriendo y cerrando puertas, ¡bien!
Es la parte más bonita de la ruta, y sólo por esos kilómetros hasta llegar a Fuente de la Corcha ha merecido la pena el paseo. No hay muchas cuestas, y en su mayoría es más o menos plano y muy llevadero. Mi ligera y cómoda Scalpel levemente modificada va de maravilla por este tipo de terreno, y aprovecho para lanzarme cuando el firme es propicio, incluso despegando ambas ruedas del suelo en varias ocasiones. El disfrute es enorme, pero pronto llego a una serie de lagunas (no charcos, oiga, LAGUNAS), algunas más fáciles de salvar que otras. A veces hay un recorrido alternativo paralelo y cerca, otras veces toca aventurarse por la linde pegado a una alambrada de espinos, mientras las ruedas se sumergen más o menos en unas aguas marrones y opacas que no dejan ver ni la profundidad ni el tipo de suelo que esconden, que a veces tracciona, y otras no. Chico, esto del btt es así, y cada estación del año tiene su afán.
Pronto llegué a la aldea, donde me tomé un mantecado que llevaba escondido, junto con un café en el bar de La Hermandad, lugar típico de reunión de parroquianos, ciclistas y endureros (de moto).
La vuelta la hice por el carril bici Vía Verde d los Molinos de Agua hasta Trigueros, en su mayoría cuesta abajo, a buen ritmo dado que tanto la gravedad como el firme liso ayudan. Desde allí cogí el Camino de Huelva a Trigueros, en buen estado, muy transitado por todo tipo de vehículos, que llega hasta La Ribera, donde ya todo es asfalto, por la carretera del cementerio, hasta mi casa.
Ruta larga para lo que yo estoy acostumbrado, han salido 74'9 km, que a muchos les parecerá lo normal, pero no lo es para mí, y encima en solitario, pues el que iba a acompañarme, Pedrito Redondo, tuvo un contratiempo de última hora y no pudo unirse. Quizá lo haga de nuevo más adelante, pero introduciendo alguna variación, sobre todo a la vuelta para hacerla más amena.
Esta será mi última entrada del año, y con ella les envío mis mejores deseos de superación y buen año venidero!!!
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