El aguerrido piloto australiano de motos, a pesar de su juventud, ya ha escrito una biografía que tiene interés no sólo por su trayectoria deportiva, sino también por las especiales circunstancias que rodearon su infancia y pubertad allá en las antípodas, su paso al viejo continente en busca de avanzar en su carrera, y el descubrimiento de los tejemanejes que conforman el Campeonato del Mundo de Motociclismo.
Controvertido casi desde que pisó el Continental Circus, de carácter tímido (quizá en exceso), reservado, obsesionado con los resultados, sus elevadas capacidades como piloto en todas las categorías en las que compitió, unido al choque cultural que supone proceder de un país tan lejano como desconocido (agravado por la forma de vida nómada y buscavidas de su familia), le granjeó no pocas antipatías o, como mínimo, su práctica condena al ostracismo por parte de la mayoría de sus colegas, la prensa e incluso los aficionados.
Todo esto cambió cuando se coronó Campeón del Mundo por primera vez con Ducati. Entonces dejó de ser Rolling Stoner.
El libro sobre la vida de Casey Stoner está publicado en inglés, y de momento no se ha traducido al español, pero se lee fácil y rápidamente. Se lo regalé a mi hijo Manuel para que practicara un poco la lengua de Shakespeare, pero no veía el momento de leerlo yo mismo.
Su carrera fue fulgurante y acabó abruptamente por motivos que el autor trata de justificar o disfrazar, y que se ha vendido como un cúmulo de circunstancias que coincidieron en el tiempo: falta de atención por parte de Honda, hartazgo de decisiones políticas por parte de DORNA, el nacimiento de su hija, las secuelas de su enfermedad y lesiones antiguas... pero si uno lee atentamente su devenir desde los inicios, y se observa como se van desarrollando los acontecimientos, yo he llegado a la conclusión de que lo que mató a la gallina de los huevos de oro fue la falta de motivación.
Él mismo da pistas a lo largo del libro: su meta final era llegar a competir en el mismo equipo y con la misma moto que su ídolo de la infancia, el también australiano Mick Doohan, que ganó cinco campeonatos con contundencia aplastante. Casey no pudo demostrar su valía con una NSR 500, pero sí con otra Honda con decoración y patrocinio de Repsol. Pareciera que todo en su vida deportiva estaba enfocado a la consecución de tal logro, y cuando lo alcanzó, la estrella se apagó, ya no había nada que desmostrar a nadie, y mucho menos a sí mismo (deja claro que sabe bien de lo que es capaz).
Lamentablemente, la narración va dirigida a un espectro muy amplio de público, aunque mayormente sus lectores serán aficionados al motociclismo, y no quiere entrar demasiado en el apartado técnico, ni de las motos que usó, ni en sus trucos de pilotaje. Es sabido que su manejo espectacular es el resultado de un aprendizaje y una base sólida en el mundo del dirt track, algo absolutamente desconocido en Europa, y que ya importaron en su día los pilotos americanos de los años noventa. Casey llegó a Inglaterra con catorce años sin haber corrido nunca sobre asfalto, ni con una moto que tuviera freno delantero, y el uso que hacía del freno trasero fue su principal nota discordante en el apartado de la conducción que le diferenció de sus coetáneos. Eso le ayudó muchísimo en las categorías superiores, en los inicios de la aparición de la electrónica necesaria para controlar la potencia de las MotoGP, y nadie entendía cómo podía meter en curva aquellas Ducati tan largas entre ejes.
Aquí con su ídolo:
Casey Stoner, una estrella fugaz que lo dejó todo para irse a pescar tranquilamente. Quiero creer que ahora es feliz en su rancho rodeado de su sacrificada familia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comente, quédese a gusto, pero si firma como anónimo nadie lo verá.