A mediados de los años 70, Robert Silverberg (de quien recientemente he estado hablando) nos dejó esta novela que resulta entretenida hasta cierto punto, pero que nos deja un amargo sabor de boca.
En ella, se nos presenta la historia de Lew Nichols, un exitoso estocástico. La estocástica estudia los sucesos en términos de probabilidad, es decir, si son posibles de acuerdo a un análisis estadístico además de una serie de variables aleatorias añadidas. Por ejemplo, la psicohistoria de Asimov es estocástica, los brokers usan métodos estocásticos para intentar predecir el comportamiento de la bolsa, y así otras tantas cosas.
Dirige sus servicios y esfuerzos a favor de Paul Quinn, un político que le contrata para que le ayude a prosperar en su carrera política hacia la presidencia de los EEUU, pasando por la alcaldía de Nueva York. Pero un buen día conoce Carvajal, un señor que tiene el don de ver el futuro, pero no como lo hace Lew, nuestro protagonista, sino que lo ve literalmente. Como consecuencia de este don, Carvajal se nos presenta como un hombre gris, triste, pasota, derrotado y hundido, pues a través de su experiencia ha comprobado que el determinismo es la norma, el futuro es inmutable, tanto como el pasado, todo está escrito y nada se puede cambiar, ni si quiera el día y hora de su muerte (que por supuesto conoce y ha visto muchas veces en sus visiones).
No queda claro porqué se pone en contacto con Lew, le ayuda, y quiere enseñarle a usar ese don que, sostiene, todos tenemos pero muy pocos son capaces de aprovecharlo.
La lectura se sucede amenamente entre sucesivas experiencias que confirma la habilidad de Carvajal una y otra vez, con penosas consecuencias para nuestro Lew, quien ve cómo su carrera se derrumba e incluso su maravilloso matrimonio se tambalea y de destruye.
Lew no hace sino poner en duda el aludido determinismo, pero no es capaz él mismo de intentar cambiar su futuro, ni de hacer una sola prueba para comprobar por sí mismo tal cosa, lo que para mí es el error más garrafal de la trama. Era necesaria una confirmación o una ruptura de la teoría de Carvajal, para dar un final adecuado, y no sé en qué estaría pensando Silverberg cuando lo escribió.
Esta novela tiene un estilo muy distinto a la de los anteriores libros que he ido reseñando aquí, más elaborado en los personajes y diálogos, más profundo en los sentimientos y creación de situaciones de los protagonistas, pero tiene la tremenda pega de no resolver el asunto ya aludido.
Si lo llego a saber, no lo hubiera leído, aunque reconozco que he pasado buen rato haciéndolo.
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