Los caminitos abiertos por El Bocina y sus secuaces se multiplican, y rara es la ocasión en que salgo a montar por los pinares de Aljaraque y no encuentro nuevos senderos.
Una paseo rápido, tanteando el estado de mi espalda después del fiasco de la última vez (para rematar una semana de ejercicio diario, la Hei Hei me dejó con una lumbalgia de aúpa), con la bici más cómoda, y quizá también más rápida, que tengo.
Su proverbial ligereza, la suavidad de las suspensiones, la geometría perfecta, y un peso y rigidez muy adecuados, la hacen perfecta para casi todo lo que hago.
Aunque estemos a finales de octubre, las lluvias destacan por su ausencia, y salvo un par de chaparrones de nada, llevamos varios meses sin que el agua riegue a conciencia los campos... y se nota. Está todo muy seco, los árboles mustios. La hierba ausente, y la poca que haya aparece de un color pardusco, impropio de la estación en que nos encontramos. La naturaleza es así, cambiante, y parte de su encanto reside, precisamente, en que aunque los parajes son los mismos, la vista que nos ofrecen cambia constantemente.
Elegí esta vez una serie de singletracks de curvas amplias, terreno mayormente llano y poco técnico, que invita a la velocidad, el flow, a mantener la inercia. Así he transcurrido, entre otros, por los caminitos de Los Arados (tramo 1 y tramo 2), de Elena nosequé, de Manuel Aro, del Milita... un sinfín que he ido empalmando uno tras otro casi sin tocar carril o pista ancha.
Una hora y poco más de veinte km para estirar las piernas e irme probando. Muy feliz, he disfrutado, y me sentí libre como un pájaro volando bajo a ratos.
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