Me acerco al taller. “Está allí, con alguno de los cacharros”, me dijo alguien. Hace calor, pero contrariamente a lo esperado, el taller es un lugar fresco, en sombras, escondido. El Maestro me ve y, contra todo pronóstico, deja lo que está haciendo, y se acerca a mí mientras desinteresadamente, como mecánicamente, se limpia un poco las manos con un trapo que ha cogido de algún lado. Sonríe, y mientras me estrecha ¿cariñosamente? ambas manos, me pregunta qué hago por aquí.
- Bueno, sabe usted que las dudas me asaltan de contínuo.
- No te preocupes, es normal. Incluso el maestro más avezado y viejo tiene dudas constantemente. Es parte del proceso inacabable de la iluminación.
- A veces me pregunto, oh, si todo este esfuerzo es realmente válido, si merece la pena.
- Explícate.
- Quiero decir, Maestro –y bajo un poco la vista, quizá un poco avergonzado por molestarle-, que es posible que las enseñanzas no calen en mi persona, o en los que me rodean. Y si ello es así, y si es cierto que nuestra Comunidad es la punta de lanza de un movimiento encaminado a mejorar y evolucionar, ¿cómo no será en lo que ocurre en las cabezas de los que están más allá de los muros?
El Maestro cierra los ojos, busca palabras, ahonda en los sentimientos. Quiere hablar poco, pero con claridad. Quiere sentenciar, mostrar su sabiduría. A lo mejor me equivoco. Las dudas se me plantean de constante manera, y resulta que no debo suponer nada, no tengo que aventurarme a someter a prueba mis prejuicios constantemente.
Finalmente me dice:
- A lo mejor te equivocas. Las dudas se te plantean de constante manera, y resulta que no debes suponer nada, no tienes que aventurarte a someter a prueba tus prejuicios constantemente.
Mi boca se abre, aunque más bien es como si la mandíbula se me cayera. Súbitamente. Se me queda esa cara de lelo tan habitual en mí. Sacudo un poco la cabeza, como cuando un perro estornuda o algo así. Continúa:
- Hay un proceso de selección, no estás aquí por casualidad. Queremos que nuestros aprendices sean personas de mente abierta, susceptibles de cambiar su pensamiento, de ver, de comprender. Todos no somos iguales, eso es algo que habrás comprendido, supongo.
- Hace mucho, cierto es –no me atrevo a mirarle directamente, su sabiduría me apabulla-.
- Es difícil, por no decir imposible, cambiar la forma de pensamiento de un ser humano adulto. Eso hay que hacerlo antes, cuando las mentes son más jóvenes y maleables. Pasada una edad, o alcanzado un status determinado, una persona deja de evolucionar, para bien o para mal. Es nuestra misión encontrar a aquellos que pueden hacerlo, que son capaces de analizar, de eliminar la rigidez, quienes mantienen la capacidad de adaptarse, de superarse. De vivir. Porque es de eso de lo que se trata todo, vivir. Hay muchos, la mayoría, que están ya muertos y ni siquiera lo saben.
- ¿Cómo si fueran zombis?
- Sí, zombis, algo así.
Y ahí es cuando se gira, se guarda medio trapo en el bolsillo trasero de su mono de trabajo, y coge una lima para trabajar sobre el cilindro de un motor de dos tiempos.
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