Sí, parece que fue ayer cuando atravesé el canal uterino para salir al exterior, donde nada más llegar sentí frío y unos azotes. Eso fue el principio de mi transcurrir por un camino lleno de dolor. Pero también de placeres.
Semanas de sequía de aire en movimiento, algo inusitado. No hay borrascas, ergo no hay ventoleras. Siempre nos quedará el Estrecho, o eso decían, pero a veces ni eso sirve. El invierno es lo que tiene, y estamos preparados mentalmente, y aún así hay sufrimiento en nuestras perspectivas, nace la ansiedad, crece la agonía.
Ay, ojalá todos los problemas fueran como éste, si es que ello es un problema, claro está.
El Cabo de Trafalgar nos acoge una vez más, con un Levante desaforado. Nuestras cometas de sólo 5'5 metros cuadrados nos llevan entre los 35-40 nudos, a menudo apretando el culo. La orilla está más o menos tranquila, pero dentro hay verdaderas moles de tres metros que proporcionan toboganes maravillosos sobre los que nos deslizamos con una mezcla de sonrisa y asombro en nuestra expresión. ¡Ou yeah!
No ha estado mal como regalo de cumpleaños por parte de los elementos. No me puedo quejar, y mi cara de felicidad lo refleja en el siguiente retrato tomado por Manu, que nos acompañó con su brazo roto para tirar algunas instantáneas a pie de arena:
Experiencia compartida, además, con Julitu, mi brother in arms a estos efectos y otros muchos.
Volveremos. Muchas veces. Seguro.
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