sábado, 16 de junio de 2018

35°

El tiempo pasa. Corre. 

Parece que fue ayer. Contaba once años y medio de edad y nos habíamos trasladado a vivir a una urbanización de la afueras. Aquello era otro mundo. Literalmente otro mundo. Había total libertad en un entorno más o menos seguro, propio de otras épocas, otros principios, otras confianzas. Y en medio de la inconsciente felicidad que a todo preadolescebte invade, acabando el curso escolar, me fue entregada mi primera moto: una Honda PA50, que venía a ser como un Vespino, pero japonés. 

En estas fechas, y vuelvo ahora al presente, se cumplen 35 años de aquellos momentos. Apenas un pestañeo... aunque han pasado muchas cosas, toda una vida!!!

La rubia italiana sabe posar
Treinta y cinco años puede ser mucho, o poco, pero en términos de la vida de un ser humano es un tramo importante. Miro atrás y me alegro de todo lo que ha pasado, y eso que algunas cosas no son buenas, pero quieras o no, todo ha servido para conformar la persona que hoy soy. Y aunque en muchos, muchísimos aspectos, he ido cambiando, evolucionando, creciendo, sigo siendo igual en un asunto: mi amor por las motos. Es la única afición que siempre ha estado ahí.
Y eso teniendo en cuenta al dolor que me ha inflingido en ocasiones, no sólo físico (las varias caídas, la mayoría leves, es cierto, y una muy grave.... que mejor no recordar ahora), sino mental, como la muerte de algunos amigos, el dolor, el odio, el miedo, la envidia, el ser objeto de una persecución casi constante... Nada de eso ha podido quitarme de la cabeza las ganas de pasar la pierna por encima del sillín de una máquina, arrancarla, y tirar millas.

Por mis manos han pasado todo tipo de motos, excepto una gran turismo, y mi culo se ha posado sobre objetos fabricados en diversas procedencias, aunque nunca poseí una Kawa (que algunos consideran como la Ducati japonesa, metáfora que me parece excesiva), ni otras que por su antigüedad pasaron de largo en mi época (Montesa, Lambretta, Bultaco, Laverda...), me puedo sentir por tanto un afortunado, he vivido la moto con plenitud, en invierno y en verano, con frío y calor, pocas veces con lluvia, por campo y por carretera, de paseo o rozando rodilla, en carreteras perdidas y solitarias, en un Puerto de Santa María abarrotado, en unas tandas en Portimao, para ir a trabajar, a la facultad de Derecho, o por el simple y mero placer de sentir el viento en la cara y el pecho.

¿Quiere esto decir que estoy de vuelta de todo? No lo creo. No dejo de asombrarme de lo que se puede hacer con dos ruedas y un motor, y cada temporada los fabricantes nos asombran con modelos más y más potentes, ligeros, amables, bellos. ¿Los necesito? Ummmmm.... claro que no!!!
Tengo más que la mayoría, y tengo lo que quiero, lo que he querido tener en este momento, en este punto vital. 
Aún así, tengo clavada la espina de no haber pasado por mi garaje una de esas fantásticas y alucinantes motos de 1000 cc, tremendamente potentes, inhumanas, sobrepasadoras. Quizá más adelante, ¿por qué no? En un mundo en el que cada vez hay más regulaciones, más prohibiciones, más prejuicios, es difícil dar cabida a máquinas así.

Mientras tanto, disfruto enormemente con mis italianas y la austriaca, cada una en su momento, con su objeto, su finalidad.

Pero hoy, el día que hacía 35 años montando en moto, la elegida para una emocionante escapada matinal de sábado, no podía ser otra: 

Mirando atrás sin ira, por supuesto
¿Podré volver a mirar atrás dentro de otros 35 años? Conozco a algunos setentones que montan casi a diario en sus motos, son muy felices y llenos de vida. Me veo así, claro que sí. Treinta y cinco años, bueno, al principio decía que eran como un pestañeo, pero mirando desde la perspectiva actual, la de un alocado viejolescente, el niño eterno que nunca quiso crecer, lo veo tan lejos, tan lejos...

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