En aquellos tiempos, los ilustradores y publicistas seguían unas ideas muy distintas a las que estamos acostumbrados hoy día, y de ello surgieron estas portadas, cuando menos bastante curiosas por su clasicismo interpretativo de la historia:
Contra otras más modernas y actuales:
Leiber nos presenta un escenario único, un lugar en sentido estricto (pues se le llama precisamente El Lugar en la novela), en el que se reúnen hasta doce personajes de distinto origen temporal y espacial: un romano, un nazi, dos extraterrestres separados por mil millones de años, una cretense, un par de ingleses de primeros del siglo XX...
El lugar es un punto fuera del espacio y del tiempo, y en él se desarrolla toda la acción. Se está librando una guerra entre dos facciones llamadas las Serpientes y las Arañas, que van introduciendo pequeños cambios en el curso de la Historia con la finalidad de alcanzar sus propios objetivos finales. De este modo, intervienen en alguna batalla para cambiar el signo de la victoria a favor de un bando, o secuestran o asesinan a algún personaje histórico, y cosas así.
En ningún momento se cuenta quiénes son las Arañas y las Serpientes, de dónde vienen y cuáles son los objetivos. Tampoco se habla del tiempo que lleva esta lucha produciéndose, ni se dan datos sobre la tecnología necesaria para viajar en el tiempo y sostener singularidades como el lugar.
En el relato, los anfitriones que custodian el lugar (tres mujeres que tienen funciones de enfermería, entretenimiento y sicología, y tres técnicos), reciben la visita primero de tres soldados que vienen de una de esas batallas aludidas, y posteriormente se unen otros tres más. Se producen roces, insinuaciones, amenazas, preguntas y dudas, y todo ello en medio de un par de historias de amor perdidas en el tiempo, y finalmente se activa una bomba atómica que explotará en media hora si no se evita de alguna manera, dando lugar a la desaparición de el lugar y todo su contenido.
El planteamiento no es malo, y no se hace muy pesado porque estamos ante una novela corta, pero hay un exceso de personajes que hacen todo un poco embrollado. El lenguaje es difícil, o quizá sea debido a la traducción de un estilo literario un poco enrevesado del autor. Todo el desarrollo se podría actuar en una obra de teatro, pues la localización de los sucesos es siempre la misma, y los personajes están casi siempre presentes. Cierto es que unos tienen más protagonismo que otros, incluso un extraterrestre de origen lunar, un ser con tentáculos que se expresa a través de una máquina porque su forma de comunicación física es incompatible con la humana, que al final del todo da una interpretación sobre la interminable Guerra del Cambio que se lleva a cabo, pareciendo que todo cobra un poco de sentido, ante la desolación de la protagonista, Greta Forzane, una anfitriona, que se debate entre un amor-odio imposible, salvar el lugar y sus habitantes, o mandarlo todo al carajo.
Esta obra ha tenido a lo largo de los años una acogida desigual, y a pesar de ganar el Hugo, la crítica no la tiene en alta estima, reseñando en cambio a una recopilación de cuentos cortos relacionados con el mismo tema, "Crónicas del Gran Tiempo", como mucho más lograda y recomendable. El autor diría en su momento que "El gran tiempo" es la introducción a "Crónicas", de modo que tendré que proceder a la lectura de la supuesta continuación.
No es una lectura imprescindible esta de "El gran tiempo", pero sí curiosa por la época en que se escribió, la imaginación del autor, y como exploración de posibilidades del lenguaje y el recurrente asunto de viajes en el tiempo y alteraciones de la realidad (aunque, si la realidad se altera, ¿qué es realmente la realidad?).
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