domingo, 20 de agosto de 2017

32°

Treinta y dos grados a las 10:30... tela marinera. Esto es Andalucía, el Sur.

Aún así, es difícil resistirme a disfrutar de un paseo desde las primeras luces del alba, allá por las 8 de la mañana, cuando ya me encaminaba hacia algunas de esas carreteras de mi preferencia. 


El jamón, que abundantemente adorna la tostada de pan de pueblo en la obligada cita con la venta del cruce de Santa Ana, provoca el mayor de los placeres en mi paladar. 

Charlo amigablemente con Paco, un señor de 70 años de edad que no falta ningún sábado, domingo ni día de fiesta, a su cita con su Honda. Fue enfermero de ambulancia por esas mismas carreteras, y sin dar muchos detalles, escuetamente deja caer que ha visto el horror muchas más veces de las que hubiera querido.

Me pregunta por mi moto, y a renglón seguido aporta una enriquecedora novela de aventuras a lomos de una Ducati que tuvo en 1974, y a la que hizo 285.000 km antes de venderla, dando la vuelta a España varias veces. Increíble, la de km que debe tener este hombre recorridos. Y los que le quedan...

Tras ese buen rato, amenizado por sus increíbles historias de ligues y viajes, mientras van llegando más motociclistas a lomos de sus deportivas (parece que el racing soul renace), decido marcharme antes de que la temperatura suba aún más.

Es una sensación deliciosa, me emociono ahora al recordarlo, deslizarte curva tras curva, enlazando tumbadas sobre el perfecto asfalto (tan perfecto como se puede pedir a una vía pública), mientras el bicilíndrico ronronea agazapado como un gatito, esperando a saltar en cualquier momento. No hace falta, no es necesario exprimir un motor que, sorprendentemente por tratarse de su cilindrada, rinde genialmente entre 4000 y 6000 rpm. Es raro que vaya más allá de esa cifra la aguja del precioso cuentavueltas.

Paro para desorinar tras las 137 curvas en 21 km. Calor, dos cafés y bastante agua tienen la culpa. Aprovecho para dejar semiabierta la cremallera del mono de una pieza, caluroso pero necesario si se quiere ir con la máxima seguridad. No me quejo, uno se acostumbra a todo, y cuando estamos en faena, la plena concentración hace que no repares en esos detalles, cosas como temperatura, dolor, miedo o el tiempo transcurrido, quedan inasequibles a la capacidad cognitiva consciente. Todo se reduce a hacerte uno con la máquina, al centaurismo.
Es una forma de meditación, de limpiar la mente.


Una moto fantástica que me hace pasar fantásticos momentos. ¿La mejor que he tenido? Quizá debería pensar más a fondo en esa cuestión, aunque realmente, ¿para qué?

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