Simplemente yendo o viniendo, uno ya disfruta. Es el deslizar en estado puro, sin sensación de fricción, con un viento mínimo que elimina toda sensación de tensión en la barra.
La tabla, en empopada o al largo, pareciera que flota apenas tirada por una escasa fuerza de aire y la ayuda de las olas, tándem que hay que gestionar bien si uno no quiere naufragar con el kite en el agua, completamente desventado, que sería un error garrafal cuando se manejan no más de 6 ó 7 nudos.
El limitador de velocidad me tiró alguna instantánea, para mi goce. Como no se levantó de la sillita de playa y yo andaba lejos, esto es lo que salió.
No me quejo, pero la justifico a ella, que tampoco es mi esclava, y no se debe a capricho ni antojo mío alguno. Faltaría más.
Llámenme raro, si eso.
Llámenme raro, si eso.
En primer plano, abajo a la derecha, asoma la botavara de algún pobre diablo windsurfer que no fue capaz de extraer rendimiento alguno a la fuerza del viento, en número muy bajo de la escala beaufort. Juas.
Este es el reporte de un día cualquiera en verano, spot Punta Umbría, siempre que haya Levante en el estrecho.
Yo feliz, y otros como yo, también.
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